La guía VICE para ir de empalme a clase

Fotografía de Jake Lewis vía

Ir de empalmada a clase es como disparar un arma o practicar el 69: en nuestras fantasías, a todos nos parece que somos perfectamente capaces de hacerlo, pero luego, a la hora de la verdad, no surgen más que complicaciones.

Esta práctica ha formado parte de la vida universitaria desde siempre, pero ha sido en los últimos años, con la puesta en marcha del Plan Bolonia, cuando ha dejado de ser una aventura voluntaria para consolidarse como recurso imprescindible ahora que la asistencia a clase es prácticamente obligatoria.

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“Yo estudié en los dos planes, el antiguo y el actual, y puedo decirte que sí hay diferencia.” Habla María, 26 años. Primero completó una diplomatura en la Universidad de Oviedo y luego un curso puente de adaptación al grado. “Cuando hacía la diplomatura, sentía más libertad para ir o no a clase. Con el grado, he tenido que presentarme en julio porque no cumplía el porcentaje mínimo de asistencia, y eso que me sabía el temario. Era como volver al instituto.”¿Llegaste a ir de reenganche alguna vez sólo para hacer acto de presencia?, le pregunto. “Sí. Y lo pasé fatal.”

En vista de que para ser capaces de salir de fiesta todo lo que querríamos y que no nos suspendan por quedarnos abrazados a la almohoada todo lo que nos gustaría, está claro que el arte del empalme está destinado a convertirse en uno de nuestros principales aliados durante nuestro periplo universitario, ahora bien, como todo arte debemos perfeccionar nuestra técnica y estar preparados para soportar las largas —e insomnes— horas que eso conlleva.

Consejos facultativos

Estamos entre personas prudentes, ¿verdad? Y ya se sabe cuál es la regla de oro de las personas prudentes cuando se disponen a hacer una temeridad. ¿Abandonar el proyecto? No. Consultar a un profesional antes de emprenderlo. Para cerciorarnos de los posibles efectos secundarios de esta gesta etílico-universitaria, consultamos con el Dr. Alex Ferré, especialista en trastornos del sueño.

VICE: Como médico, ¿cuáles cree que pueden ser los efectos nocivos de esta práctica?
Alex Ferré: Varios. En este tema, nos ubicamos entre los trastornos del sueño, la mala higiene del sueño y la privación económica del sueño o Síndrome del Sueño insuficiente. Dormir poco es especialmente malo para los estudiantes, pues disminuye la capacidad de atención, la memoria o la reactividad frente a estímulos. Algunos estudios comparan una noche sin dormir con haber bebido cuatro copas de vino. Si juntamos las dos circunstancias… imagínate.

A nivel de salud, ¿hay alguna diferencia entre “reenganchar” de manera anecdótica y tenerlo como costumbre?
Una cosa es hacerlo puntualmente, que está mal pero no tiene por qué traer mayores complicaciones… Sin embargo, a la larga, un ejercicio continuado puede desembocar en otras enfermedades. Se ha demostrado que altera el metabolismo del azúcar, inclinado al paciente a la obesidad. También puede desencadenar patologías psiquiátricas como el Trastorno de la Ansiedad o el Trastorno de Déficit de Atención por Hiperactividad.

¿Es posible aprender algo en ese estado?
Es muy variable, depende de la persona. Lo que es seguro es que el umbral del aprendizaje baja. Pero ¡ojo! Sucede lo mismo con los médicos. Cuando están de guardia, disminuye la capacidad de rendimiento. Por eso ahora se tiene más cuidado con estas cosas y se respetan más los parámetros. Un médico, hoy, no puede sumar más de 24 horas si ha trabajado el día anterior.

Imagen vía usuario de Flickr Jirka Matousek

Los puntos clave

Bien, ahora que estamos prevenidos científicamente y sabemos a qué nos exponemos, podemos lanzarnos a la aventura del saber y aprender las claves del éxito del empalme universitario.

Casi todas las fuentes a las que consulto comparten el diagnóstico, que coincide también con mi propia (y fracasada) experiencia. Sí, ir de empalmada a la facultad es un viacrucis insensato que, la mayoría de las veces, acaba en cabezaditas, codazos del compañero o daddy jokes del docente de turno.

