

El minero Álvaro Alguero salió de las entrañas de Mequinenza, Aragón, el 18 de febrero. Tenía los ojos cansados de mirar el subsuelo y un 90% del cuerpo congelado debido a la humedad. Había vivido doce días atrincherado bajo la superfície, en el mismo túnel al que va desde hace 18 años, junto con otros cuatro compañeros, a trabajar. Esa misma mañana, otro grupo de mineros entraron en la excavación e hicieron sonar las bocinas de sus vehículos. Traían buenas noticias del exterior. El Ministerio de Industria obligaba a la central térmica de la zona, propiedad de Endesa, a comprar el carbón que ellos extraen. La mina, pegada a la frontera con Lleida, quizá tenga futuro. A pesar de llevar dos meses parada, en el pueblo recuerdan con orgullo que desde 1880 han alimentado las fábricas del cinturón industrial de Barcelona. Cuando volvieron a ver el sol, Álvaro y sus compañeros cantaron a Santa Bárbara, patrona de los mineros: todo el pueblo estaba saboreando una victoria en la boca del pozo Europa.
Cinco días después de salir del pozo, el 23F, los mineros de Mequinenza desfilaron por las calles de Madrid. “Toda la puta vida igual”, gritaba una pancarta. Todavía tenían la vista sensible, desacostumbrada a la luz natural. Los obreros caminaron con compañeros de Asturias, con

