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Tras los barrotes: Guantánamo

Fui guardia en Guantánamo

Terry Holdbrooks entró en Guantánamo como soldado y se marchó siendo un musulmán converso.

"Equipo ERF, agrúpense. Bloque Tango". No obedecí esta orden porque no tenía idea de lo que significaba "ERF". Realicé un breve entrenamiento cuando llegué, pero me había olvidado de todo porque durante los primeros meses no tuve que utilizar nada de ese conocimiento.

"¡Holdbrooks! ¡Sal de ahí y ven al Bloque Tango! ¡Hay un ERF!" me gritó el sargento. No sabía qué hacer, así que salí corriendo hacia ​la puerta de seguridad, donde varias personas se estaban poniendo el uniforme antidisturbios. Fue entonces cuando recordé lo que significaba ERF. [Las siglas ERF significan "Emergency Reaction Force" (Fuerza de Reacción de Emergencia). Los prisioneros de Guantánamo transformaron estas siglas en un verbo. Consiste básicamente en que un equipo de guardias con equipo antidisturbios entra a una celda e inmoviliza a los prisioneros, normalmente para someterlos a alimentación forzada. Es algo parecido a ​esto.] Yo no quería participar en una actividad tan brutal, pero no me quedaba otra opción, ya que desde el principio había quedado claro que el ejército no compartía mi forma de ver el mundo.

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Reclutamiento

Se me ocurrió la idea de alistarme en las fuerzas armadas después de los ataques del 11 de septiembre de 2001. Pero no lo hice por un sentimiento de venganza. Creí que la formación militar daría un sentido a mi vida y que quizá me ayudaría a sacar a mi familia de la polvorienta Arizona. No me inculcaron disciplina ni orden cuando era pequeño, pero sí sentía la obligación de servir a mi país y quería contribuir a mejorarlo. Buscaba una guía y desarrollo personal y se me ocurrió alistarme en el ejército. Decidí hacerlo para tratar de ​alcanzar mi máximo potencial.

Me uní a la policía militar y de inmediato me enviaron a Guantánamo. Nos llevaron a la Zona Cero como parte de un entrenamiento de dos semanas. Allí alguien había escrito en un muro: "Esta es la peor tragedia de la humanidad". Me reí entre dientes y le dije a los que estaban a mi alrededor que estábamos yendo demasiado lejos. Me lanzaron miradas asesinas, me increparon y cuestionaron mi lealtad mientras trataba en vano de justificar mis palabras. "¡Recuerda que no son personas! ¡Son campesinos terroristas muertos de hambre y llenos de odio y maldad que no van a detenerse hasta que nos maten a todos! ¡NUNCA LO OLVIDES! ¡NUNCA OLVIDES LA TRAGEDIA DEL 11 DE SEPTIEMBRE!", gritaron.

Ahí me di cuenta de que mi carrera militar no iba a estar dedicada a hacer de mí un mejor ciudadano o a mejorar las vidas de mis compatriotas. En vez de eso, íbamos a combatir con extraños al otro lado del océano. Nuestra misión era vengarnos por el incidente del 11 de septiembre.

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En Guantánamo, recibíamos constantemente el mensaje de venganza. Recuerdo que la banda sonora de Terminator sonaba todos los días mientras tomábamos el desayuno. La primera vez que lo oí, sentí que se meerizaban los vellos de la nuca y se me aceleraba el pulso. Sentía la adrenalina correr por mis venas como si estuviera viendo el tráiler de una película épica. Los soldados miraron a su alrededor y sonrieron cuando empezó la siguiente canción y se escuchó un grito que parecía que iba a romper los altavoces de las esquinas el techo de la habitación. Era el comienzo de "Bodies", un tema de la banda nu-metal Drowning Pool. Sonaba a todo volumen, acompañando a un vídeo militar de vuelos de reconocimiento de aviones F-14, explosiones, imágenes de prisioneros con bolsas en la cabeza y buques de guerra con aviones presumiendo de su poder.

Y todo mientras comíamos huevos.

Había un mensaje que aparecía de forma intermitente en el "vídeo promocional". Iba dirigido a los talibanes de Afganistán y decía: "El ejército estadounidense os perseguirá y os matará si no os rendís. Os mataremos, os bombardearemos y os encontraremos dondequiera que estéis". Nadie había tocado los gofres ni la tarta de melocotón. De pronto, vi a mis compañeros militares saltando sobre la mesa mientras sostenían las sillas sobre sus cabezas y sacudían la cabeza cuando oían el estribillo de la canción, que dice "Let the bodies hit the floor" (que los cuerpos caigan al suelo). Nos ponían ese vídeo todas las mañanas para recordarnos que ahí no había reglas y para aumentar la sed de venganza de los soldados.

