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Las peores excusas que hemos usado para no ir a trabajar

En Reino Unido, el día 6 de febrero se celebró el día nacional de la baja por enfermedad, por eso tenemos que sacar a la luz las mentiras más claras que hemos contado para saltarnos un día de trabajo.

(Foto superior vía Henri Bergius)

Al parecer, el día 6 de febrero fue el día nacional de coger la baja por enfermedad. La razón es que el primer lunes de febrero es normalmente el día más popular para hacerse el enfermo, y se calcula que unas 350.000 personas se ausentarán del trabajo. Existen muchas razones, y la mayoría tiene que ver con la bebida: o bien has cobrado el primer sueldo después de Navidad y te has gastado la mitad en alcohol, o bien te has dado cuenta de que "la cuesta de enero" se ha acabado y has decidido deshacer todo lo bueno que hiciste por tu hígado el mes pasado.

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Sea como sea, vas a tener que pensar una buena excusa para justificar tu ausencia. Aquí tenemos algunas de las peores excusas usadas a lo largo de los años.

MIENTE SOLO SI TRABAJAS PARA UN CAPULLO

Nunca me sentí culpable por faltar al trabajo porque mi jefe era un pequeño cerdo manipulador que no quería ver el mundo que hay más allá de los confines de la tienda que regentaba. Era mi segundo año de universidad y los exámenes estaban al caer. Cuando salió el calendario de exámenes, me asignó turnos a propósito en las fechas que coincidían, claro. Se lo hice saber, y haciendo aspavientos con las manos me dijo, "No podemos estar todos pendientes de tus actividades extracurriculares" (es decir, mi carrera), y no quiso dar su brazo a torcer.

Esa semana contraje una misteriosa enfermedad que me vino poco a poco, con dolores de cabeza y tos fuerte, y que acabó conmigo al caer por las escaleras de mi piso sin llevar maquillaje, porque los hombres acostumbran a pensar que ir sin maquillaje significa que estás enferma de muerte. El día antes de mi primer examen ya no me presenté, para hacerlo un poco más creíble. Le dije a mi jefe que estaba enferma por las dos razones para vencer cualquier argumento que se le ocurriera y no volví hasta que se acabó la semana. Entonces le dije que había estado demasiado enferma para hacer mis exámenes. Aquello dio pie a una nueva sarta de mentiras que tuve que soltar para salir airosa de la situación. En conclusión: no mientas a menos que trabajes para un capullo.

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@hannahrosewens

MAÑANAS DURAS

Mi último trabajo fue realmente cómodo, en una zona bonita de la ciudad, con montones de buena comida, rodeado de colegas con los que me llevaba bien, pero por alguna razón no podía evitar que me la sudara todo una mierda. Se suponía que empezaba a trabajar a las 10 de la mañana cada día, pero me lo monté para estirarlo hasta las 11 a base de pura y deliberada vagancia. En una ocasión, llegué dos horas y media tarde al trabajo porque llovía muy fuerte y no quería andar hasta la estación. Como puedes imaginar, no tardaron mucho en despedirme. Mientras me echaban, todo lo que hice fue asentir con la cabeza y soltarles, "Gracias, joder. Si yo fuera vosotros, tampoco me quedaría conmigo". A veces realmente soy un capullo integral.

@joe_bish

Fotografía: NIAID, vía

ASMA SELECTIVO

Nunca he faltado al trabajo, pero en el instituto me tomaba por lo menos dos días a la semana libres del asco que daba. Sin embargo, durante los dos últimos años de clase, quería que me dieran una beca, que iba a perder si no asistía a clase a menos que estuviera enfermo o tuviera una nota de mis padres. Decidí que, durante los siguientes dos años, padecería del asma latente que tenía de niño. Un asma implacable que tengo solo el 40 por ciento de la semana. Ya estoy mejor, gracias.

@marianne_eloise

EL EMPLEADO DEL AÑO

Nunca había faltado al trabajo porque sufro de una extraña culpabilidad patológica rollo católico (incluso cuando estoy enfermo de verdad). Es algo que intento evitar a toda costa con agrios chorros de espray nasal y un régimen estricto de vitaminas y minerales en cuanto noto el más leve picor en la garganta, con zumos y agua y lavándome las manos, intentando no tocarme la nariz ni la boca en una distracción ni viajar en trenes y buses húmedos y plagados de gérmenes. Cuando no estoy en el trabajo me siento muy mal, y no soy capaz de relajarme disfrutar de estar enfermo. Porque regodearte en tu patetismo absoluto tiene algo que reconforta el alma, ¿verdad?; y toser levemente en tu mano y conseguir que tu compañero te prepare té mientras te estiras en el sofá rodeado de montones de cojines y almohadas y un edredón grande, con las piernas calientes y viendo por lo menos tres películas de Netflix en un día, incluso cuatro.

