En Jiufen puedes comer como en una película de Miyazaki

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Comida

En Jiufen puedes comer como en una película de Miyazaki

Comer en Jiufen es comer como un espíritu de 'El viaje de Chihiro', sólo hay que cuidarse de que la gula no nos convierta en cerdos.

Si alguna vez quisiste vivir en la imaginación del cineasta japonés Hayao Miyazaki, lo primero que tienes que hacer es comprar un boleto de avión a Taiwán.

Para los que no sepan, Hayao Miyazaki es un animador, escritor, director, productor y un genial cineasta japonés cuyo trabajo con Studio Ghibli ha resultado en varias de las películas animadas más creativas e influyentes de las últimas décadas. La princesa Mononoke, Mi vecino Totoro, Se levanta el viento y El viaje de Chihiro, son algunas de las favoritas.

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El sureste chino, el sureste japonés y Taiwán, densas ciudades modernas sorprendentemente limpias y cubiertas de abundante bosque tropical, han servido de inspiración para algunas de sus creaciones, especialmente para El viaje de Chihiro, su filme más conocido, lanzado en 2001 y ganador del Óscar para Mejor Película Animada en 2003.

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En la ciudad de Teipéi. Foto del autor.geeks

Si quieres vivir la historia de Chihiro en carne propia, sólo tienes que seguir las huellas de Chihiro en la ciudad de Taipéi.

Sube a un autobús (o a un taxi) cuando llegues a Taipéi y dirígete hacia los bordes irregulares de la costa nororiental de la isla. En aproximadamente una hora estarás bajando a las faldas de una pequeña montaña, en Jiufen, la ciudad amada por los del anime por ser el lugar en el que ocurre la historia de Chihiro —de hecho, gracias al éxito de la película, se convirtió en un destino gastronómico—.

El viaje de Chihiro cuenta la historia de una niña de diez años llamada, bueno, Chihiro, quien se muda a un nuevo vecindario con sus padres. En cuanto llegan, ellos son engañados y hechizados con comida por la bruja Yubaba, quien los convierte en cerdos. Chihiro se escapa de la maldición por no haber probado bocado, pero queda atrapada en un mundo de espíritus raros cuyas intenciones son dudosas. Nuestra protagonista se esfuerza mucho para cumplir con su misión en el mundo espiritual y así regresar a sus padres al mundo humano.

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Todo ocurre en Jiufen, el pueblo que fue centro de la fiebre del oro que duró desde 1893 hasta 1971 en la nación. Este pueblo rodeado de montañas fue hogar de nueve familias durante la dinastía Qing, y desde entonces todos los edificios y casas permanecen casi intactos, a pesar de la ocupación japonesa que vivieron en 1895.

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Foto del autor. Foto del autor

Ok, ya llegaste a Jiufen. Primero que nada, oriéntate. Esta ciudad se construyó verticalmente, así que encontrarás muchas escaleras y pasadizos que suben y bajan. Algunas avenidas corren paralelamente, como la Vieja Calle de Jiufen —la más famosa— que se distingue por sus toboganes e infinitas escaleras —ok, no infinitas, pero sí con más de 100 escalones— que corren perpendiculares a los conductos de drenaje. Las calles son sinuosas y están pavimentadas con adoquines. Algunas son tan estrechas y los edificios se encuentran tan cerca uno del otro que notarás que muy poca luz alcanza a llegar al pavimento.

Alumbrada con magníficas lámparas rojas, Jiufen es ahora una parada obligada de todo turista en Taiwán. Tiene fama de ser la meca del tentempié taiwanés, pues está atiborrada de puestos de comida que sirven bocadillos tradicionales como los huevos de té, el pastel de piña o las bolas de taro. El molesto ruido de los vendedores y el penetrante —aunque agradable— olor de la comida cocinándose al aire libre inunda el limitado espacio entre los edificios. Una vez al año el paisaje se despeja, pues los puestos callejeros de comida descansan en otoño, cuando se pueden apreciar las montañas cubiertas del verde del bosque y las cristalinas aguas del océano del Este de China. En esta época del año Jiufen es misteriosa y excepcionalmente hermosa.

