Fotos por Mateo Rueda
La primera vez que fui a una fiesta de música electrónica quedé fascinada. Estrenando la cédula fui con un amigo a Baum sin saber quién tocaba, sin siquiera conocer este tipo de música y me encontré con un tipo de rumba complétamente diferente.
Videos by VICE
Lee también: El techno salvó mi vida social
Estábamos ahí, 300 personas ante una cabina, un hombre detrás de ella, y en sus manos un sin fin de posibilidades para pilotear la noche. Track tras track, el DJ iba trazando un camino, contando una historia a partir del sonido, impregnándonos de emociones por medio de la manipulación de BPMs. En el club estábamos por él, o de pronto no, pero por él nos quedamos. Trescientas personas bailando juntas, al mismo ritmo, con la misma música, pero cada uno en su mundo. Finalmente entendí la canción de Indeep: “last night a DJ saved my life”.
Lee también: Por favor: déjame bailar sola
Y así comenzó una búsqueda, una cacería de emociones gestadas en el sonido. Soy periodista, vivo rodeada en lo visual y en las palabras. Desde hace un año el sonido, la música, son mis fuentes de trabajo, por ende, me he sumergido en ella. Con el tiempo he ido aprendiendo sobre más productores, DJs, sellos, la diferencia entre un live y un dj set; pasé de escuchar sólo Tame Impala y Metronomy a escuchar a Traumprinz, Telepop y a NguzuNguzu; a suscribirme y escuchar podcasts como hobbie, a especializarme en el sonido de la electrónica andina. No he ido a ningún Estereo Picnic, pero sí he estado en todo festival de música electrónica realizado en Bogotá desde el 2015, me he llevado hasta a mi mamá para mostrarle un poco de mi mundo. Vivo en una constante búsqueda de experiencias sensoriales nuevas, atenta a los sonidos y cómo estos influyen en mi estado de ánimo, viajando a las diferentes dimensiones que el DJ me propone.
Porque eso es un DJ, la persona en cuyas manos pones tus sentidos, a quien le das la confianza necesaria para bailar con los ojos cerrados y el reto de convertir esa noche en una para el recuerdo.
De la búsqueda de experiencias nació la curiosidad. Recientemente me he convertido en una de esas personas que va al club a bailar, sí, pero se ubica junto al booth y no pierde de vista ninguno de los movimientos del DJ. Recuerdo la fiesta de halloween de este año, N.G.L.Y. tocaba su live act frío y crudo en Video Club, y yo, anonadada, inventariaba sus movimientos, sus máquinas, recorría con la mirada los cables de sus equipos, contaba sus modulares, intentaba memorizar qué botón producía qué sonido.
Desde esa noche tengo ganas de hacer música, de contar historias por medio del sonido. Reunir gente a través de mis arcos sonoros. Llevarlos de un punto a otro sin que lo noten, pero que lo disfruten. No quisiera ser de esas personas que solo ponen éxitos, quiero en cambio adentrarme en todo el género y poner música que transmite, que trasciende. Esa que los pone a todos a bailar y, por qué no, como dice la canción, salve vidas.
Ya estaban las ganas. El problema ahora era: ¿quién me enseñará a hacerlo?
Inicialmente me acerqué a algunos amigos productores con la esperanza de que me ayudaran con una pequeña introducción a algunos tornas, unas CDJ o algún programa de producción que no fuera Garage Band. Sin embargo, celosos ellos, nunca me sacaron tiempo en su agenda. Desanimada por la falta de colaboración, una noche regresando a casa en Transmilenio me encontré con la respuesta: un aviso de una academia especializada justo en frente de mí, que preguntaba “¿Quieres ser DJ, productor o técnico en audio?”.
¡Claro! ¿Qué hay que hacer?
