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‘Gambito de dama’ muestra el poder de un atuendo hermoso

'Gambito de dama' ve la moda como un arma para defenderse del mundo.

Puedo señalar el momento, como a mis 11 años, cuando supe que tratándose de mi guardarropa estaría condenada por siempre: estaba caminando por Robinsons May en el centro comercial Plaza Bonita en National City, California, con mi mamá, cuando vi un vestido recto en la sección de preadolescentes. Tenía un diseño al estilo Mondrian, con líneas blancas de tela que separaban a rectángulos verde lima y negros. Era perfecto, e inmediatamente me imaginé usándolo y luciendo como la supermodelo y actriz Twiggy, con quien me obsesioné después de ver sus fotos en Vanidades, la revista favorita de mi mamá.

Heredé mi amor por la ropa de mi mamá, que tiene una sección de su armario dedicada a los pantalones con estampado floral. Durante semanas, solo miré el vestido cada vez que pasamos frente a él en nuestras visitas al centro comercial. Solía pasar mis sucias manitas sobre él, hasta que un día mi mamá preguntó: “¿Lo quieres?”. Sí, lo quería más que a nada en el mundo.

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Tuve esa misma reacción de enamoramiento al ver Gambito de dama, el drama de mediados de siglo de Netflix sobre Beth Harmon, una ficticia joven prodigio del ajedrez (Anya Taylor-Joy) en su travesía por convertirse en la campeona mundial. A pesar de los muchos y merecidos ‘oohs’ y ‘ahhs’ que ha provocado la serie por la manera en que retrata las experiencias de trauma y adicción de una mujer, la sensualidad que transmite a pesar de no contener escenas de sexo, su inclusión del aspecto queer y cómo ha reavivado el interés en el ajedrez, particularmente en relación a las mujeres que lo juegan, la miniserie tiene su detalles problemáticos. Su descripción del sexismo en el ajedrez no es muy precisa, pinta el fenómeno mucho más cortésmente de lo que en realidad fue durante ese período y de lo que es incluso ahora, y su tratamiento de Jolene (Moses Ingram), la mejor amiga negra de Beth durante sus días en un orfanato, se desvía peligrosamente hacia el territorio del estereotipo del “ángel de la guarda” y “negro mágico“. No obstante, tomar un juego tan cerebral como lo es el ajedrez y volverlo tan fascinante es toda una hazaña y, además, el suntuoso vestuario del programa me ha hipnotizado.

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Al ver a Beth vestir abrigos lujosos y vestidos elegantes mientras se enfrenta a los maestros del ajedrez, no pude dejar de pensar en cómo parecía usar la moda como una forma de protección contra los traumas y el estrés de su vida, algo que se vuelve más evidente cuando te fijas en los suéteres y la ropa interior que usa cuando está en sus peores momentos. De alguna forma, el programa llegó en el momento ideal: debido a que continuamos viviendo nuestras vidas en confinamiento, vestidos con pantalones deportivos y cómodos diseños tie-dye, nos viene bien un poco de escapismo mediante la moda.

La ropa que usan Beth y Cleo (Millie Brady), una sexy artista francesa con la que Beth tiene una aventura, es impresionante; especialmente para mí, alguien que se ha adherido durante mucho tiempo a una estética que retoma la moda de mediados de siglo (con un par de excepciones durante la pesadilla en moda que fue la primera década de los 2000). Específicamente, llamo a mi look “moda punk al estilo mafiosa“, o simplemente “esposa mafiosa, pero punk”: como si Megan Draper se casara con un Gambino en lugar de Don Draper, y tal vez pasara algún tiempo en prisión.

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El estilo de Beth es mucho más refinado y lujoso que cualquier cosa que yo use, pero me cautivaron varios de sus atuendos: como cuando se viste en color crema de los pies a la cabeza después de ganar el título mundial de ajedrez, y corona su atuendo con un hermoso abrigo y un gorro —una paleta monocromática con la que yo también he experimentado—; su vestido de diseño geométrico, inspirado en un tablero de ajedrez, del que tengo una versión mucho menos costosa; el cargado maquillaje psicodélico que usa después embriagarse y bailar al ritmo del grupo Shocking Blue, evocando el maquillaje que solía usar su vocalista Mariska Veres, un tipo de delineado que me he hecho varias veces a lo largo de los años como la gran fan que soy de ese icónico grupo de rock psicodélico.

La moda de los años 60 y 70 siempre me ha atraído porque, bueno, es magnífica, y además me recuerda las fotos antiguas de mi mamá que me encantan. Cuando me pongo uno de mis increíbles atuendos de ese tipo, ella siempre me dice: “Yo tenia un vestido así, igualito”. Me convierto en un espejo de su yo más joven, y es evidente que eso es una caricia para su corazón.

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En mi cumpleaños número 23 en 2007, no en 1965.

