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Reír o llorar con Spotify: De géneros a estados de ánimo

En mi última incursión en Spotify hace un mes me encontré algo sorprendente: En la sección de "explorar" ya no solo buscas por género musical sino por 'estado de ánimo'.

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Apenas uso Spotify y me suelo meter ahí una vez cada X años, un poco por curiosidad. En mi última incursión hace un mes me encontré algo sorprendente: En la sección de "explorar" ya no solo buscas por género musical sino por "estado de ánimo". Es decir, ahora hay listas en las que un empleado/algoritmo ha decidido exactamente que canciones son las que describen cierto estado anímico humano.

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Nunca he sido fan de la idea de "género". Es cierto que se podría hacer hasta cierto punto una clasificación de los sonidos y agruparlos vagamente, pero creo que este afán se salió de madre con la creación de la industria musical hasta que llegó al extremo de la autoparodia con el #chillwave y toda la ola de géneros-chistaco que le siguieron. Por lo tanto, he de reconocer que cualquier iniciativa para destronar el concepto de género como regla me parece interesante. No obstante, ordenar la música por "estado de ánimo" no es la solución.

Existe una tendencia preocupante en Occidente hacia la mercantilización de los sentimientos. Internet como mercado cada vez aporta más beneficios a las empresas. En el mundo de la música, los ingresos por streaming superaron recientemente a los discos físicos. Por lo tanto, las empresas buscan expandirse en este mercado a través de uno de los principales ventajas que internet aporta: la habilidad de publicitar productos con una jodida precisión subatómica.

Es decir, gracias a Google Ads, Facebook, Twitter etc, las empresas pueden dirigir sus anuncios a un público híper-concreto y susceptible, maximizando la eficiencia de su marketing: los anuncios van teledirigidos a las personas adecuadas. En esta estrategia la clave está en recabar información sobre el comprador. Las redes sociales miden y guardan todos tus movimientos para crear un retrato robot de tu persona que luego ofrecer a las empresas.

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Paralelo a esto, los departamentos de marketing se dieron cuenta que en internet triunfaban los contenidos que despertasen una respuesta visceral y emocional en los consumidores. El éxito de páginas como Buzzfeed, Upsocl, o todas esas listas que comparten tus compañeras del colegio en Facebook con titulares que "te volarán la mente" y "te devolverán la fe en la humanidad" demuestran que el contenido que se consume y se esparce es aquel que apele a las emociones más básicas y primarias.

Por lo tanto, después de saber toda tu trayectoria vital gracias a la sección de "mi información" de tu perfil de Facebook, y conocer todos tus intereses y aficiones con tus likes, la siguiente frontera a conquistar son los sentimientos.

"Aparte de likear esto, podrías decirme cómo te hace sentir? Marca una de estas seis casillas por favor."

Las emociones son complicadas, abstractas, a menudo contradictorias, posiblemente erráticas, irracionales y profundamente subjetivas. En su estado natural son prácticamente imposibles de descifrar para una máquina basada en la combinación binaria de unos y ceros. Por lo tanto, han de ser convertidas a un lenguaje que los algoritmos entiendan: lo que veas te puede gustar, encantar, divertir, asombrar, entristecer o enfadar.

Nada más. Y obviamente, tampoco se permiten combinaciones complejas de asombro y furia o diversión y envidia, etc. A pesar de estar representados con emojis, esta lógica funciona de forma contraria a los emojis: el catálogo de dibujos siempre se está aumentando, incorporando nuevos símbolos mientras que las Reacciones son reductivas. Los emojis pueden ser combinados para expresar emociones que todavía no tienen palabras; las reacciones te limitan a una respuesta única y racional. Los sentimientos tienen que ser racionalizados, uniformizados y convertidos en una moneda común.

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Esto no se logra solo con las reacciones de Facebook: la reciente incorporación de una biblioteca de GIFs a Twitter parece indicar que tienes que elegir una reacción dentro un mercado común, no expresar una emoción personal, individual y subjetiva. Tus sentimientos ya no te pertenecen ni son propios: son una reacción que te brinda Twitter o Facebook.

Esta alienación y rendición de los sentimientos a las empresas hacen posible que Spotify te pueda ofertar música para "despertar y sonreír": porque las emociones humanas ya no son subjetivas y complejas sino que son una moneda común que gastar, invertir o capitalizar. Y, en términos musicales, ¿cuál es el problema?

Gracias a la información de Facebook y la propia que recaba Spotify, la compañía de streaming puede crear un retrato robot de sus usuarios: un algoritmo diseñado y creado específicamente para "satisfacer sus gustos". A primera vista es halagador: un complejo mecanismo digital creado exclusivamente para hacerme feliz y proporcionarme "mejores" canciones la próxima vez que haga el trayecto infernal al trabajo/escuela. No obstante, este algoritmo es más bien una herramienta de "auto-canibalismo" que de "descubrimiento musical". Es decir, Spotify y Facebook estudian al usuario y lo convierten en un producto, que a su vez le venden al mismo usuario.

Basado en tus gustos y preferencias, diseñan un retrato robot de "lo que podría gustarte"; diseñan un retrato de tu "yo futuro" que decide tus gustos antes que tú. Esto crea un bucle hermético del que es imposible salir: tus decisiones pasadas moldean inevitablemente tu futuro, cerrando cualquier puerta a la sorpresa o al cambio. Por lo tanto, las recomendaciones te convierten en un producto que a su vez te venden a ti mismo: convierte a los usuarios en auto-caníbales, atrapados en un bucle de repetición donde suenan imitaciones de Kygo y marimbas en repeat. Los algoritmos de Spotify irónicamente cierran la puerta a aquello que ofrecen: descubrimiento musical.

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Personalmente considero descubrir música cuando escucho algo que me parece radicalmente distinto a lo que acostumbro. Descubrir música conlleva salir de tu zona de confort y sentir cierta curiosidad hacia el mundo que te rodea: justo lo contrario a eternizarte en aquello que ya sabes que te gusta.

Esta mercantilización de los estados de ánimo abre la puerta a un elemento que puede cambiar para siempre nuestra relación con la música: el algoritmo-productor o músico-robot. Es decir, llevado a un extremo hipotético y distópico, una información lo suficientemente detallada de los 'gustos' de un usuario podrían permitir a Spotify generar música original que fuese a satisfacer al usuario. Solo tendría que analizar los patrones del oyente y replicarlos a través de un músico-robot. La mercantilización de los sentimientos podría suponer el inicio del fin de la música como expresión humana.

Lecturas:

The Speculative Time–Complex – Armen Avanessian & Suhail Malik, DIS Magazine

Reacting to Reactions - Rob Horning, The New Enquiry

Nicolás Prados escribe en Young Vibez.