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A finales de octubre y principios de noviembre, los mares y los océanos despiertan del letargo veraniego. Es entonces cuando los surfistas de olas grandes vuelve a encerar su tablas más largas y puntiagudas, para estar listos cuando los partes meteorológicos informen de tormentas y mares revueltas.
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Una cosa es acariciar al husky del vecino y otra muy distinta trabajar como adiestrador de leones; pues lo mismo ocurre con ser surfista a secas o ser surfista de olas grandes. Los especialistas viven preparados para entrar al agua y sufrir una auténtica paliza, porque no hay otra manera de describir lo que sienten cuando les aplasta una mole que pesa igual que una columna de 300 coches.
La recompensa es tan grande como el peso y el tamaño de las olas, ya que surfear estas maravillas aterradoras de la naturaleza es una sensación reservada a muy pocos afortunados (y temerarios) deportistas. Como estas fotografías, debe ser algo muy bello.