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Cómo ser un buen estadounidense

Esta sed de venganza se hizo evidente cuando me preparaba para mi primer ERF. Nos reunimos fuera de la celda del prisionero, que llevaba una toalla enrollada en la cabeza y nos dedicó una mirada agresiva. Gritaba enfurecido, al igual que los prisioneros de las celdas vecinas. Era un pandemónium. No había tiempo de analizar nuestros actos. Busqué al sargento y vi que estaba preparado para atacar, al igual que los otros guardias destinados al Bloque Tango.

El encargado de seguridad estaba hablando con el prisionero, que contaba a gritos lo que le habían hecho durante el interrogatorio. Dijo que ya no iba a tolerarlo. Lo que ocurrió durante el interrogatorio provocó un motín en esa sección. El encargado de seguridad le explicó que, si no se calmaba, le iban a rociar gas pimienta. Pero el prisionero no se calmó.

Según las reglas, los guardias tienen que rociar el gas con un movimiento en forma de "Z" en el rostro del prisionero. Deben rociar suficiente gas para que el prisionero se debilite y se vuelva dócil. El encargado de seguridad roció casi la mitad de la lata de gas pimienta sobre la cara del prisionero, sobre su ropa y su Corán. Esperamos 30 segundos para que el gas hiciera efecto y, cuando se abrió la puerta, los cinco nos abalanzamos al interior de la celda con nuestra indumentaria antimotín.

Le atamos los pies y las manos con esposas de plástico. En esta posición era muy sencillo retorcerle los brazos hasta el punto de dislocárselos, meterle la cabeza en el inodoro, pisarle las manos y los pies o usar su cabeza para abrir la puerta. Mientras golpeábamos y pateábamos a los presos, los soldados gritaban frases de venganza como: "¡Esto es por Estados Unidos!".

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Cuando el sargento se enteró de que yo había participado, me dio una palmada en la espalda y me dijo: "Lo has hecho muy bien, Holdbrooks. Tenía mis dudas con respecto a ti, pero veo que has hecho un buen trabajo". El sargento hizo ese comentario después de leer el informe que escribió un tercero, aunque también podía haber visto el video del ERF. El protocolo militar en Guantánamo marcaba que todos los ERF tenían que grabarse, por si nos demandaban o por si llegaba a haber sospechas de prácticas injustas. Aunque solo se hacia para guardar las apariencias, puesto que el soldado encargado de grabar a menudo olvidaba quitar la tapa del objetivo, cargar la batería, apretar el botón de grabar o introducir una cinta en la cámara.

Me impresionó mi propio arranque de adrenalina, el haber participado en ese acto y el entusiasmo con el que los guardias maltrataban al prisionero. Más tarde, uno de mis superiores me dijo: "Holdbrooks, íbamos a ponerte un mono naranja y te íbamos a dejar con todos tus amigos terroristas para que te pudrieras con ellos, pero creo que estábamos equivocados, has resultado ser un buen estadounidense". Los demás dijeron cosas por el estilo.

Conversión

En Guantánamo, muchos creían que los presos eran "campesinos terroristas llenos de odio y maldad". No nos enseñaban nada sobre la cultura de Oriente Próximo ni sobre la religión musulmana; no sabíamos nada sobre los individuos que vigilábamos, ni sobre sus costumbres sociales o sus tradiciones. La primera noche que pasé en la cárcel fue la primera vez que escuche el adhan: la llamada a la oración del Islam

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Los que mandaban en Guantánamo no sentían mucho apego por el Islam, por lo que distorsionaban y mutilaban la llamada a la oración intencionadamente por los altavoces. Pasaba lo mismo que con la carne halal: el ejército estadounidense proyectaba una imagen tolerancia con respecto al Islam, aunque en realidad se mofaba de este credo. A los soldados también les molestaba la distorsión de la llamada a oración por megafonía. Para ellos, el sonido era tan desagradable y agobiante como el calor. Seguí escuchando ere misterioso "canto" árabe durante toda la noche. Las bocinas retumbaban. A pesar de la distorsión y lo molesto que resultaba para muchos, aquel canto me llegó al alma. Algo en él me llamaba.

Para mí no eran "cabezas de toalla" ni "terroristas". Creía que los prisioneros eran personas educadas y con modales, que sabían hablar varios idiomas. Con el tiempo, comencé a hablar cada vez más con ellos, en especial con un prisionero llamado Ahmed Errachidi, conocido como el General. Me volvía más tolerante conforme aprendía más sobre el Islam. No me sentía presionado por las palabras o las acciones de los prisioneros; el impulso de aceptar al Islam salía del fondo mi corazón.

Yo no estaba encerrado en una celda, tenía toda la libertad del mundo y aun así me sentía miserable. Los prisioneros, con su fe, eran más felices que yo. No tenían nada pero eran felices. Su religión los mantenía vivos. Yo anhelaba esa paz que emanaba de ellos.