Al ver las reacciones en línea al vestuario de Gambito de dama, me doy cuenta de que los espectadores, escritores y críticos de moda han quedado tan fascinados como yo. El Museo de Brooklyn tiene incluso una exposición virtual de los atuendos de la serie, junto con los de The Crown de Netflix. No había visto que la estética de mediados de siglo despertara tanto frenesí desde el apogeo de Mad Men, cuando todo el mundo quería un carrito-bar y se ponía sus mejores versiones de los vestidos ajustados de Joan Holloway.

El crédito por este nuevo frenesí es de la diseñadora de vestuario Gabriele Binder. En una entrevista con el New York Times, Binder dijo que se inspiró en los diseñadores y los iconos de la moda de la época, como Edie Sedgwick, Jean Seberg, Pierre Cardin y Balenciaga. Mientras investigaba los estilos de vestimenta de los hombres y las mujeres del mundo del ajedrez de los años 50 y 60, Binder descubrió que la mayoría se apegaba a una “moda más geek y nerd“, aunque también incorporaba elementos destinados a prepararlos mentalmente para sus partidas. “A primera vista, el ajedrez no es elegante ni se ocupa de la moda, pero los jugadores toman decisiones sobre lo que usan y por qué lo usan”, le dijo al Times. “Les da buena suerte o les brinda una buena experiencia”.

Al ver a Beth pasar de usar un insípido uniforme de orfanato a convertirse en una elegante reina del ajedrez, es difícil no notar cómo sus elecciones de ropa simbolizan un ascenso desde sus difíciles inicios y le sirven como una armadura que usa en la batalla. Se trata de una mujer solitaria en una habitación llena de hombres trajeados ​​que creen que ella no tiene cabida en su mundo; pero ella entra con paso firme y audaz a cada competencia con la confianza de que puede vencerlos, y su ropa presenta el primer golpe. No solo ganará, sino que lo hará luciendo increíble, derrocando así las nociones preconcebidas de lo que ella es capaz de hacer. Resonó conmigo, y puedo imaginar que resuena con muchas otras mujeres que se encuentran en un ámbito dominado por los hombres, donde pueden ser subestimadas en función de su sexo o estilo. La película Legalmente rubia pertenece a este mismo canon de las historias de los desfavorecidos.

Últimamente, he estado haciendo un esfuerzo por desempolvar mis botas con estampado de víbora y mis minifaldas para usar este tipo de atuendos al menos una vez a la semana, porque me he dado cuenta de cuánto depende de ello mi salud mental. Por muy cómodo que sea, llevar una vida en la que solo usas pantalones deportivos y las duchas sean vuelto opcionales me ha hecho sentir desconectada de mí misma, alejada de esa forma personal de expresión que es vital para que sea feliz.

En lo que he empezado a llamar mis “fines de semana de esposa mafiosa”, provoco al mundo con mi ropa, al caminar por Target o el parque Fort Greene mientras los papás de Brooklyn apartan la vista de mí: una mujer que, a las 11 am de un domingo, viste una falda de cuero sintético con una cadena de oro por cinturón y un abrigo con patrón de leopardo. Quién o qué creen que soy no es asunto mío. Su miedo y confusión me dan vida, y he comenzado a llevar conmigo en estos paseos a mis amigas, animándolas a usar sus más divertidos atuendos de esposa mafiosa. No hay muchas razones para sentirse bien últimamente, así que ¿por qué no aprovechar la alegría cuando tengo el poder de hacerlo? Vestirme así es una especie de celebración de mí misma y de la vida que aún tengo la fortuna de tener.

Buscar bienestar y protección en una prenda hermosa es otra cosa que heredé de mi mamá. Ella ha luchado contra la depresión y la ansiedad severa toda la vida, y siempre fue obvio cómo parecía recobrar su ánimo al ponerse sus pantalones coloridos, blusas estampadas fluidas y montones de vistosas joyas. (La mujer mantiene en el negocio a la tienda en línea Chico’s). Quizás no por coincidencia, se ha vestido elegantemente y se ha maquillado casi todos los días de su vida, y todavía lo hace. Mis hermanos a veces ponen los ojos en blanco ante lo excesivo que puede ser su arreglo personal, pero a mí siempre me ha encantado. Si estoy triste, dolida o incluso si solo tengo pereza, ella siempre me dice que está bien estar en la cama en pijama todo el día si es necesario, pero que en algún momento debo ponerme un atuendo fantástico y recordarme a mí misma y a todos a mi alrededor que nada me va a derribar.

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Mi mamá a los 25 años. Una belleza sarcástica.

Veo mucho de eso en Beth y en cómo sus atuendos eran una armadura al enfrentar sus traumas, adicciones y oponentes. Quizás eso es lo que hacía mi mamá, y ahora que lo pienso, es obvio que es también lo que hago yo. Las armaduras de cualquier tipo son una protección, ya sean de acero, rayón o seda. Todos estamos enfrentando nuestros conflictos, y para mí lucir bien mientras lo hago es fundamental para mi sanación. Ver Gambito de dama fue un recordatorio oportuno de que eso está bien.

Alex Zaragoza es redactora senior de VICE. Puedes seguirla en Twitter.