Artículo publicado por VICE Argentina
Es verano y la fiebre sube. Por alguna razón, tal vez por la temperatura o, en una de esas, por mero instinto animal, el verano despierta lo más sexual de nuestra humanidad. Nadie tiene un peso pero, aún así, tampoco ninguno perdió las ganas de coger. Con los aumentos de acá y allá (el último: el de transporte; y ya están anunciados agua, luz y gas para estos meses) y con el bolsillo raquítico (la inflación le gana al sueldo y las paritarias), las opciones de salidas “prolijas” se tornan imposibles. Ya fue todo: ahí, entre medio del veneno y la hiel, el cachondeo aguanta y resiste.
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Por eso, el telo se vuelve un objetivo inalcanzable: tuvieron aumentos de hasta un 300 por ciento en los últimos meses. Sin demasiadas pretensiones, ir a un telo puede salir entre 700 pesos y 2000 pesos el turno. De pronto, coger en la calle puede ser una “buena opción”. ¿Es legal? No, la policía puede hacerte una contravención, aunque no se trata de un hecho delictivo, a menos que se trate de algo pretendidamente ostentoso o de cualquier intención que pueda ofender a “las buenas costumbres”.
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Y aquello está contemplado en el Artículo 129 del Código Penal: “Será reprimido con multa de 1000 a 15 mil pesos el que ejecutare o hiciese ejecutar por otros actos de exhibiciones obscenas expuestas a ser vistas involuntariamente por terceros. Si los afectados fueren menores de 18 años la pena será de prisión de seis meses a cuatro años. Lo mismo valdrá, con independencia de la voluntad del afectado, cuando se tratare de un menor de 13 años”.
En ese sentido, la policía puede demorar a los implicados por desnudo en la vía pública. “Si además los pesco teniendo relaciones, puede ser un agravante para llevármelos”, sopla por lo bajo un oficial de policía. Como toda ley es objeto de interpretación subjetiva de los actos, importa mucho el lugar del hecho por el grado de exposición a que pudieran ser vistos involuntariamente. Pero, a fin de cuentas, ¿quién te quita lo garchado? No hablamos de un dogging premeditado (que, por caso, Capital Federal tiene tradición en cualquier esquina o sucucho de por ahí) ni de placer por el voyeurismo mismo. No y no: los jóvenes tenemos un problema real y vamos a tratarlo.
Dice Julio Cortázar en “Los Amantes” y uno calla: “¿Quién los ve andar por la ciudad si todos están ciegos? Ellos se toman de la mano: algo habla entre sus dedos. Lenguas dulces, lamen la húmeda palma, corren por las falanges y arriba está la noche llena de ojos. […] Amanece en los carros de basura, empiezan a salir los ciegos, el ministerio abre sus puertas. Los amantes rendidos se miran y se tocan una vez más antes de oler el día”.
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Seguramente, disparado por el morbo, la adrenalina resulte un factor excitante. Hacerlo entre arbustos, de noche y frotado se convierte en una opción para resolver con aventura. Pero no se trata de promover, se trata de información. Obvio, de nuevo: es ilegal. Esas parejitas enroscadas girando con la cabeza en 360 grados para no ser pescados puede ser cualquiera de nosotros. Por lo demás, somos grandes, pobres y nos conocemos todos: sin tantos chusmas, ni vecinos gedes, ni la autoridad rondando, ni lumpenaje presente, acá van los 10 mejores lugares de Buenos Aires para coger en la calle. Eso sí, por favor, úsenlos bajo su responsabilidad.
Plaza General San Martín
Av. Santa Fe y Maipú, Retiro.
¿Será su cercanía con la Estación Terminal de Retiro, uno de los lugares más intensos y neurálgicos de la ciudad? ¿O se tratará acaso de la evocación sexual de la sangre derramada? Hay ciertos horarios en que la Plaza General San Martín no es un mundo de gente. Se sabe por esta y por todas: nunca es tan interesante tener sexo en plazas públicas ni su experiencia se asemeja a la de una suite especial en el mejor de los telos de la ciudad. No obstante, hay domingos por las tardes-noches en que los calientes corretean por ahí. La discreción es fundamental. En sus nervios profundos se emplazan buenos bancos, muchos árboles y, de fondo, no es tan perverso como se lee. De hecho, ojo porque en algunos puntos hay camaritas botonas. Por aquí, el mejor plan de anti-domingo.
Pasaje Tres Sargentos
Tres Sargentos entre Alem y San Martín, Retiro.
Un oasis en plena bulla y caos del Centro porteño. Sus empedrados guardan algunos de los más oscuros y misteriosos secretos de la ciudad. Por la noche hay algo de trabajo sexual y otro tanto de alcohol que recorre gargantas. Los bares de la cuadra suelen cerrar bastante temprano y su vista al extinto Harrods es una caja de sorpresas. Por la cercanía a los distintos hoteles, suele formar parte de la ruta cachonda del sexo exprés. Solo para alertar: cuidado con los malandros que pueden aprovecharse de la nobleza del mete y saca. Entretanto, coger en sus recovecos puede ser una buena opción teñida por discreción y sazonada por su fácil escapatoria: queda a una cuadra de Av. Córdoba y a dos de Av. Santa Fe.
Pasaje Espartaco
Espartaco y Gregorio de Laferrere, Flores.
Después de Av. Directorio y antes de la Autopista hay una especie de zona residencial. Por ahí, la casa del poeta y médico rural Baldomero Fernández Moreno, que está considerada como patrimonio nacional. Hay calles sin asfaltar y no hay edificios. ¿Qué pasa con eso? El lugar es completamente tranquilo. Hay casitas viejas, el aire es manso y el paisaje resuena hasta algo desolador. De vez en cuando se cruza algún policía, pero nada de otro mundo. Se puede estacionar en auto o bien ir caminando. Y aplica para plan de tarde. Arbolitos, puertas y rejas: el tiempo está detenido para esta calle. Al estar en una curvita, Espartaco tiene muy poco tránsito y mucho de pintoresco. Los del barrio van ahí. Y los forasteros no van a sentirse visitantes.
