Skyrunning en el último reino nepalí
Todas las fotos por Chris Haterill

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Skyrunning en el último reino nepalí

Nos desplazamos a las serpenteantes cumbres y los valles del Nepal para correr la Mustang Trail Race, una de las carreras más exigentes y bellas del planeta.

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A veces, cuanto más te alejas de la civilización más civilizada parece volverse la vida. Antes de llegar a la salida de la carrera anual a campo abierto Mustang Trail Race es necesario subirse a un autocar que se abre paso por una de las provincias más vírgenes y aisladas de Nepal.

Salimos desde Katmandú rumbo a Pokhara y atravesamos nubes de polvo, montañas de basura incinerada, arroyos cuajados de vertidos y todo el resto de signos inequívocos de que estamos en un país en vías de desarrollo.

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Pero conforme vamos dejando atrás las carreteras principales y ascendemos por un valle del Himalaya rumbo a Beni, la vida empieza a ralentizarse. Cuando llegamos a Jomsom, en la parte inferior de la región de Mustang, ya no hay rastro del siglo XXI. Nos cruzamos con mulas y yaks trotando por la principal carretera que discurre a través de las hileras de manzanares que recorren la ladera.

Hubo un tiempo en que a esta parte del Himalaya, que hasta hace muy poco estaba completamente aislada del mundo exterior, se la conocía como el reino de Lo. De hecho, el propio Nepal solo abrió sus puertas a los visitantes extranjeros en 1946, mientras que Mustang fue conservada como una región restringida hasta 1992 y se mantendría como un reino escindido hasta 2008.

Este aislamiento, en el que se han conjugado la aparente desolación de la zona y una prohibitiva tasa de acceso para los senderistas, ha mantenido los valles, los ríos y los caminos de la región relativamente vacíos. Especialmente si se compara a la zona con otras provincias del país, donde se puede contemplar los duros e interminables peregrinajes de los caminantes que atraviesan los populares senderos que surcan las inmediaciones del Everest y del Annapurna.

La Mustang Trail Race es una de las carreras más exigentes e intrépidas del Himalaya. Su recorrido de 160 kilómetros atraviesa los áridos pero espectaculares paisajes de Mustang y, a lo largo de ocho días, la carrera nos obligará a ascender y descender la friolera de 11 000 metros —una altura superior a la del Everest.

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Más allá de la altitud, de las rampas y de las escarpadas pendientes, pega un solo abrasador, circula un aire extremadamente seco y habrá que combatir los implacables vientos anabáticos. Claro que lo bueno es que todas nuestras mochilas serán transportadas por delante de nosotros a diario, que viajamos con nuestro propio chef para tener lista la cena al terminar la prueba.

Emprendemos rumbo a Jomsom con una caminata de aclimatación que asciende durante 934 metros y que recorre 21 kilómetros hasta alcanzar un puerto de montaña que es la puerta a otro mundo. Atravesamos una pequeña aldea en la que se celebra una competición de tiro con arco y asistimos al despliegue de una estridente sucesión de apuestas en el extremo de la casa encalada en la que nos hemos detenido a beber té.

Una vez hemos recuperado el aliento, enfilamos el camino del Kali Gandaki, un río que atraviesa la cordillera —hasta formar la garganta más profunda del mundo—, antes de sumarse al cauce del Ganges, mucho más abajo.

Al día siguiente empieza la carrera de verdad. Lo hace temprano y convoca a poco más de veinte corredores que atraviesan a toda velocidad la pintoresca aldea de Kagbeni. Se trata de un pequeño enclave que se hizo rico después de decidir cobrar un impuesto a todos los camiones a remolque que lo cruzaban cargados de sal procedente del Tíbet.

Cuando alcanzamos la primera montaña del día, jadeo con tal intensidad que me resulta imposible beber agua. Un pánico todavía moderado se adueña de mí. Atravesamos un terraplén rocoso en desbandada y luego salimos a una carretera que serpentea hacia arriba interminablemente. Y esto es solo la primera etapa.

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La carrera nos conduce más allá de hileras de campos de trigo, de riachuelos muy fríos y de aldeas ancestrales. Y mientras escalamos la última y demoledora cuesta rumbo a nuestra primera parada nocturna en el pueblo de Tsaile, parece realmente que ya hayamos conquistado la cumbre del Mustang. A pesar de la belleza, la vida aquí es dura.

La leña escasea y la poca que hay está amontonada en lo alto de las casas como un símbolo de estatus. Muchos de los jóvenes han abandonado el pueblo para irse a estudiar y a trabajar a otros lugares del país. Su ausencia ha convertido a la población en una mezcla de niños y de viejos. Apenas hay rastro de hospitales o de asistencia médica, y muchas de las viviendas todavía tienen los suelos de barro.

Más allá del paisaje que las montañas más hermosas del planeta recortan al fondo, Mustang está plagado de sorpresas muy bien escondidas. Nos detenemos en la cueva templo de Chungsi donde Padmasambhava —un maestro budista del siglo VIII al que se conoce popularmente como al "Segundo Buda"— se detenía en su día para meditar. Avanzamos al galope por los deslumbrantes acantilados rojos de Drakmar e instantes más tarde lo haremos también por Lo Mantang, la ancestral capital amurallada construida en el siglo XIV, que apenas ha cambiado en todos estos siglos.

La luna aparece temprano y observamos como se instala entre las montañas y se despliega por entre los planetas en el cielo del amanecer. Trepamos hasta llegar a Koncochk Linga, una cueva recientemente desenterrada en la que puede contemplarse arte budista tibetano de exquisita calidad.

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A medida que acumulamos kilómetros también se multiplica nuestro asombro. Durante una de las mañanas ascendemos hasta la cueva de Luri Gampa. Nuestros focos delanteros iluminan representaciones medievales de los maestros budistas "no ortodoxos". Hay restos de fósiles prehistóricos ammonoídeos en las cuencas de los ríos, piedras negras muy reconocibles que los indios creen que son tempranas manifestaciones de Vishnu, un Dios que desaparece cuando las piedras se rompen a la fuerza.

Son nueve días de carrera y se hacen físicamente muy duros, pero las cumbres himalayas del Annapurna y del Dhaulagari provocan que deseemos que esta aventura no se termine. Después de un último ascenso que pondrá a prueba nuestra fuerza de voluntad y que nos elevará mil metros más, el último tramo es una estimulante experiencia que discurre carretera abajo rumbo a la aldea de Muktinah, que descansa entre la ruta peregrina hindú y el popular sendero que desfila hacia el Annapurna.

Después de cruzar un puente colgante, desembarcamos de nuevo en el mundo moderno todavía renqueantes. Allí nos espera la primera y reparadora cerveza en semanas, una hamburguesa de yak para los carnívoros y una furiosa dosis de actividad en las redes sociales.

La próxima carrera de la serie Trail Running Nepal es la todavía más dura Manaslu Trail Race, que arranca el próximo 5 de noviembre. La siguiente Mustang Trail Race se celebrará en abril de 2017.

Este artículo se publicó originalmente en Amuse.