ESPAÑA

Ser madrileño no es nada fácil

Y no solo porque nos vayamos a quedar en fase 0 hasta diciembre.
madrid san isidro
Almeida y Ayuso en las fiestas de San Isidro de 2019. Imagen vía Flickr PP Comunidad de Madrid/CC by 2.0

Lo creáis o no, ser madrileño no es fácil. Lo sé porque no lo soy y no lo soy porque siempre me he negado a serlo. Me explico: nací en La Mancha y viví en un pueblo muy pequeño de Toledo hasta los 18 años, pero realmente siempre hice vida -casi todo menos dormir, vaya- en el de al lado, Aranjuez, que era más grande y pertenecía ya a la Comunidad Madrid.

Según mi DNI soy manchega, de Ciudad Real, como toda mi familia, pero de hecho no he sido nunca otra cosa que madrileña porque siempre he ido al colegio y al médico en la Comunidad de Madrid y me di mi primer beso en el último asiento de un Burguer King de un pueblo de la Comunidad de Madrid.

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Pero aún así cuando alguien me pregunta que de dónde soy siempre respondo, sin dudarlo, que de La Mancha. La explicación oficial, la que doy cuando alguien arquea una ceja y me replica que si no era yo de Aranjuez, que es el último pueblo de Madrid antes de llegar a Toledo, es que "uno es de donde aprendió a andar y sobre todo de donde aprendieron a andar sus padres y abuelos" y que por eso soy de La Mancha. La explicación que escondo, la extraoficial, es que ser madrileño ante el mundo es, al contrario de lo que suele pensarse, una mierda.



La primera razón por la cual ser madrileño es una mierda es sencilla y se está poniendo de relieve, como tantas otras realidades, más que nunca con la crisis del coronavirus: la Comunidad de Madrid no existe. Para el resto de España ese triángulo chuscamente trazado con un rabo abajo es, simplemente, una extensión de la capital de España, un no-territorio, un no-lugar. O eso o Castilla La Nueva por abajo y la Vieja por arriba. Madrid es una enorme metonimia y que la ciudad y la Comunidad tengan el mismo nombre pues tampoco ayuda, supongo.

Es curioso porque el mismo fenómeno se da en la ciudad de Madrid: la parte sustituye, en el imaginario colectivo, al todo, y para los que la conocen de venir de excursión al zoo en primaria o al Prado en secundaria, de haber hecho la mili aquí cuando aún se hacía la mili o de venirse al Primark y a ver las luces en Navidad o a visitar a un amigo que estudia en la Complu, ni Carabanchel ni Vallecas ni Hortaleza existen. Madrid son únicamente los barrios del centro, los Chamberíes y Salamancas, los Lavapiés y Malasañas de turno, así que Madrid es, irremediablemente, un enjambre de ricos urbanitas en las distintas derivaciones posibles del rico urbanita: el cayetano y el progre estomagante. No hay más Madrid así que no puede haber más tipos de madrileño, suele pensarse desde fuera.

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Y esa es la segunda razón por la cual ser madrileño es una puta mierda: solo hay algo peor que no ser rico y es que el resto piensen que lo eres cuando no es verdad. Que te acusen de serlo y que lo hagan todo el rato. Que te venga un buen muchacho de la Costa Brava que de julio a septiembre se pasa las tardes de cala en cala en el barco familiar o un coruñés que celebra su cumpleaños desde que tiene uso de razón en el pazo familiar a llamarte pijo y a acusarte de acaparar más recursos que nadie por ser de Madrid viviendo tú en Villaverde acaba resultando un poco cansado.

El tercer motivo por el cual ser madrileño es una cosa complicada es que los madrileños existen pero no mucho, como Teruel hasta las últimas elecciones. Todo el mundo piensa que sí, que existimos mucho, que existimos demasiado, que todo gira en torno a nosotros, de hecho, y lo piensan porque el Constitucional y el Congreso y las sedes de los partidos y del Banco de España están en la capital de nuestra comunidad y por eso nuestra comunidad sale más que ninguna en la tele. Nadie parece reparar en que sale exclusivamente para eso, para hacer conexiones en directo desde el Constitucional o el Congreso o el Banco de España, igual porque no piensan que haya más Madrid que eso.

