Un día, hace cuarenta y dos años, un jovencísimo Brad Elterman decidió saltarse las clases e ir con su coche a unos estudios de grabación para intentar fotografiar a David Bowie. Finalmente consiguió la instantánea, que acabó en un desplegable de la revista Creem y supuso el inicio de una arrolladora trayectoria profesional que definiría la historia de la fotografía del rock ‘n’ roll. En lugar de las clásicas imágenes de conciertos, Elterman capturaba momentos espontáneos de las vidas de los grandes mitos de la música de esa época: paseando en coche, comiendo patatas fritas, saliendo de aseos portátiles… haciendo lo que haría cualquiera de nosotros, en resumidas cuentas. Casi medio siglo después, Elterman —que colabora ocasionalmente con VICE— descubrió que en eBay vendían una colección de negativos suyos, los compró y aprovechó la ocasión para rememorar viejos tiempos.
Hace poco tuve la oportunidad de charlar por teléfono con Elterman, que me contó su experiencia con la realeza del rock, su reencuentro con los negativos que perdió hace tiempo y qué echa de menos de aquel pasado glorioso.
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VICE: Para empezar, ¿cómo acabaron las fotografías en eBay?
Brad Elterman: En los setenta era un fotógrafo muy prolífico y enviaba diapositivas en color y copias en blanco y negro de mis fotos a revistas de todo el mundo, aunque me quedaba y archivaba los negativos en blanco y negro. Hace unos años, durante un viaje a Tokio, volví a visitar las oficinas de Shinko Music, la editorial que publicaba las revistas Music Life y Rock Show. Ellos me publicaban todo lo que les enviaba y al final me convertí en su corresponsal en Los Ángeles.
Cuando llegué, la editorial ya no estaba, y un vigilante de seguridad, ya mayor, me explicó que se habían ido hacía años y que no tenía ni idea de qué habían hecho con los archivos de la editorial. Resultó que no era un caso aislado y que todas las publicaciones que les había enviado habían acabado en la basura y los archivos, desaparecidos.
Dejaron miles de fotos analógicas en manos de la gente que rebusca en la basura. No es que sea un tonto que vaya perdiendo negativos por ahí.

¿Por cuánto los vendían y por cuánto los compraste?
Recuperé varias de mis diapositivas en color por 20 dólares, y el pliego de prueba por 70. Para mí, este tenía más valor que cualquiera de las otras cosas que había en venta, así que no me importó demasiado pagar por él. Algunas de las fotos de la lista tenían pies equivocados; se notaba que el que las vendía no tenía ni idea. Conseguí recuperar todos los negativos del concierto de Neil Young en 1976. Esas fotos no eran cualquier cosa. En aquel concierto, Stephen Stills subió al escenario y actuó, y luego se dieron la mano. Fue un momento emblemático. Tenía que recuperar esos negativos.
¿En qué momento de tu vida estabas cuando hiciste esas fotos?
Aún era un chaval. Esa primera fotografía de David Bowie me cambió la vida por completo. Antes de hacerla, una vocecita en mi cabeza me decía, “Esto puede salirte mal y la gente te va a juzgar”, pero a pesar de todo, tuve los cojones de hacerlo. Cuando eres joven, simplemente coges aire y te lanzas. Después de que la foto apareciera en Creem, el buzón se me llenó de ofertas. Luego terminé las clases en el instituto, hice el curso preuniversitario y me matriculé en Cal State Northridge. Al final dejé los estudios porque tenía muchísimo trabajo y no podía con todo.
“No era el clásico fotógrafo de rock ‘n’ roll porque no tenía el menor interés en hacer fotos de gente tocando la guitarra. Yo hacía fotos fuera del escenario; ahí es donde estaban las verdaderas historias, esas eran las imágenes que las revistas buscaban desesperadamente”
¿Qué es lo que más te sorprende al ver estas fotos?
Me recuerdan lo inquieto que era de joven; era como una máquina. Hay mucho trabajo detrás de todas estas fotos. La parte fácil era hacerlas. El trabajo empezaba con una investigación para averiguar dónde iban a actuar las bandas: el Rainbow, el Roxy, el Starwood, Carlos and Charlie’s, el Sugar Shack, etc. Al final del concierto, a eso de las dos de la madrugada, cuando todo el mundo estaba de fiesta o destrozado, yo me iba a casa, revelaba los carretes y los positivaba antes de irme a la cama, porque tenía tal subidón de adrenalina que no podía dormir. Mi madre era pintora, y convertí una parte de su estudio del sótano en un cuarto oscuro. Por la mañana, mi madre bajaba y al ver las fotos me preguntaba, “¡Puaj! ¿Quién es ese?”. Siempre me apoyaba y fue la mayor crítica de mi obra.
¿Qué era lo que más te interesaba fotografiar en la década de 1970?
No era el clásico fotógrafo de rock ‘n’ roll porque no tenía el menor interés en hacer fotos de gente tocando la guitarra. Eso ya lo hacían muchos otros fotógrafos; a mí no me interesaban esas fotos genéricas de conciertos. Yo hacía fotos fuera del escenario; ahí es donde estaban las verdaderas historias, esas eran las imágenes que las revistas buscaban desesperadamente. En el concierto de Mink DeVille, por ejemplo, no me molesté en hacer ni una foto de Willy en el escenario, pero me fui al backstage y le saqué varias fotos mientras estaba con su mujer, Toots. Fue muy especial.