Baño para discapacitados de famosa cafetería
Honduras y Humboldt, Palermo.
Los baños para discapacitados suelen ser ideales para todo tipo de improperios. Demás está enumerarlos pero usen su imaginación: son amplios, cómodos y siempre están limpios. Además, este en particular, suele estar en desuso. El local tiene pocos empleados y nadie anda con actitud gorra. Igual, como todo: jueguen el partido bajo su propio riesgo. Los domingos hay muy poca gente circulando por esas cuadras y mucho menos por ese local. Al estar en un punto ciego, una visita rapidita al baño puede ser una buena opción para sacarse la calentura.
Tierra de nadie
Entre el Predio Ferial El Dorrego y Plaza Mafalda, Colegiales.
Espacios enormes, descampados y larguísimos. Verde intenso y camiones varados. Curvas y contra curvas. Algunos grafitis en las paredes y la impunidad de los recovecos eternos. Canchitas de fútbol y un árbol atrás de otro. Alguien saca a pasear a las mascotas para hacer sus necesidades pero no hay tanta historia. Nadie lo oficializó pero este puede ser el nacimiento de un verdadero mito porteño: la tranquilidad de esa zona la inclina como el punto central del próximo gran cogedero institucionalizado de Capital Federal. Ah, y los fines de semana no hay un alma. La recomendación: vayan de paseo en bicicleta por esa zona y deliren su propia película porno a la carta. Sexo acá, allá y más allá.
Escalera Estación Humberto I de la Línea H
Av. Jujuy 1100, San Cristóbal.
El barrio es oscuro de por sí y nadie, jamás, le prestó atención a esa boca de subte. Por la noche, mucho menos. ¿Es cómodo? Por supuesto que no: es una escalera en bajada de un subte. Sólo es negocio para tener sexo de parado. Lo mejor es buscarse un hueco los fines de semana en horarios nocturnos cuando el transporte público no tiene actividad. Dependiendo de la efusividad de los amantes, hay rejas y barandas para sostenerse. Es un point seguro para los de la zona y una gema intensa para los neófitos.
Bosques de Palermo
Av. Figueroa Alcorta 5900, Palermo.
Frente a AYSA hay una entrada al parque con una reja gigante. Por la noche, circular en auto es perfecto: se arma como una especie de calle cortada enorme y nadie pasa por allí. En rigor, la avenida queda lejos de la vista y no hay luces que molesten demasiado. Solo unas pequeñas y tenues que asoman desde unos metros y hasta terminan siendo climáticas para cualquier atisbo de rito amoroso callejero. El caminito hacia el destino ya sube el rapport. Caminando entre los árboles se puede hacer tranqui, también. Este es el típico lugar con el que se despachan diciendo: “Para coger, andá a los Bosques de Palermo”. De pronto, de esa jurisprudencia, acá está la mejor localización.
Postrimerías de la Biblioteca Nacional
Agüero 2502, Recoleta.
El verde de semejantes hectáreas se emplaza tentador como una enorme cama de mil plazas. Cama incómoda, pero cama al fin. Hay banquitos peronistas y algún que otro viejo paquete que pulula por la zona. El complejo está abierto durante unas cuantas horas y es ideal para chapar, hacer algo de petting y un poco de previa. Cerca del edificio, dentro del parque, hay algunos recovecos mágicos de los que vale la pena investigar. La zona es semi cerrada pero también muy tranquila. La coartada ideal es el look estudiantil y la mochila con libritos. Nadie puede desconfiar de unos buenos estudiantes universitarios en búsqueda de conocimiento en el Aleph que soñó Jorge Luis Borges y diseñó Clorindo Testa.
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Plazoleta voyeurista
Donado y Ruiz Huidobro, Saavedra.
Danger zone de un saque: queda cerquita de un puesto de la policía. No obstante, hay veces que la mejor forma de esconder algo es dejarlo a la vista. El lugar queda a pasos de la estación de tren Luis María Saavedra. Un dato: al lado del destacamento de policía hay un paredón apto para garchar. En los últimos años, este espacio emplazó muchas obras y eso facilitó también nuevos escondites. Esta plazoleta es una de las salidas de la Capital Federal y los autos pasan velozmente. Se trata de una avenida con cuatro vías, algunos bulevares, un paredón enorme y pasto, mucho pasto. Te ven todos pero no te ve nadie. Además, la zona tiene muy buenos murales. Y coger mirando buenos murales puede tener su magia.
Parque Mujeres Argentinas
Limitado por las calles Manuela Manso, Marta Linch, Av. de los Italianos y Manuela Sáenz, Puerto Madero.
La ropa vuela y a nadie parece importarle demasiado. De noche puede ser el escondite perfecto para el sexo desenfrenado. Hay médanos, pastito, juegos y muy poca luz. Cada tanto, un skater rebota su tabla contra el suelo o alguien pasa cansinamente andando en rollers. Y nada más. Es una extensión enorme de territorio lista para amar, además de una zona salvaje pero de ficción: como en todo Puerto Madero, aquí no hay peligro real. El parque se yergue como uno de los pocos lugares donde garpa más estar a pie que en auto. De día son un poco más difíciles las maniobras chanchas pero no del todo inviables. Por si hiciera falta, hay bebederos de agua. Y los trancos son tan largos que ante un in fraganti hay tiempo para sacar lo que haya que sacar y poner lo que haya que poner.
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