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el nuevo gran rival de rafa

Rafa Nadal y la oscura sombra de la duda

Durante la última década, Rafa Nadal ha sido imbatible en Roland Garros. Este año, sin embargo, el manacorí se enfrentará a un oponente nuevo para él: la incerteza.
Photo by Geoff Burke-USA TODAY Sports

Rafa Nadal empieza acomodándose la camiseta sobre su hombre izquierdo y seguidamente hace lo mismo con el derecho. Después, se pasa la mano fugazmente por la nariz antes de desviarla hacia su oreja izquierda para apartar un mechón de pelo rebelde. Posteriormente, la mano vuelve a la nariz para rascarla con brío y finalmente pasa por la oreja derecha para apartar un nuevo mechón.

Nadal repite este ritual antes de cada servicio, en cada partido, así que esta sucesión de gestos pueden verse más de un centenar de veces a lo largo de una tarde. En un torneo cualquiera, con sus partidos de cinco sets, el tenista puede repetir la serie varios miles de veces.

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Que uno de los mejores tenistas que haya existido nunca necesite un ritual de seis pasos para preparar su servicio es una rareza ciertamente curiosa. Lo que esta rareza nos cuenta sobre Nadal, sin embargo, depende de nuestro punto de vista. Tradicionalmente se ha visto como símbolo de su grandeza, como una muestra más de la locura propia de los genios: cuando alguien juega a este nivel, lo raro sería no tuviera ninguna rareza.

El talento de Nadal es tan enorme que cualquier tic extraño de su personalidad queda inevitablemente eclipsado. Las peculiaridades, sean cuales sean, se convierten en hábitos, y los hábitos en imágenes de marca. Al final, estas singularidades terminan pareciendo inherentes al espectáculo del tenis.

Hace dos semanas, Nadal perdió la final del Mutua Madrid Open frente a Andy Murray. La derrota provocó una reacción en cadena que le apartó del 'top 5' del ranking mundial por primera vez en diez años. Fue la caída más dura de Rafa en el circuito de tierra batida en la última década. A la semana siguiente, la mala racha de Nadal se alargó al caer frente a Stan Wawrinka: era la quinta vez que el tenista doblaba la rodilla en un partido sobre tierra batida esta temporada. Con la derrota frente a Wawrinka, el manacorí ha perdido más partidos este año que en cualquier otro desde 2003 sobre su superficie preferida.

Se han dicho y escrito muchas cosas sobre estas derrotas, pero la mayoría vienen a concluir lo mismo: en plena disputa del torneo de Roland Garros, Rafa Nadal parece roto.

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Esta sensación llevaba un tiempo en el aire. Rafa arrastra lesiones crónicas en las rodillas y en la muñeca: a pesar de las pausas que se ha tomado, nunca ha parecido que se le curaran del todo. Ahora, el balear ha admitido que le falla la confianza, lo que es muy desalentador para un atleta de quien siempre se había alabado la fortaleza mental. Es fácil señalar a Nadal tras la derrota frente a Murray, pero los problemas del tenista llevan meses atenazándole.

Esta foto podría haberse tomado prácticamente en cualquiera de las últimas diez temporadas. — Foto de Susan Mullane, USA Today.

En sus mejores momentos, la mayor cualidad de Nadal era su capacidad para elevar el sudor común a un arte, la forma en la que parecía capaz de realizar los esfuerzos más extenuantes sin cansarse. Esta facilidad lleva ausente durante más de un año, y ello nos descubre la parte más frágil del personaje. Rafa no ha cambiado nada su rutina: solo ha cambiado el contexto de la misma… lo cual significa que en realidad ha cambiado todo. Sin éxitos, no hay nada romántico en sus excentricidades. Sus gestos característicos antes de sacar ya no significan nada: sin el aire de campeón, todos sus movimientos se transforman en la actitud nerviosa que cualquier persona adoptaría en un estado de incomodidad.

A medida que Murray superaba a Nadal sobre la pista y le rompía el saque, se fue haciendo obvio que Rafa no estaba cómodo. El manacorí ya no parecía el superjugador de las grandes ocasiones, sino sencillamente un hombre que intentaba recuperar el equilibrio infructuosamente, incapaz de reunir su característica voluntad férrea para sobreponerse a la adversidad. Sus voleas salían desviadas, sus saques iban fuera, sus dejadas se quedaban cortas. Nadie sabía nunca adónde quería mandar Nadal la pelota. Puede que ni él mismo lo supiera realmente.

Todo esto, para más inri, ocurría justo en la época del año en la que tradicionalmente Nadal aparecía en mejor forma. El tenista mallorquín ha ganado el torneo de Roland Garros en 9 de sus últimas 10 ediciones: el único jugador que fue capaz de vencerle ahora mismo está inactivo. Nadal es Mad Max y Roland Garros es su Cúpula del Trueno. En una época en la que la inevitabilidad domina el tenis masculino —el propio Nadal, Roger Federer, Andy Murray y Novak Djokovic han ganado 37 de los últimos 41 torneos mayores—, ver al manacorí mordiendo el trofeo en París parecía lo más inevitable de todo.

El dominio que llegó a alcanzar Rafa Nadal en la tierra batida era sencillamente único. Que el resto del circuito necesite ver a un Nadal débil para imaginar una victoria no es más que una muestra clara del nivel que llegó a alcanzar su hegemonía. Por primera vez en una década, sin embargo, ahora parece haber motivos serios para dudar de su victoria, y lo que es peor: Nadal da la inquietante sensación de haber perdido algo. Probablemente, ni siquiera su décimo título podría disipar enteramente esta percepción.

El hombre que consiguió construir una tiranía en el ultracompetitivo tenis masculino ha vuelto de nuevo a su campeonato favorito con la intención de revalidar el título. Veremos a Rafa haciendo sus gestos característicos, rascándose la nariz, acomodándose la camiseta, apartándose un mechón de pelo. Lo veremos, además, una y otra vez de nuevo, porque nada de lo que hace Rafa Nadal habrá cambiado. Lo que sí puede haber cambiado es la forma en la que nosotros lo vemos. Y eso podría ser sencillamente decisivo.