“Qué asco me das”, “tus lonjas dan asco, deberías morirte”, “ya mátate puerca” fueron las palabras que Cinthya Kawaii recibió a través de Facebook. ¿Por qué? Por atreverse a ofrecer “zings”, es decir, selfies con los nombres de sus seguidores en redes sociales escritos en alguna parte del cuerpo. Esto ocurrió en la página de Facebook Clan Mantequilla, en la que una buena cantidad de miembros son adolescentes que oscilan entre los 12 y los 20 años. Ella padecía sobrepeso.
Cinthya no podía entender de dónde salía tanta violencia hacia su persona, así que decidió hacer una transmisión en vivo, expresando el dolor que sentía al recibir tantas ofensas por su aspecto físico. Lejos de empatizar con ella, los miembros del “clan” siguieron burlándose de su sobrepeso, hasta que la adolescente, entre sollozos, terminó la transmisión y dejó el grupo, además de restringir sus redes sociales.
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Como ella, muchos niños y adolescentes sufren de acoso debido a su complexión. Basta con tener una talla superior a la del resto para que los apodos lleguen. “En la secundaria me decía Balleni”, cuenta Jennifer. “A la hora de educación física inventaba toda clase de excusas para no salir a hacer deportes, porque nos obligaban a salir en shorts. Incluso una vez saqué una receta falsa donde decía que tenía pie plano para que no me obligaran a salir a tomar clase. Ahora que lo pienso si bien evitaba las burlas, también me hacía daño yo sola, porque me hacía más sedentaria. Era como un ciclo sin fin. Pero yo sólo quería evitar que se burlaran de mí”.
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La obesidad en Latinoamérica es un asunto no sólo de estética, sino es también un grave problema de salud pública. Según la OMS, México es el séptimo país con más niños y adolescentes obesos: 13.5 por ciento de los menores tienen niveles de grasa corporal alarmantes, mismos que pueden repercutir directamente en su salud. Los países que se llevan la corona en esta lista negra son Surinam, Dominica, República Dominicana, Bahamas y Argentina. Y las cosas no son mejores para los mayores: México es el país con más población adulta obesa en Latinoamérica, con un 28.9 por ciento de la población, seguido por Argentina (28.3 por ciento), Chile (28 por ciento) y Dominica (27.9 por ciento).
Este problema, al menos en América Latina, tiene matices culturales bastante arraigados. Porque admitámoslo: durante mucho tiempo en nuestras tierras el estar “llenito”, “rollizo” o “regordete” era un sinónimo —al menos en el imaginario colectivo— de gozar de buena salud. No por nada surgieron frases que se asentaron en el vox populi como “¡ay, está gordito, lleno de vida!” o “estás muy repuestito”. En esta ecuación, las madres y abuelas, matriarcas y hasta hace poco dueñas absolutas de las cocinas, expresaban su cariño retacando a sus hijos y nietos de alimentos. En las familias latinoamericanas, la comida era y sigue siendo una manera de demostrar afecto, sin importar que se estuviese fomentando la gula y a la vez mecanismos psicológicos de compensación poco saludables. Esto, por supuesto ha cambiado, aunque no necesariamente para bien. Con la incorporación de ambos padres a la fuerza laboral, los niños comen cada vez menos comida casera y más alimentos chatarra.
“Es feo que en tu propia casa sea donde te señalen y se burlen de ti”
Pero si es precisamente en el seno de las familias donde se inician los problemas de obesidad, es ahí también donde se origina el bullying y el acoso. Al formar parte de la constelación familiar, el señalar al “gordito de la familia” se vuelve motivo de chiste, sin causar alarma. Es una forma socialmente admitida de violencia que pasa desapercibida, pues es natural que los hermanos o incluso los papás pongan apodos a los menores o incluso a los adultos. “Gordito” o “gordita” se vuelven apelativos cariñosos para las parejas, mientras que los apodos, esos sí ya menos disfrazados y hasta crueles, también abundan.
“En mi casa yo era el menor, por lo que mis papás me pusieron de nombre Benjamín. Como desde pequeño fui gordito, mi hermano mayor me decía Benjamón. Por más que le insistía a mis papás que le dijeran algo nunca le pusieron un alto, porque decían cosas como que los hermanos así se llevan y que si no le hacía caso, iba a dejar de decirme así. A la fecha la relación con mi hermano ya ha mejorado, pero aún recuerdo mi infancia y mi adolescencia en las que padecí sobrepeso con cierta tristeza. Es feo que en tu propia casa sea donde te señalen y se burlen de ti”.
