Barba, pelo largo, mochila, vaqueros desgastados y una cámara en la mano. Mientras subo los peldaños de las escaleras de Plaza Colón sé que estoy cruzando líneas enemigas. Ya desde lejos empiezo a escuchar a un grupo de personas gritando: “no queremos comunismo”, “fuera rojos”, “Esperanza al poder”. El ambiente es tenso. Sé que no voy a pasar desapercibido, pero hay que intentarlo.
Tras sortear una fila de tres o cuatro lecheras me encuentro con que a la convocatoria no han acudido ni siquiera los cuatro gatos de Falange, MSR, Democracia Nacional y demás grupúsculos ultraderechistas que frecuentan este tipo de actos plagados de banderas rojigualdas, bigotes, abanicos de ganchillo y algún que otro grito de “arriba España” acompañado del correspondiente saludo fascista.
Videos by VICE
Esta vez solo hay yayos agresivos, jóvenes con Ray Ban de colores, camisetas de la selección de fútbol y algún que otro cachorro centrista repartiendo panfletos que animaban a manifestarse para crear un frente anticomunista. Todo transcurre con normalidad hasta que los cámaras de La Sexta deciden adentrarse en el ojo del huracán para sacar un par de planos de un pequeño inmigrante que grita “fuera los rojos” mientras sacude una rojigualda que le cubre por completo. Es entones cuando los más exaltados del lugar aprovechan la situación para calentar el ambiente gritando a los periodistas, desde la retaguardia, “fuera comunistas”, “os vamos a quemar”, “largaos a Venezuela”. La UIP empieza a preparar su intervención.
En ese momento un yayo con gafas de pasta, camisa de rayas y chaleco de caza empieza a liarla parda. Eleva el tono de las agresiones verbales hacia los cámaras y fotógrafos. Se acerca amenazando con el puño en alto. Para colmo, una mujer mayor recién salida de la peluquería, con pulseras y pendientes de perlas a juego, no deja de animarle señalando a la prensa con su dedos arrugados por la edad. “A mi no me grabes que te doy, que te doy…”. Y al final le dio.
Pablo Machuca, joven periodista de El Huffington Post, recibe un golpe directo del yayo en cuestión que provoca la caída de su cámara réflex y la rotura del filtro que cubre la lente del objetivo. El ambiente termina de caldearse y los manifestantes, todavía más nerviosos por la irrupción de la UIP, empiezan a intentar agredir, en la medida de sus limitadas posibilidades, a los periodistas que allí nos encontramos.
Después de recibir un par de empujones y algunos insultos, un hombre se acerca caminando, tranquilo y me comenta en voz baja: “no todos somos así, no se dan cuenta de que esto es lo que quiere la prensa amarilla”. Asiento, le doy la razón y salgo del pogo formado por periodistas, policías, transeúntes exaltados y personas mayores con demasiado afán de protagonismo.
Empiezo a pasear y a escuchar conversaciones que tienen lugar en varios grupos de personas formados alrededor del follón. “Madrid de derechas, hombre, como tiene que ser”, comenta una mujer de unos 45 años. “Manuela, a la hoguera, que no cuela… Manuela, encima de roja, la más fea”, dice otro abuelete tratando de demostrar su supuesta vena poética. Otros parecen preocupados porque esta alcaldesa va a fomentar la llegada de inmigrantes a la ciudad.
A pocos metros veo a un grupo de mujeres de mediana edad increpar a los periodistas: “fuera, fuera La Sexta, fuera Cuatro”, “largaos a Venezuela, seguro que allí no os dejarían ni trabajar”. Frase curiosa, pensamos los periodistas presentes, mientras reflexionamos sobre la peculiar concepción de libertad de prensa que tienen las señoras mientras insultan a los que trabajamos en los medios.
Poco a poco el ambiente en Colón se relaja. Una minoría propone ir caminando hasta Ferraz para manifestarse ante la sede del Partido Socialista. Espero unos minutos más por si la propuesta prospera. Finalmente fracasa. Me voy andando hasta la parada más próxima de Cercanías.
Ya dentro del vagón, durante el trayecto que va desde Recoletos hasta Atocha, veo a un manifestante sentado en el banco, cansado. Lleva una especie de carro de la compra plegable apoyado en el asiento. En una pequeña curva, se le cae. Una mujer musulmana con hiyab, sentada al lado del que parece ser su marido, levanta el carro y se lo devuelve con una sonrisa. El manifestante, que poco antes voceaba contra los “rojos” y los “ilegales”, recoge su compra sin mirar a la mujer que le acaba de ayudar. Se levanta y se va. Baja en Atocha.