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El General me dio su copia del Corán. Me asombró su sacrificio y leí el libro en tres noches. Todo tenía sentido, de principio a fin. En mi opinión, el libro no se contradice. No contiene ninguna clase de pensamiento mágico. Simplemente es un manual para guiarse en la vida. Después de convertirme al Islam y regresar a la sociedad civil, mientras trataba de olvidar lo que viví en Guantánamo, me di cuenta de que mi época más feliz fue en la cárcel, cuando me comportaba como un buen musulmán.

La respuesta a la pregunta que me seguía planteado, por fin estaba clara; esa fue la razón por la que fui a Guantánamo. Mi necesidad de tener una guía era casi tangible. Aunque pasé toda mi vida ridiculizando la importancia que le daban a las creencias y las prácticas religiosas; la verdad es que necesitaba una religión.

Aceptación

Incorporé poco a poco algunas practicas del Islam en mi vida. Mi cabeza mejoraba con cada cambio que hacía; por cada puerta que se cerraba, otras muchas se abrían. Todo estaba claro en mi cabeza. Aprovechaba el tiempo para hacer cosas más valiosas y, en general, mi mentalidad era más positiva.La incorporación de los cambios más sutiles fue la prueba que necesitaba para saber que mi destino era ser musulmán. Tenía una misión.

Una noche, me encontré al General y le dije (por segunda vez) que quería abrazar el Islam. La primera vez que se lo pedí, me respondió simplemente con un "no", pero esta vez hablamos durante horas.

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"Escucha, hermano", dijo, "¿eres consciente de que toda tu vida va a cambiar si lo haces? Ya no vas a poder tomar alcohol, fumar, comer carne de cerdo, tener sexo fuera del matrimonio ni ver porno. Vas a tener que aprender árabe. Vas a tener que orar tres veces al día. Tendrás que aprender la religión y esta va a convertirse en un factor que gobierne tu vida si te comprometes a hacer la voluntad de Alá. Tus compañeros te verán diferente. Es posible que termines encarcelado, como nosotros. Tu familia te verá diferente. Tus amigos te van a ver diferente y tu vida va a ser mucho más difícil".

A continuación, habló sobre las oraciones, la caridad y el Ramadán. "Si estás seguro de que quieres hacer esto, puedo enseñarte a pronunciar la shahada y así podrás ser musulmán", me dijo. "Pero si lo haces, no hay vuelta atrás. Cuando tu corazón acepta a Alá y te has sometido a Su Voluntad, si lo abandonas, estarás condenado. ¿Entiendes?".

Le dije que sí y ahí mismo, a media noche, fuera de su celda y con su vecino como testigo, acepté el Islam. Algunos soldados me complicaron la vida un tiempo. Pero los peores, los miembros del "régimen", el grupo formado por los guardias que disfrutaban con las operaciones ERF, fueron transferidos a otros rangos en los que desempeñaban trabajos menos importantes durante los últimos seis meses que pasé en Guantánamo.

Un año como guardia en Guantánamo te cambia. Sería bonito creer que muchas de las historias que se cuentan del lugar son falsas. También sería bonito creer que los EUA no aceptan el uso de tortura o abusos a los sus prisioneros de guerra. Sería bonito creer que los EUA no toleran la degradación de sus prisioneros para sacarles información. Sin embargo, por lo general, la vida —y especialmente la vida en un lugar como Guantánamo— no es bonita.

Durante años, no conseguí cerrar página sobre lo que vi en prisión, ni sobre lo que hice o no fui capaz de hacer. Me invadían las pesadillas, comencé a beber y mi matrimonio, que comenzó justo antes de irme a Guantánamo, se vino abajo.

En Guantánamo, defender lo que creía que era lo correcto me habría costado todo: mi carrera, mi seguridad financiera, y cualquier cosa por la que sintiera algún aprecio. No soy un héroe ni un patriota. Me siento un cobarde. Un héroe habría dicho, "¡Basta!" y un patriota habría dicho, "¡Esto está mal y todos lo sabemos!" Un cobarde es el que se deja llevar por el sistema.

Si todos hubieran dejado su odio en casa, Guantánamo podría haber sido fácil. Había playas soleadas, podías bucear o jugar a paintball. Había un cine y un parque de skate, pero muchos de nosotros nos emborrachábamos y nos ahogábamos en nuestro odio.

Siento un gran arrepentimiento por participar en lo que pasó en Guantánamo, y vergüenza por los otros sitios similares que EUA utiliza para retener a inocentes. Me siento personalmente responsable por la manera en la que el mundo ve a los EUA. Quiero decirle a todo el mundo que no todos los estadunidenses son manzanas podridas. No entiendo cómo o por qué se permiten las atrocidades que presencié, o qué le ha pasado a la humanidad.