Llegué entonces a mi casa, le pregunté a Internet y encontré la página de DNA Music. Ahí me enteré que se trataba de una academia ubicada en Bogotá y que desde hace nueve años anda formando DJs y productores en el país. Además de su sede en la capital, tiene otra en Barranquilla y en ambas se trabaja lo electrónico en un sentido amplio. Grandes nombres de la electrónica comercial en Colombia, como Cato Anaya, Moska y Ortzy han pasado por aquí, un lugar que lleva tres años seguidos ganándose el premio a la mejor academia en los Colombia Dance Awards y que, además, este año fue la primera academia galardonada en los Premios CEC.
Todo pintaba bien.
Según pude constatar, la academia cuenta con cuatro programas de estudio: DJ profesional, DJ y productor, Productor de audio y Técnico profesional en edición, grabación, mezcla y masterización de sonido. Sus programas académicos están certificados por la Secretaria de Educación, Ableton Live y Avid. Tiene también cursos libres y planea iniciar en febrero el programa de Empresario de la Música, para gente que quiera formarse en este negocio tan cambiante y tan difícil. Sonaba justo como lo que buscaba. Lo chévere parecía ser que se trataba de programas modulares, por paquetes, es decir que si quería completar el programa de DJ profesional debía aprobar con éxito los módulos de Mezcla básica y Mezcla avanzada, pero si en el camino también quería aprender a producir en Ableton, FL Studio o Protools, también podía hacerlo tranquilamente, y así estaría completando el programa de DJ y productor.
Como anillo al dedo.
Así que fui a la academia.
DNA Music está ubicada a pocos metros de la estación de la Universidad Nacional y sus aulas están repartidas en dos edificios. Yo llegué al principal, un bloque blanco de cuatro pisos en los que hay oficinas, aulas, estudios de grabación, cabina de radio y un salón grande, como para realizar eventos. Mientras recorría el edificio, me llegaban sonidos provenientes de las distintas aulas. Pasando la calle está la casa en la que enseñan Mezcla 1, 2 y 3. El edificio retumbaba a EDM.
Decidí entrar a hacer el curso de DJ profesional, que tiene una duración de seis meses tomando ocho horas de clase semanales. Fácil y apropiado para mí. El horario elegido fue el de 6 de la tarde a 8 de la noche, y ya con esto decidido, manos a la obra.
Pero antes de lanzarme al ruedo tenía que saber con qué estaba jugando.
Lo primero fue tomar un par de cursos virtuales, ya saben, para llegar aprendida.
DNA Music tiene una herramienta buenísima para esas personas que confían ciegamente que a punta de videos se puede aprender cosas. Es una plataforma virtual en la que encuentras en video los contenidos de las clases. Como yotubers académicos en ingeniería de sonido. Vi los primeros cinco videos y ya me relajé. Tenía toda la teoría básica necesaria, ahora venía la práctica.
Mezcla uno es lo primero. Lo básico, básico, básico. El logro inicial de este curso, es aprender a hacer eso que define si un DJ es bueno o malo: el difícil arte de empatar los tracks, lograr transiciones armónicas, que no se sienta el cambio. Porque es terrible tú andar en tu viaje, feliz bailando, y que el DJ la cague porque no pudo coordinar la velocidad de los dos tracks, y quedas tú como en un limbo todo incómodo, dejas de bailar porque ya no entiendes cómo debes moverte.
Lee también: ¿Cómo decirle a tu mejor amigo que es muy mal DJ?
He leído muchas historias de DJs que aprendieron empíricamente, como John Digweed o Barnt, estando en clubes, teniendo un mentor que los guiara. Aprendieron en fiestas y yo me imaginaba que algo así iba a pasar aquí.
Pero no. Nada que ver. Llegué a clase a las 6 y me encontré con Oscar Daza, quien sería mi profesor de Mezcla uno y dos. Este módulo se hace con tornamesas de las clásicas y a la vieja escuela, como debe ser: un par de Technics 1200 pintadas de morado y un mixer empostrados contra una pared en la que había un mural muy pintoresco en el que se veían muchas manos en el aire. Put your hands up! Hicimos una intro básica. Yo no quería teoría, a mí denme acción. ¡Discos, Óscar, dame discos!
