En la década de los sesenta se formó una pandilla de jóvenes marginados en Hawkes Bay, Nueva Zelanda. Estos jóvenes no andaban en motocicleta pero tenían todas las características de un club de motociclistas: parches, colores oficiales y un proceso de iniciación increíblemente violento. Se hicieron llamar Mighty Mongrel Mob (la poderosa pandilla mongrel) y hoy en día son la pandilla más grande del país porque tienen alrededor de 30 divisiones repartidas a lo largo y ancho de las dos islas.
Los medios rara vez tienen acceso a la Mongrel Mob, por eso es tan importante esta serie de fotografías de Jono Rotman. Jono es un fotógrafo originario de Wellington, Nueva Zelanda, que ahora vive en Nueva York. Sus primeras series fotográficas fueron en cárceles y hospitales psiquiátricos de Nueva Zelanda. Más tarde, en 2007, empezó su proyecto con la pandilla Mongrel Mob. Le preguntamos cómo convenció a los miembros de la pandilla de que posaran para la cámara y qué fue lo que aprendió en el proceso.
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VICE: Hola, Jono. ¿Cómo contactaste a la pandilla?
Jono Rotman: Primero llamé a la policía de Nueva Zelanda y pedí hablar con el funcionario de enlace de pandillas. Él me proporcionó una lista de teléfonos de personas que son el puente de comunicación entre las pandillas y la policía. Al principio quería retratar a todas las pandillas de Nueva Zelanda pero después decidí enfocarme únicamente en Mongrel Mob.
¿Cómo los convenciste de que estas fotos eran una buena idea?
Les expliqué que mi objetivo no era “contar su historia”, ni exponerlos, ni nada por el estilo. Les dije que quería hacer una serie de retratos marciales. Sea cual sea el puesto que ocupa la pandilla en la jerarquía social, estos hombres se comprometieron a un credo, han peleado en batallas y han dado hasta su vida. En sí, mientras más honesto les parecía el proyecto, más entendían que lo que quería era producir algo mucho más complejo que una postal cultural. Cuando los jefes dieron su aprobación, todos los que ocupaban rangos más bajos estuvieron dispuestos a cooperar. Se guían mucho por la jerarquía.
¿Tenías miedo?
Claro. La historia de Mongrel Mob es muy sangrienta. Además, en Nueva Zelanda hay muy pocas armas, por lo tanto, es obvio que estos hombres ponen su vida en juego para demostrar sus capacidades. Tal vez por eso son tan directos, porque no tienen nada que probar. Aunque no lo dijeron, sabía que podían matarme si me metía con ellos.
¿Podrías contarme sobre el primer retrato que tomaste?
Viajé a Porirua a retratar a Denimz, el tipo que tiene un perro tatuado en la mejilla. En esa zona hay muchas viviendas sociales y viven muchos maorís e indígenas de las Islas del Pacífico. Pero la casa de Denimz es bonita, tiene una linda familia y es muy organizado. A medida que envejecen, su perspectiva se amplia: dejan de enfocarse en disputas territoriales y se preocupan más por la salud de su comunidad. Cuando nos conocimos, traté de ser lo más directo posible. Como en ese entonces aún no sabía como tratarlos, simplemente le expliqué lo que quería hacer y él me aclaró lo que no estaba dispuesto a hacer.
¿Cómo son sus casas en general?
Muy limpias. Como muchos son casados y han estado en la cárcel, tienen una actitud muy estricta en lo que respecta a la limpieza. La mayoría de los miembros que retraté eran mayores, por lo tanto, sus vidas eran mucho más ordenadas. Aunque sí había uno que otro que vivía en condiciones miserables. En general no son ricos y sus hogares no son ostentosos.
¿Y cómo son en persona?
Su carácter es fuerte por las cosas que han tenido que enfrentar en su vida. Mi trayectoria como fotógrafo es larga y he conocido a muchas personas famosas y aclamadas. Sin embargo, en mi opinión, la mayoría de los mafiosos resultan ser mucho más sorprendentes. Tomé alrededor de 200 retratos en total. En sí no tuve malas experiencias más que unos roces al principio. A veces había quienes malinterpretaban mis intenciones pero, la verdad, estaban totalmente equivocados.
¿Pasó algo que te haya impresionado?
Te voy a contar una anécdota. Los acompañé a un recorrido por todo el país en honor a sus hermanos caídos. Íbamos en una caravana de 30 V8 Fords, o “Henries”, como les llaman ellos. De pronto llegamos a territorio Black Power, la pandilla enemiga.
Cuando los tipos de Black Power vieron al primer grupo de Henries entrar a la ciudad, aparecieron seis tipos con ladrillos y bates de beisbol, y atacaron a la caravana. Después llegaron los demás autos de Mongrel Mob y se hizo un alboroto en plena avenida principal. Por suerte llegó el jefe de Mongrel Mob y paró la pelea. De lo contrario, habría sido una masacre para los Blacks puesto que los de Mongrel Mob los superaban en número.
¿Qué aprendiste en los ocho años que conviviste con Mongrel Mob?
Fui más allá de la Nueva Zelanda que conocía. Estar con ellos me ayudó mucho a comprender cómo es mi país. La mayoría de la población no tiene la necesidad de unirse a una pandilla porque tiene acceso a una buena educación y esa clase de cosas.
Como artista, me interesa sintetizar la naturaleza humana y, en mi opinión, las pandillas representan una serie de impulsos humanos llevados al extremo. De cierta forma, son puras. Quería comprobarlo y lo hice. Sin embargo, a medida que la relación evolucionó, el enfoque de la obra se volvió más complicado. Haber conocido a un grupo de personas que vivieron cosas tan diferentes a lo que yo viví y que me hayan recibido con los brazos abiertos fue una experiencia que me abrió los ojos. También me ayudó a entender las fuerzas que formaron lo que hoy es Nueva Zelanda. Esta pandilla tuvo mucho que ver.
Entrevista por Julian Morgans. Síguelo en Twitter.