Cada uno de los proyectos musicales en los que se ha visto, se está viendo y se verá involucrado Guadamur siempre serán emergentes. En estricto sentido, podría decirse que Guadamur es ya un señor bastante vividito, pero está cada vez más cerca de cumplir su sueño: convertirse en una caricatura atemporal, de esas a las que ha rendido culto constante, lo mismo en su universo visual estático o en movimiento –pero siempre en calidad 8 bits– que en cómics y fanzines que pronto alcanzarán el valor del DMT. Pero cuando todo mundo pueda ver ángeles, muertos o extraterrestres, todos querrán descansar la mirada y la mente con la vista fija en alguno de sus personajes pop –manipulados hasta la malformación con impulso de un adolescente masturbando el joystick…
Pero ya me estoy desviando demasiado. Además de esa iconografía que no deja botarga con cabeza y que convierte en auténticos monstruos pixeleados a cada icono juvenil que toca, Guadamur disfruta de sentir las miradas reprobatorias cuando se planta en un escenario a recetarnos alguna de sus creaciones musicales. Y disfruta tanto el underground –a pesar de sus miserias (las del underground)– que nunca lo ha dejado. Con tal de no perder su palidez de dibujo animado, se ha desplazado de alcantarilla en alcantarilla por diversos puntos del DF, del país y del orbe difundiendo la culpa.
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Porque cuando vamos a uno de sus conciertos sabemos que nuestros oídos y nuestro buen gusto experimentarán el mismo tormento de nuestras muelas cuando se nos ocurre caer en la tentación de zamparnos un par de pingüinos. “¡Puta madre!, ¡se me volvieron a antojar!, ¡y ni están tan buenos!”, repetirás mientras el dolor se extiende por toda la encia, la mandíbula, detrás del ojo…
“¡Y la dieta se fue la carajo! ¡Me lleva la chingada!” La culpa llega a instalarse en cada uno de tus pensamientos, justo como cuando te ves con Miki Guadamur brincando ahí enfrente, con chorrocientos años encima y una actitud eternamente adolescente, con cada vez más arrugas en ese rostro espacial y una actitud que ya desearía cualquier bandita de punk gritando contra el sistema y Jesucristo. Pero si consigue ruborizarte y hacerte experimentar una pena como aquella de cuando a tus papás se les ocurrió ir por ti a la fiesta más under de la preparatoria, punto para Guadamur. Ha vociferado por ahí que no está aquí para salvarnos, sino para hacernos sentir culpables.
Por decisión propia, Miki Guadamur será siempre emergente. Pero no sólo entre generaciones, sino de concierto en concierto. Estaremos siempre condenados a verlo aparecer de pronto en el escenario para descubrirlo, sentir el rubor, la piernita moviéndose entre nerviosa y excitada, el morbo hipnótico y la envidia profunda porque él sí se atrevió a pararse ahí y hacer lo suyo. Y al final del concierto (performance, oso, escultura en movimiento, séance para invocar a algún cómico de hace décadas o del siglo XXII…), conseguiremos olvidarlo. O una parte de nosotros. La otra, la que nos lleva de mala elección en mala elección, volverá a pagar por verlo, lo mismo si decide un día revivir aquel show de ecos videojuegueriles con pistas grabadas, que como El Pan Blanco, donde él, Tropicaza y Dr. Dude se convierten en meseros de Helen’s dispuestos a arruinar cualquier cumpleaños con risueño garage, o como Los Bonzos Flameantes, donde sólo le hace compañía el Dr. Dude y, juntos, han creado algún éxito destinado a ser blanco de la ira de los fundamentalistas del pop y de cualquier persona dispuesta a reírse de todo menos de sus propios gustos. Nos vemos, pues, todos apenados y viéndonos de reojo, en la siguiente escala del siempre emergente Guadamur.
@peach_melba