Pero no soy capaz de disfrutarlo por la culpa que os he mencionado antes, cosa que es una mierda, para ser sinceros, y un reflejo de la arrogancia y el ego que me dominan a todas horas. ¿Que si creo que el mundo se parará si no voy a trabajar? De acuerdo, voy a volver a responder: la mejor excusa que he dado jamás para no ir a trabajar es justo ese párrafo, y mañana mismo la pongo en práctica. Espero que mi supervisor (quien tiene que editar este texto) disfrute de mi ausencia, porque no me voy a presentar. Nos vemos el miércoles, Jamie.

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@joelgolby

NO FALTES AL CURRO SI ERES REPARTIDOR

Cuando era repartidor a domicilio para Domino's Pizza, me saltaba turnos regularmente, lo que a posteriori fue un gran error, porque es con diferencia el mejor trabajo que he tenido. Imagíname con 17 años, cobrando 6 libras por hora (y una libra por entrega) por conducir con tus amigos escuchando un drum n' bass terrible, e incluso a veces comerse la pizza fría de atún con base de barbacoa que alguien ha pedido en broma. ¡Y gratis!

Igualmente, aquí tenéis algunas excusas (en ningún orden particular):

-  Tuve norovirus unas 14 veces en un año (mentira).
-  Se me quedó una moneda atascada entre el manillar y la bocina de mi bici, y no podía hacer que dejara de sonar (mentira).
- Me rompí el tobillo y no podía conducir (mentira, y extrañamente nadie me cuestionó al volver la semana siguiente con ambos tobillos en perfecto estado).
- Con frecuencia tenía que esperar al lampista porque mi madre estaba trabajando (mentira la mayoría de veces).

No es que esté orgulloso de ellas, exceptuando la de la bocina, porque objetivamente es un engaño muy bien montado.

@jamie_clifton

DESTRUYE EL EMPLEO, ACABA CON LA ECONOMÍA

Trabajar muchas horas es casi tan malo como fumar: la gente que trabaja muchas horas tienen un 40 por ciento más de riesgo de enfermedades del corazón. El trabajo te enferma, y cada día que pasas encorvado sobre tu escritorio iluminado por el brillo de tu pantalla es un día de enfermedad.

En este contexto, ausentarse por enfermedad no es tanto una malvada excusa para hacer el vago como una defensa necesaria contra el violento y estresante aburrimiento que supone el estar en el trabajo. Si ese es el caso, que se te ocurra una razón para no ir debería ser mucho más fácil. Y la verdad, todos sabemos que pasar horas inventando una historia y una enfermedad convincente es en realidad un método para convencerte a ti mismo de no sentirte culpable.

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@simonchilds13

EL DÍA DE NO ESTAR ENFERMO

No sé si alguna vez he faltado al trabajo por estar enfermo de verdad, y ya ni hablemos de mentir. Pero una vez, a bordo de un avión hacia Buenos Aires cuando tenía 18 años, recuerdo que me fui poniendo más y más enfermo. Al hacer escala en Río estaba hecho un desastre: temblando, con fiebre, en el suelo como un huevo frito. De algún modo me las apañé para subirme al siguiente vuelo y, tan pronto como aterrizamos, me entregaron un formulario con una lista de síntomas para marcar. La psicosis de la gripe porcina estaba en pleno apogeo, ponían en cuarentena a la gente en los aeropuertos y no les dejaban salir durante semanas. Eché una ojeada al formulario (fiebre, temblores, mocos, dolor de cabeza) y tenía todo lo que ponía en la lista. Pero lo llevaban claro si iba a pasar un par de semana con otros jodidos enfermos en cuarentena. Así que marqué la casilla "sin síntomas" y puse rumbo hacia Buenos Aires, donde pasé la semana siguiente en cama.

@samwolfson

VAYA HUEVOS CON LA EXCUSA

Cuando era adolescente trabajé en una panadería. No en una exuberante panadería al estilo francés, vendiendo baguettes, croissants y café. Trabajaba en el piso de arriba de una pequeña  y oscura tienda preparando bocatas en serie. Empezaba a las 7 de la mañana del sábado, cosa que significaba que no había dormido mucho y que seguía oliendo a alcohol barato. Me quedaba de pie enfrente de mi mesa de trabajo, extendiendo tubos y tubos de margarina sobre rebanadas de pan con mis pequeñas manos sudadas. Me ocupaba de los paquetes de jamón y queso en lonchas o mezclaba cubas de mayonesa de atún. Después de mi primera hora en el turno llegaban los huevos.

Por supuesto, los huevos de los bocadillos producidos en masa no son frescos. Vienen dentro de un cubo, en un gran saco azul. Desatas el saco y ahí están los huevos, deslizándose plácidos y serenos en un líquido que huele exactamente como 100 huevos flotando en líquido conservante. Ese sábado tenía una resaca muy mala. Podía oler el jugo de huevos. Apenas sabía qué estaba haciendo cuando literalmente me tiré al suelo fingiendo un desmayo que puso a mi colega a llamar a gritos al jefe. Me enviaron a casa en un taxi y me dieron todo el fin de semana libre.

- Anónimo