Me doy cuenta de que necesito una voz experta para ayudarme a confeccionar esta guía. Es entonces cuando me acuerdo de Frank (ése es su nombre de guerra), una leyenda del ambiente universitario de Santiago que estudió Gestión Hostelera, titulación en la que, “a diferencia de otras”, me aclara, “sobrepasar el límite de faltas supone la expulsión directa”. Frank es conocido en la Escuela de Hostelería por su labor como party master y su talento empalmando clases con bacanales. Allí conserva cierto aura de misticismo que le hace ser admirado y temido a partes iguales. Ya en la primera toma de contacto me doy cuenta de que he llamado a la puerta adecuada:

Cuando ya está disponible, me da las siguientes claves:

  • Elige bien la silla y al compañero de al lado . Frank argumenta que esto nos permitirá echar “microsiestas” y tener un cómplice que nos avise en caso de que nos pillen.
  • Cuidado con las drogas . Pueden ser nuestras mejores aliadas, pero también la losa que sepulte nuestro proyecto. “Es un arma de doble filo”, insiste Frank. “Como no sea speed del bueno, de ése que te mantiene despierto una semana, puedes acabar cagándola con el bajón”. La cocaína tampoco se libra de ese efecto indeseado. “O te guardas un poco para posponer el puto bajón, o acabarás siendo víctima de la narcolepsia”, advierte. Le pregunto por las anfetas, pero las descarta también, “a no ser que quieras utilizar la mesa de tarima”.
  • Café. Un aliado básico, si bien tiene su contrapartida, en este caso la descomposición estomacal. Mucho ojo.
  • Nada de coches . Los peatones pueden verse aliviados de este inconveniente, pero aquellos que hayan aparcado el coche en la zona de fiesta, deben recordar “que es un día entre semana, y que la carga y descarga empieza antes de que cierre el after“. El propio Frank admite haber sido víctima de este error de novato. Ya sabes, si bebes, no conduzcas; si empalmas, menos.
  • Toneladas de agua . “Aparte de hidratarte, te obligará a ir al baño con frecuencia, y ese paseo siempre se agradece”.
  • Dúchate. Lo sabemos: una vez pases por casa, la tentación de meterte en cama será grande, pero no hemos llegado hasta aquí para tirar la maldita toalla, ¿verdad? Además, ya sabes, hay que intentar ir por la vida lo menos fétidamente que se pueda.
  • Ponte obstáculos . Frank, por ejemplo, contrató a una asistenta durante todo un curso para que fuera los viernes por la mañana a limpiar a su piso. Evidentemente, la motivación para quedarse allí a dormir entre ruidos de aspiradora (“y la mala hostia de la señora”, añade) sufrió un importante descenso.
  • Evita el sexo. Sí, sí, a nadie le amarga un dulce y todo eso, pero debes ponerlo todo en una balanza, y el sexo, según nuestro gurú, “quita mucha energía y relaja demasiado”.
  • Pase lo que pase, no hables. Aquí Frank se pone serio. Es, me dice, la regla más importante. Aunque está dispuesto a discutir cualquiera de los otros puntos, éste no se negocia. Las drogas, el alcohol y la falta de cama alteran diversos sentidos de nuestro organismo, pero especialmente uno: el del ridículo. “Si no te quedan más huevos que ir a un tostón de asignatura, echa sueñecitos y, si no es posible, dibuja, medita, móntate tus películas, en fin, lo que sea, pero pase lo que pase NO-HABLES”. A no ser, claro, que quieras delatarte en el último minuto, tropezando con el cordón de las zapatillas a un milímetro de cruzar la meta de los campeones.

¿Y qué piensan los profesores?

Cabe también preguntarse por la reacción de los profesores ante el fenómeno. Manu, estudiante de Málaga, me cuenta la siguiente anécdota. “Fui a un concierto en Madrid conduciendo desde Málaga (6 horas de viaje). Terminó a eso de las 2 de la mañana y llegué a tiempo a clase (8:30). Me puse una camiseta limpia (la que me compré en el concierto), y ya en clase firmé la hoja de asistencia para a continuación pasar a estado catatónico. El profesor se acercó y me preguntó qué tal el concierto (se había fijado en la fecha que ponía en la camiseta). Luego me mandó a casa. La asistencia me la dejó igual.”

La comprensión parece ser habitual en el sector. José María Bellido Morillas, presidente de la Asociación Pedro Cubero de Cooperación y Altos Estudios y Doctor Europeus en Filosofía, trabaja actualmente en la Isabel I, donde da clases a distancia, “por lo que ese problema”, explica, “desaparece”. Aun así, le resta importancia al asunto, llegando a afirmar que “tampoco hay mucho provecho que sacar de la Universidad, en cualquier estado de consciencia”. Cuestionado sobre si la asistencia en modo zombie le parece una falta de respeto o una hazaña admirable, responde que “lo segundo, claro”.

Otro profesor, éste de la Universidad de Santiago —que por motivos que pronto descubriréis como obvios, prefiere mantenerse en el anonimato—, me confiesa que él mismo se vio obligado a ir de empalmada a clase… pero para darla. En su caso, no venía de fiesta, sino de viaje. “Volvía de Barcelona un lunes de madrugada y tenía clase en Santiago a las 9. El avión llegaba a las 8.” ¿Crees que alguien se dio cuenta? “No creo.” Así es: a veces (no muchas) profesores y alumnos hablamos el mismo lenguaje.