Esta autopercepción negativa, este mirarse a sí mismo como antiestético o merecedor de burlas, llega a tal grado que la persona cree que su apariencia en efecto es repulsiva. Carlos, de 28 años, nos cuenta: “creo que la gordofobia te termina convirtiendo en gordofóbico. A veces ya no escuchas los comentarios que dicen los demás, pero entonces es una voz dentro de ti la que ya te señala. Por ejemplo, vas a comprar ropa y aunque encuentres algo que te quede bien, sientes que se te nota toda la obesidad y terminas saliendo todo deprimido”.
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Esa “gordofobia internalizada” no se queda en quien la padece, sino que también se reproduce y contagia. Carlos también nos dice: “Esa repulsión que sentía hacia mi propio cuerpo comencé a sentirla hacia otros también. Tal vez no en una forma pública, porque estaba consciente y conocí en carne propia lo mucho que hieren las palabras, pero al menos en mi cabeza comenzaron a retumbar frases como, ‘¿Cómo se atreve a ponerse eso?’, o el clásico ‘Yo quisiera esa autoestima, porque se ve horrible’”.
La idea de que sólo los niños o adolescentes son crueles es un mito. Basta ver los chistes en los medios de comunicación, la caricaturización de las personas obesas o los clichés alrededor de la complexión, para constatar que en la edad adulta, las burlas, los señalamientos y los juicios no sólo persisten, sino que muchas veces se recrudecen. Eliezer pesa 140 kilos. En su trabajo, una compañera cuya relación pasó de colega a una especie de amistad, comenzó a hacerle agresiones pasivo-agresivas en tono de chiste.
“Al principio, por nuestra ‘amistad’ no sentía que las cosas que ella me decían eran ofensivas, que eran más bien en tono de juego. Pero después al recordarlo, claro que me dolía que me dijera cosas como ‘pinche panzón’. Claro que duele, por que detrás de eso siempre se justifican y te dicen ‘yo lo hago por ti, para que estés mejor’. Pero el ‘eres un marrano’ o ‘pinche panzón’ se te quedan en la mente. Palabras como esas me han hecho tomar muy malas decisiones, como usar anfetaminas para bajar de peso. Le di en la torre a mi tiroides por el Redotex. ¿Y sabes qué es lo peor? Que esta compañera le decía cosas similares a su hijo, un chavo unos 12 años menor que yo”.
La romantización de la obesidad
Testimonios como los de Carlos, Jennifer, Benjamín o Cinthya dejan clara una cosa: las palabras, aparentemente inofensivas, hieren y dejan cicatrices difíciles de remover. Ahora bien, ¿cuál es la solución a esto? Porque el otro lado de la moneda es la romantización de la obesidad. Actualmente existe una tendencia hacia criticar los cánones de belleza imperantes, revalorando la estética que entrañan las tallas grandes.
Apenas el pasado agosto, la revista Cosmopolitan en su edición británica mostró a la modelo Tess Holliday, una mujer de 1.65 de estatura y que supera la talla 50. En la portada, Tess luce un bikini color verde esmeralda mientras lanza un beso. Debajo de ella se lee la frase: “Tess Holliday quiere que sus haters le besen el trasero”. Esta imagen, que podría ser empoderadora y reivindicadora, en realidad podría estar entrañando otro problema: la idealización de la obesidad. Esta clase de materiales que a primer vistazo pueden lucir desafiantes y refrescantes al mostrar otros cuerpos alternativos a la belleza hegemónica, en realidad podrían estar promoviendo un problema de salud pública.
Tal vez la cuestión sea encontrar un punto medio: así como nadie debería burlarse de una persona que vive con VIH, de alguien con diabetes o de alguien que lucha contra el cáncer, tampoco debería haber comentarios hirientes, violentos o discriminatorios hacia las personas con obesidad. De la misma forma, partiendo de que la OMS la considera un problema de salud, luego entonces tampoco debería romantizarse, idealizarse ni promoverse. Sí, es revolucionario aceptar otros cuerpos y hacer hincapié en que la belleza es un concepto tan subjetivo como el ojo del que la mira. Es importante también señalar que el mofarse de la obesidad no ayuda de ninguna manera a combatirla, sino que es una conducta cobarde, burda y estéril. Pero también es cierto que debemos ver a la obesidad como lo que es: uno de los principales causantes de muertes en el mundo. Y que en una sociedad de hiperconsumo, regida por el fast food y por el sedentarismo obligado al que nos orillan las condiciones laborales, hay que ver a los ojos a la obesidad con honestidad y sin condescendencia. El sobrepeso no debería ser un ideal romántico o deseable, sino uno de los grandes desafíos a vencer en las sociedades contemporáneas.