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La comida en está llena de detalles confusos. Algunos de los platillos que aparecen son japoneses, como el onigiri, los konpeitō o el ishi-yaki-imo; y otras cosas son taiwanesas, como las delicias que encontrarás en la calle Jishan.

Tendrás que llegar hasta la parte más alta de Jiufen, y la caminata empinada hará que tu cansancio y tu hambre crezcan. Sabrás que llegaste al lugar indicado cuando veas muchos techos de lona de distintos colores, todos iluminados con luces cálidas y lámparas rojas. Aquí es donde se viene a comer a la Miyazaki.

Igual que en la película, encontrarás montañas de comida. Y, siguiendo los pasos de los padres de Chihiro, quizás también quieras abalanzarte sobre el primer puesto que veas para llenarte de salchichas taiwanesas (las mejores son las de la "Wu Di"), pasteles de arroz (salados o dulces, rellenos de mermelada, vegetales, frijoles, chícharos, o setas), carne asada (recomiendo la que vende "Jinzhi"), y muchas, muchas exquisiteces más. Sólo ten cuidado, los padres de Chihiro cayeron en la trampa de la gula; no vaya a ser que te pase lo mismo.

Cuando ya estés harto del sabor salado, ve directo por un helado de cacahuate al puesto de "A-Zhu". Pero no te atasques porque es apenas la primera ronda dulce. En realidad se trata de un postre a base de helado; es tradicional de Yilán, y está hecho de helado de cacahuate, apio y taro envuelto en una especie de masa hecha a mano parecida a la del rollo primavera. Es un bocado crujiente, pegajoso, frío, caliente, salado y dulce. Todo al mismo tiempo. Es fabuloso.

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Cuando los padres de Chihiro son convertidos en cerdos, ella corre gritando a las solitarias calles de Jiufen. Es literalmente un pueblo fantasma. Esquiva a los entes incorpóreos que pasean al atardecer por la Calle Shuqi hasta que conoce a Haku, quien le ayuda a navegar por el mundo espiritual en el que está atrapada. El centro del pueblo encuentra la casa que será su hogar durante un tiempo. Se trata de un spa para espíritus, propiedad de la malhumorada y despiadada bruja Yubaba.

Este spa es una copia idéntica del más grandioso edificio de Jiufen, la centenaria casa de té Armei, inconfundible por su majestuosa arquitectura china, sus largas filas de lámparas rojas y la cálida luz que brilla en sus grandes ventanales.

Cuando uno llega ante este recinto no le es difícil imaginar la escena en la que Sin Cara y Zeniba (la hermana gemela de Yubaba) se sientan a tomar el té acompañado de golosinas dulces. La única diferencia es que en la vida real no hay fantasmas (visibles) tomando baños en las tinas del spa.

Sin Cara, el espíritu amigable que acompaña a Chihiro durante toda la película, nunca está satisfecho. En el spa los trabajadores le ofrecen montones de comida, y él come, come y come hasta que su cuerpo se expande. Devora albóndigas fritas de pescado, caracoles, cerdos enteros, sushi y otras comidas japonesas como el tonkatsu (cerdo frito), con las que volvemos a la confusión culinaria, aunque eso realmente no importa tanto.

En la casa de té encontrarás, entre muchas golosinas taiwanesas, los pasteles que Boh, el bebé de Yubaba, come con tanto gusto. ¿No es increíble poder comer lo que comen en las películas, eso que se te antojó cuando lo viste en la pantalla? Bueno, a mí me parece que es genial.

La comida es una fuente de confort en El viaje de Chihiro. De hecho, un pastel mágico es el que le devuelve la salud a Haku y a Sin Cara; aunque Haku le advierte a Chihiro que debe seguir comiendo la comida del mundo de los espíritus o, de lo contrario, desaparecerá. Así es, comer la comida de otro lugar es volverse parte de ese lugar. Lecciones culturales con Miyazaki.

El viaje de Chihiro es real cuando uno está en Jiufen. No sólo en la parte visual y gustativa, sino en el contexto cultural. Comer en Jiufen es comer como un espíritu del mundo de Miyazaki, pero sin convertirte —literalmente— en cerdo.