Quería fotografiar todo lo que hubiera nuevo, todas esas bandas geniales de las que tanto se hablaba en periódicos británicos como Sounds, NME y Melody Maker. Un día, el guitarrista de los Sex Pistols, Steve Jones, se vino a pasar el día a la piscina de mi casa e ¡hice varias fotos! Cuando empecé, mi sueño era fotografiar a Bob Dylan, supongo que porque nunca salía y no le gustaba nada posar ante las cámaras. La apoteosis de mi trayectoria se produjo la noche que conocí a Bob y me pidió que le hiciera una foto junto a Robert De Niro en el backstage del Roxy en 1976.

Qué imágenes destacarías especialmente?
Todas las de Joan Jett. Era mi musa, una mujer muy carismática y extremadamente fotogénica. Los dos éramos muy tímidos, pero ella me dio todo un máster en confianza para poder hacerle estos retratos.

¿Qué sentimientos te evocan estas fotos, cuarenta años después?
Me traen muchos sentimientos. Hice todas estas fotos siendo un adolescente y ahora tengo 60 años, así que las fotos me llevan a mis días de juventud. Algunas de las personas que retraté ya no están entre nosotros. Además, me sirven de inspiración. Ahora mismo estoy escribiendo el guion de una película sobre cómo era la profesión de fotógrafo en los setenta, y cuando miro las fotos, muchas veces me vienen recuerdos que acabo incluyendo en el guion.
¿Qué ha cambiado en Los Ángeles desde los setenta? O quizás, ¿dirías que hay algo que no ha cambiado en todo este tiempo?
Algunos edificios siguen en pie. A fin de cuentas, Los Ángeles es una ciudad de primera. Sigue habiendo soñadores, pero van y vienen. En todo caso, quedan muy pocos sitios de los que yo solía frecuentar en aquel entonces. El Whisky y el Roxey aguantan, y también el Rainbow Bar y Grill. Estos clubes siguen teniendo el mismo aspecto que antes, solo que ya no están mis amigos. Yo siempre era el más joven de los presentes y conocía a todo el mundo. Ahora es al revés. Nos es nada fácil convencerme para ir a ver algún concierto, últimamente, pero tampoco estoy todo el día encerrado. Hace poco fui a fotografiar a los Sunflower Bean y estuve con ellos en el backstage. Fue surrealista. Estábamos exactamente en el mismo camarote en el que estuve con Dylan y De Niro hace más de cuarenta años.
¿Cómo han evolucionado tu estilo fotográfico y tu forma de abordar la fotografía?
No han cambiado nada. La mayoría de los editores me piden que no cambie nada y que haga las cosas como si estuviera en 1977, con Joan Jett.



















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