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El fotógrafo Hugh Holland estaba en el lugar correcto en el momento adecuado, dice. En concreto, en Los Ángeles en 1975: “El skate estaba sucediendo en muchos lugares, pero en ninguno como en California”, explica por teléfono desde Los Ángeles, donde aún vive a sus 74 años. “Parecía que era el centro de todo”.
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Las fotografías que Hugh tomó de los chicos con pelo largo y piel dorada destruyendo las colinas de Hollywood y desgarrando sus bulevares documentan los orígenes de la cultura skate.
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En el transcurso de tres años, Holland tomó miles de fotos de la escena del patín mientras pasaba de ser una actividad subversiva que se practicaba después del colegio a erigirse como un deporte profesional, con concursos, patrocinios y miles de accesorios de moda de por medio.
Las imágenes que ilustran este artículo estuvieron guardadas en cajas sin clasificar en su casa durante décadas, pero el pasado verano resurgieron en una exposición en la Blender Gallery de Sidney, Australia.
¿Cómo te involucraste en la fotografía del skate?
Simplemente estaba aquí, en el sur de California, viviendo en Hollywood. No estaba particularmente interesado, pero me di cuenta de que había un movimiento con mucho potencial y me gustaba y disfrutaba viendo a esos niños patinando. Tenía aproximadamente 32 años y al descubrir a los skaters, gasté todo mi dinero extra en carretes y revelados. Antes de eso, había estado revelando principalmente en blanco y negro.
¿Por qué cambiaste a color?
Simplemente me pareció mejor para estas imágenes. Conseguí un nuevo laboratorio fotográfico que vendía los rollos de película re envasados, pero que no habían sido utilizados. Tenían esa tonalidad suave y cálida de las películas antiguas, que de cierta manera inició mi estética.
¿Recuerdas la primera fotografía que tomaste?
Empecé a fijarme en los skaters porque estaban en todas partes y un día los vi patinando mientras conducía por Laurel Canyon. Vi unas cabezas pequeñas flotando en la superficie de la carretera -ya que lo hacían sobre una zanja que estaba por debajo del nivel del suelo-, así que me detuve en la calle más cercana, regresé y empecé a fotografiarles.
Me recibieron con los brazos abiertos porque yo era el único con una cámara. Tenían skateboards nuevos procedentes de Europa que les daban tracción en la vertical, por lo que todos tenían trucos nuevos de los que presumir. Comenzaron en las zanjas de drenaje en las colinas (casi siempre están secas porque es raro que llueva en California). No pasó mucho tiempo antes de que descubrieran las piscinas vacías, y como yo tenía coche me incluyeron en el grupo.
¿Qué piensas de la fascinación actual de la gente con estas fotos?
Me he dado cuenta de que las personas que más se interesan son las que trabajan en el mundo de la moda. Dov Charney [fundador de American Apparel] vio una de mis fotos en una pared en una fiesta y la utilizó para sus tiendas, dijo que le fascinaban los años setenta. Y era verdad, usaba largos collares puntiagudos y tenía patillas.
Algo que detestaba eran esos calcetines que usaban todos. Dov dijo, “¿En serio? A mí me encantan los calcetines. Vamos a incorporar los calcetines, mañana mismo hablo con un proveedor”. Eso fue en el año 2005 más o menos, ahora tengo 74 años y ya no me desagradan los calcetines. De hecho, hasta me empiezan a gustar.
¿Por qué dejaste de fotografiar la escena en 1978?
Perdí el interés porque las cosas empezaron a cambiar. Comenzó a haber skateparks y concursos: de repente todos los skaters estaban vestidos con camisetas con logotipos de las empresas, rodilleras, coderas y cascos. A mí me interesaba la época en la que no llevaban camisetas, ni calcetines, ni zapatos.
¿Cuántos años tenía la mayoría de los chicos por aquel entonces?
Eran adolescentes de entre 13 y 19 años. Yo trabajaba principalmente entre semana, así que salía por las tardes. Otra razón por la que me gustan mis imágenes es que tienen ese look de puesta del sol -porque no tenía la oportunidad de fotografiarlos antes-. Además por aquella época había esa niebla provocada por la contaminación que cubría toda la ciudad, lo que le otorgó ese filtro amarillento y anaranjado. Fueron años bonitos.
Este artículo se publicó originalmente en i-D