Todos creen que existimos, que existimos demasiado menos nosotros, los madrileños, que negamos nuestra madrileñidad sistemáticamente y esa es otra de las realidades que ha puesto de relieve lo del covid. Hagamos memoria: cuando todo esto empezó la culpa de la diseminación del virus fue de los madrileños, que con dos cojones y un palo nos escapamos a nuestras "segundas residencias".

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Y sí, haberlos haylos, claro, hay gente con padres y abuelos nacidos en Madrid, hay quien "no tiene pueblo" y quien te dice que Santander o Sotogrande a ver si cuela cuando le preguntas que si tiene pueblo porque es allí donde veranea con su familia desde que es pequeño y esos son, sorpresa, los de las segundas residencias. Pero creer que todos los madrileños tenemos un pisito en el Levante probablemente sea una de las consecuencias de pensar que todos los madrileños estamos entacados.

No, no somos mayoría ni de lejos igual que no son la mayoría los madrileños que viven en el barrio de Salamanca o en Malasaña porque si ocurriera lo primero el aborto estaría prohibido en la región y si ocurriera lo segundo Manuela Carmena habría sido declarada diosa tutelar de la ciudad y no habría perdido jamás la alcaldía. Por eso los que se escaparon justo antes de la declaración del estado de alarma no eran madrileños sino, en su mayoría, gente que volvía a sus pueblos, a sus provincias. Gente que, como yo, cuando le preguntan que de dónde es jamás responde que de Madrid.

La inmensa mayoría de nosotros no somos gatos, que es como se les llama aquí a los de pura cepa, a los madrileños de, al menos, segunda generación. Ser madrileño es un significante vacío: como ninguno lo es y hasta quien lo es lo niega un poco porque viste más ser de cualquier otra provincia, de una de verdad, todos lo somos. La gran prueba de ello es que nunca ha existido aquí, a pesar de que somos una de las regiones con más inmigración interior, un término semejante al charnego catalán ni al maqueto vasco. No se nos ha ocurrido llamar despectivamente a los que "no son como nosotros" porque no concebimos que haya un nosotros. No un nosotros excluyente al menos.

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Se habla de Madrid como de un ente con vida propia, como de una ciudad, de una Comunidad emancipada del asfalto y de quienes la pisan que fagocita los impuestos y el talento de la España vacía. Se habla de Madrid como una mole de hormigón que ni tiene playa ni gracia ni sonidos ni sabores propios -"¿calamares pescados dónde, en el Manzanares?", nos dicen- y que por no tener no tiene ni madrileños porque resulta que no existen.

Y nosotros, que lo somos casi siempre de adopción, rara vez nos quejamos porque esto viene de lejos, porque el antimadrileñismo tuitero de hoy fue la castellanofobia de ayer -goglee Víctor Balaguer o Rosalía de Castro quien no crea que tal cosa existió-, porque hemos asumido que solo somos para el resto o contra el resto.

Que no tenemos patria chica porque es la de todos -Madrid no es España, dicen a veces, pero Madrid es, precisamente, España- ni bandera porque apenas la sacamos y no sabemos muy bien cuántas estrellas tiene. Que no tenemos más himno que un "no te pases" cuando alguien se ríe de que digamos ejque o cuando alguien dice, desde el piso en la Glorieta de Embajadores que le pagan sus padres, que viven por cierto en la Gran Vía de Bilbao, que Madrid es una ciudad y por extensión una comunidad de pijos de mierda. Porque los madrileños no somos nunca madrileños, no nos reconocemos casi nunca como tales hasta que nos tocan Madrid. Y quizá sea eso, además de que no hayamos inventado un término para la realidad charnega o maqueta en la que se basa nuestra identidad, lo que más y mejor define nuestra idiosincrasia.

Sigue a Ana Iris Simón en @anairissimon.

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