Me los dio y al parecer no me fue tan mal. Entre los frutos que he cosechado durante mi tiempo en Thump parece estar el buen oído. No me tomó muchos intentos encontrar el primer golpe de los tracks. Lo complicado fue ajustar la velocidad y determinar en qué momento soltar el track porque estaba tocando con los vinilos de la academia y no conocía la música. Tuve que escuchar y devolver los tracks muchas veces para sentirme cómoda con el empate.
Yo estaba sola en una sala y en la de al lado estaba Juliana, una chica que estaba haciendo el programa intensivo y me llevaba ventaja. Me junté un rato con ella para compartir la unidad y me explicó cómo ella lo hace. Ya tiene un movimiento de muñeca desarrollado, el cual combina con un bailecito típico de DJ, ese zapateo incógnito con el que va contando los golpes. Cuando la velocidad de su muñeca y del zapateo es la misma, la suelta.
Mi turno: el truco era coordinar lo que sonaba por los audífonos con el movimiento de muñeca y lo que sonaba por el master con el golpe del zapato. La coordinación mano-oído-pie es complicada, más si tienes que trabajar el oído a dos canales y no te has recuperado de una fractura de muñeca que tuviste a los 9 años. Pero lo hice, sonó bien y me sentí orgullosa. Lo triste fue que cuando dominé la técnica se acabó la clase y no pude seguir explorando mi recién descubierta destreza.
El día siguiente decidimos llevarlo a otro nivel. Aprendí a mezclar en CDJs y volví a entrenar en las tornamesas. Para esa sesión sí iba más preparada: llevé una USB con música que ya conocía, la conecté y manos a la obra. Aquí fue más fácil empatar los tracks, entonces me puse a jugar a ser una DJ profesional que le sube a los bajos para hacer vibrar a la gente, o a los medios para que las melodías de las canciones se fusionaran. Fue tremendo, me divertí mucho y bailé sola un resto. Ya entiendo por qué Nina Kraviz baila tanto en sus sets. Desde ese día no le voy a creer al DJ que no baile.
Creo que tengo futuro en esto de mezclar.
Cuando volví a las tornamesas, apliqué lo aprendido en ambas salas: con la técnica de Juliana y la confianza que me generó el sentirme tan cómoda en los CDJs, mi segundo round tras las Technics 1200 fue muy bueno. Alcancé a tocar unos cuatro discos, hacer transiciones suaves y además me la pasé muy bien. Malditos mis amigos por no haberme enseñado antes.
Cuando salimos de clase, en la sede principal de la academia estaban realizando un contest entre los estudiantes más avanzados. Iban a escoger a los tres finalistas que se enfrentarán a los tres seleccionados de la sede de Barranquilla. De los seis, solo uno se ganará el cupo que el festival Storyland de Cartagena le dio a la academia.
Quién quita, tal vez cuando termine los seis módulos de mezcla me sienta con la confianza necesaria de participar en un contest, o la práctica suficiente para atreverme a tocar en vivo, así sea ante ese par de amigos celosos que no quisieron enseñarme. Pa’ que vean. Lo que sigue es practicar, escuchar mucha música, planear y seguir disfrutando. Mi curiosidad por hacer música sigue, y probablemente después siga con los cursos de producción para completar el programa de DJ y productor musical. Seguir aprendiendo a contar historias, ya no solo con palabras sino también con sonidos. Si me pongo creativa aguanta incluso meterle técnicas visuales al asunto. Me lo imagino un resto, hacer mi música, mezclarla con la de otros artistas que admiro y además diseñar el marco visual para la interpretación. Qué delicia. Y lo chévere es que en esta academia puedo ir ampliando mis áreas de conocimiento dependiendo de cómo mi tiempo me lo permita. Y seguir viviendo la música, seguir amándola.
***
Este es un artículo patrocinado por DNA Music. Si quieres comenzar tus primeros pasitos en el mundo de la música electrónica, ya sea como DJ o productor, comunícate con la academia por aquí. Pregúntale a Vanessa cómo le fue por acá.
Sigue a THUMP Colombia en Facebook