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Cultură

¿Quiénes fueron los creadores de la bomba atómica española?

Tras Hiroshima y Nagasaki todos querían hacerse con el arma definitiva. Y Franco no iba a ser menos.
Imagen modificada vía patrulleros.com

Aunque no era ni de lejos un científico (si bien se aplicó de modo cartesiano a tareas como reprimir y eliminar cualquier atisbo de oposición política o social) el primer padre de la bomba atómica española no fue otro que Francisco Franco. Eran los años cuarenta, España era un país de cartillas de racionamiento, de vencedores y vencidos, de hambre, y en el otro lado del planeta un gigantesco hongo nuclear asesino hacia enmudecer al mundo. Tras Hiroshima y Nagasaki todos querían hacerse con el arma definitiva. Y Franco no iba a ser menos.

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A pesar de la gran penuria económica que vivía el país, Franco quería su bomba. La quería porque estaba aislado, porque Estados Unidos le daba la espalda, porque quería hacerse respetar y dar un puñetazo en la mesa internacional. Para conseguirla su primer paso fue crear en 1951 la Junta de Energía Nuclear (JEN), un centro científico en el que desarrollar las capacidades necesarias para poder controlar y aprovechar la energía atómica.

Y aquí es donde entran en juego otros dos padres de la bomba. El dictador encomendó la supervisión de la JEN a Agustín Muñoz Grandes, su mano derecha. Durante la II República Muñoz Grandes había sido el organizador de la Guardia de Asalto, para (tras su participación con el bando sublevado durante la Guerra Civil), codearse con Hitler, siendo el primer líder de la División Azul. Llego a ser vicepresidente del Gobierno. Y fue la persona del régimen a la que más atrajo la idea de que España tuviese su propio arsenal nuclear.

Y al frente de la JEN, a dirigir el cotarro, el Gobierno franquista puso a José María Otero. Era el mejor científico español de la época, acaba de descubrir la miopía nocturna —un hallazgo esencial para la aviación militar— y muchos aseguran que le habrían dado el premio nobel de haber nacido en otro país.

ÁTOMOS PARA LA PAZ

Todo un proyecto secreto para darle en los morros a la comunidad internacional, para llamar la atención del Tío Sam, y curiosamente la llave de la bomba se la dieron los americanos. Tras convertirse en el primer —y por ahora único— país del mundo en utilizar armas nucleares para asesinar civiles Estados Unidos quiso reconciliarse con el planeta. La solución pasó por compartir parte de los conocimientos alcanzados por los científicos del Proyecto Manhattan. Así se creó el programa Átomos por la Paz, para que las naciones amigas pudiesen tener su propia energía nuclear. Energía exclusivamente para uso civil, claro está. Nada de armas.

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España, tras muchos ruegos, consiguió entrar en este programa y aquí es donde aparece por fin el verdadero padre de la bomba: Guillermo Velarde. Era el año 1957y a Velarde —huérfano de ambos padres y una verdadera lumbrera que había intentado de todo para sacar a sus hermanas del hambre— le eligieron para este proyecto y le ofrecieron la oportunidad de su vida: irse a estudiar a Estados Unidos. Tras pasar por la Pennsylvania State University, donde estudió Física e Ingeniería Nuclear, Velarde comenzó a trabajar en Atomic International, en California, uno de los principales centros del mundo para el desarrollo de la energía nuclear.

EL TORO NUCLEAR QUE MATÓ A MANOLETE

Velarde fue feliz viviendo el sueño americano, lejos de una España tercermundista, hasta que la madre patria le llamó de vuelta al redil.

La llamada, en forma de carta, la hizo José María Otero poco antes de las navidades de 1962. La orden había sido dada. La dictadura quería su propia bomba atómica y Velarde iba a dirigir el proyecto. "Mucha gente llegó a trabajar en el proyecto sin saberlo", reconoció el científico en una entrevista que mantuvimos hace poco. Y es que el proyecto fue tan secreto que muchos de los que participaron en él nunca han llegado a saberlo.

Velarde desembarcó en la JEN, dedicada oficialmente al desarrollo de la energía nuclear para uso exclusivamente civil. En su sede, en plena Ciudad Universitaria de Madrid, se había montado el primer reactor nuclear de España. Y empezó el mayor proyecto secreto de la dictadura, un programa tan español que Velarde, al más puro estilo Mortadelo y Filemón, lo bautizó con el nombre de Proyecto Islero, en honor al toro que mató a Manolete.

