Elecciones 2019

Esto es lo que está haciendo Pablo Casado ahora mismo

Bueno, en nuestra imaginación al menos.
Pablo Casada elecciones generales 2019
Pablo Casado. Juan Medina/REUTERS

Es difícil afrontar el fracaso y todos lo hacemos de forma distinta. Están los que piden a domicilio un cubo de 25 McNuggets para engullirlos entre lágrimas mientras escuchan entero el Palace Brothers de Palace Brothers. Otros se compran un billete de avión hacia un país poco desarrollado a nivel de políticas sociales y charlan con gente autóctona con la que se hacen fotos y las suben en Instagram acompañadas de frases como “se puede aprender tanto de la gente que vive en chozas y se alimenta a base de raíces”. También hay quien baja al bar a beber cervezas y no se va hasta que uno de sus hijos baja a buscarle “porque ya son las dos de la madrugada y mañana hay cole y tienes que acompañarnos”.

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Ni tocar en bajo en El hormiguero le pudo salvar. Ciento treinta y siete diputados en 2016. Sesenta y seis en 2019. Fracaso absoluto. Tristeza. Nadie quiere salir de la cama con estos resultados, nadie quiere afrontar la vida en estas condiciones. El dolor es similar al que se sentiría si 500 novias hubieran cortado con él de una tacada. El pecho se estremece de la misma forma que si te dijeran, a tus 38 años, que, realmente, toda tu vida es una simulación y que realmente llevas postrado en una cama, en coma, desde los 11 años. ¿Qué diablos estará haciendo ahora mismo Casado? ¿Cómo estará afrontando el peor fracaso de su partido?

Se intuyen varias cajas de Ibuprofeno, unas cuantas Cocacolitas, varias barritas de Bounty (el tipo seguro que es de los que flipan con el puto Bounty) y unos Yatekomo con sabor a curry para comer. Ahora mismo el estómago del amigo debe de ser un auténtico Vietnam. Aún no ha salido de la cama y se niega a encender Twitter.

Las paredes de su casa están llenas de garabatos extraños escritos con sangre y Nutella, se intuyen algunas letras, incluso palabras. “Traidores”, “Mariano” y “Spotify” (¿?). Por el suelo está toda su ropa rota, convertida en un follaje incomprensible. Se la arrancó con las manos, buscando la tranquilidad del cuerpo desnudo, desprenderse de su personaje y convertirse de nuevo en solo un ser humano. No quiere volver a oír las palabras “elecciones” o “Partido Popular” en su vida, como un jovenzuelo que la noche anterior se pilló una gran borrachera y se promete no volver a beber nunca más.

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A lo lejos, en una esquina, Casado ve su bajo Ibánez. Hace tanto tiempo que no lo toca… “Con el grupo las cosas iban bien”, piensa. “Mejor que con el PP”, gruñe. Cinco cuerdas, “para llegar más arriba y más abajo”, decía. Este bajo podía con todo. Pero esta vez Casado no ha llegado a ningún sitio. Sesenta y seis escaños. Intenta levantarse, sus pies tocan el suelo de madera calentado por el sistema de calefacción por suelo radiante.

“Ya es primavera”, piensa, “deberíamos apagar la calefacción”. Le habría gustado posar las plantas de sus pies sobre una superficie fría, para sentir algo, una sensación, no este vacío existencial que lo asola. Cualquier sensación epidérmica que le hiciera sentir vivo sería bienvenida, pero no, el suelo caliente solo le recuerda el sudor infernal que rodeó sus pelotas cuando, ayer por la noche, tuvo que salir a hablar en la sede del Partido Popular de la calle Génova. Intentó escabullirse con la técnica de hacerlo mientras Sánchez y Rivera hacían sus discursos, pero el malestar estaba ahí, calentando su cuerpo y su cerebro, sintiendo vergüenza y miedo.

Se dirige hacia el bajo, lo coge y se sienta de nuevo en la cama. Sin enchufar el aparato empieza a tocar y por defecto le sale la línea de " Uptown Funk", pero se detiene porque le trae malos recuerdos. Recuerdos de una campaña electoral fallida. Mira por la ventana, como intentando recordar una canción. Varias nubes se juntan de tal forma que le recuerdan la cara de José María Aznar, sonríe ligeramente y deduce que solo ha sido producto de su imaginación. Aunque a veces los demonios que pululan por nuestro cerebro son más reales que la vida misma. Entonces empieza a tocar el bajo de nuevo.

Se sabe las notas de " En el muelle de San Blas" de Maná a la perfección. Podría tocarlas sin tan siquiera mirar el mástil. Así, sin enchufar, el bajo suena vacío, casi mudo, pero da igual, este grito vacío le viene a la perfección. Entonces empieza a cantar. Siempre la ha gustado cantar. “Sola, sola en el olvido. Sola, sola con su espíritu”. Y en una especie de trance, Casado encuentra por fin algo a lo que agarrarse, un espacio cómodo en el que pensar no duele, en el que el mal no existe, en el que todo va bien, un sitio sin gente, sin partidos, sin política. Solo música. Y sigue así hasta que cae la noche. Repitiéndolo una y otra vez: “Se quedó, sola, sola. Se quedó, con el sol y con el mar. Se quedó ahí, se quedó hasta el fin, se quedó ahí, se quedó, en el muelle de San Blas”. Y el día se apaga lentamente, convirtiendo el malestar del fracaso en un ligero recuerdo como de otra vida.

Sigue a Pol Rodellar en @rodellaroficial.

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