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El gran valle de Rift en Kenia es el lugar del que han surgido algunos de los corredores de fondo más talentosos del planeta. A principios de este año, viajé hasta las cumbres de sus montañas para fotografiarlas. Fui acogida por las familias de los grandes campeones para documentar así su día a día, mientras los atletas se preparaban para sus respectivas competiciones internacionales.
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En las cumbres de Kenia el despertador suena cada mañana a las 5:50. Todo el mundo dispone de 7 minutos para vestirse, y de tres más para personarse escaleras abajo. A las seis en punto de la mañana arranca la extensa preparación matutina. Mientras los atletas caminan por las polvorientas calles de Kapsabet, el sol rompe por el horizonte y despierta al resto de la aldea. Los niños que caminan rumbo a la escuela se cruzan con los mejores fondistas del mundo.
Hace muchos años que mucha gente persigue explicar los motivos de los increíbles logros conseguidos por los corredores locales. Los estudios han analizado la localización geográfica, la dieta, la genética, y hasta la influencia de las caminatas a diario hasta la escuela, para descifrar el secreto de su éxito. Es posible que haya algo de verdad en todas esas teorías.
Los atletas tienen una explicación mucho más simple: el único secreto es que trabajan duro. Correr es también su válvula de escape para la pobreza en la que han nacido. Invierten muchas horas y se cuidan. No beben alcohol y duermen bien. Aquí no se ven dispositivos que monitorizan el rimo cardiaco ni lociones especiales ni bebidas energéticas impronunciables.
Simplemente caminan, a menudo descalzos, cada día.