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Según explica el propio Velarde, solo él y Otero Navascues sabían lo que se tenían entre manos. Y dentro de la cúpula del poder franquista, más allá del dictador y de Muñoz Grandes, pocos sabían de la existencia de este Proyecto Islero. Velarde comenzó a hacer sus cálculos y sus desarrollos científicos, para los que tuvo que pedir ayuda a colegas y compañeros, aunque nunca les decía exactamente para que eran sus tareas.

De esta forma, en la nómina de padres de la bomba, aunque sin saberlo, intervinieron de forma decisiva en el proyecto de la bomba Tomás Iglesias, director del Centro de Cálculo de la JEN; José Carlos Romero, de la División de Electrónica; Francisco Aguilar Bartolomé, comandante del Cuerpo de Ingenieros de Armamento —posiblemente el mejor científico español en explosivos—; Jacobo Díaz Díaz, jefe de la Sección de Metalurgia; y Carlos Sánchez del Río, director de la División de Fusión.

A pesar de tanto rollo confidencial, de tanto ultra secreto, esto era España. Y aquí todo acaba sabiéndose. "Sabíamos que había militares, aunque llevasen bata y no uniforme", explica Guillermo Castañeda, un reputado ingeniero eléctrico que trabajó varios años en la JEN durante la década de los 60. "Sí, se hablaba de una bomba atómica, pero eran solo rumores", apunta ahora, más de medio siglo después.

UN PADRE GABACHO

La planta de Vandellòs, capaz de producir plutonio gracias a De Gaulle. Imagen vía Wikimedia Commons

Los americanos siguieron, sin saberlos, aportando su granito de arena a la bomba made in Spain. El 17 de enero de 1966 dos aviones americanos chocaban sobre Palomares (Almería), arrojando sobre el litoral almeriense cuatro bombas termonucleares —1.000 veces más potentes que las atómicas—.

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La dictadura mando rápidamente a Velarde a Palomares y el científico militar, antes de que se dieran cuenta los americanos, analizó los restos y descubrió una parte crucial del funcionamiento de las bombas de los americanos. Tras años de cálculos, dio con la clave: redescubrió el método Ullam Teller, el secreto mejor guardado de Estados Unidos y la llave para las verdaderas bombas termonucleares.

"La idea era producir 36 bombas de plutonio, de las cuales 8 se reservarían para ser las iniciadoras de bombas termonucleares". Velarde pronuncia estas palabras con verdadera nostalgia, y es que estaba todo preparado. Se habían desarrollado los conocimientos técnicos y científicos necesarios. Había incluso un presupuesto para las pruebas nucleares en el Sáhara Español por un importe de 8.700 millones de pesetas. "Hubiésemos sido el quinto país del mundo en tener bombas termonucleares", según explica Velarde.

Teníamos hasta el plutonio enriquecido, y todo gracias al último padre de la bomba, curiosamente un padre gabacho: el general Charles de Gaulle. Fue De Gaulle, en su ansia por romper el monopolio que los yanquis y los soviéticos tenían del armamento nuclear, quien ofreció a España la tecnología para obtener el combustible para las bombas (hizo los mismo con Israel, ayudándoles a montar la planta nuclear de Dimona que los israelíes siguen negando). De Gaulle proporcionó a España la tecnología con la que se montó la central de Vandellós 1 (Tarragona), capaz de producir el plutonio necesario para las bombas.

Y EL PADRE MATÓ AL HIJO

Todo estaba preparado hasta que Franco, el primer padre de la criatura, decidió cortar por lo sano. Como Saturno devorando a sus hijos, decidió darle el tiro de gracia al Proyecto Islero. Dio la orden de pararlo todo. Tenía miedo a que los americanos se enterasen y impusiesen sanciones económicas a un país que, gracias al desarrollismo y a las suecas que iban a Torremolinos, empezaba a salir del pozo tras décadas de miseria. El resultado fue que Velarde tiró por la borda su mejor trabajo, tiró sus mejores años a la basura, y se quedó sin la gloria que, en otros países, se otorga a los padres de los proyectos nucleares.