Artículo publicado por VICE México.Hace un par de semanas un amigo mío me enseñó una tarjeta de presentación. La había encontrado tirada mientras caminaba por las calles de la colonia Mixcoac, en la CDMX, pero de inmediato sabía que tenía en sus manos algo especial. Una foto de un hombre, que parecía datar de finales de los 80 por la calidad de la imagen; el peinado, la pose y la vestimenta que apuntaban a una estereotípica foto de graduación. Al lado de la foto simplemente decía Roger en un fondo blanco y abajo un número de celular. Todo esto me lo contó sin enseñarme la tarjeta, tomando una cerveza en su casa y mientras me explicaba que no entendía nada sobre este tipo. Con impaciencia le demandé que me la enseñara.
Después de 30 minutos en la búsqueda, regresó con la misteriosa tarjeta en la mano. Me la dio. Efectivamente su descripción era fiel a lo que me contaba, pero faltaba lo más importante de esta sutil presentación de préstamo de servicios: al revés se lee, con imágenes a blanco y negro correspondientes para cada uno de los trabajos: un coche, “Servicio ejecutivo de transporte”; un ángel sobre un campo, “Hipnosis terapéutica a domicilio”; una muela, “Odontología estética e integral”. Los servicios de Roger son tan dispares como fascinantes.Sin poder conflictuarme más con la curiosidad que me daba la tarjeta que robé de mi amigo, marqué el teléfono y sin cavilación contestó el afamado Roger. Un entusiasmo inmediato brincó desde su voz y yo seguía sin entender en qué estaba por meterme. Sabía que no era un deporte de alto riesgo, pero aún así, algo no era del todo convincente cuando un tipo anuncia que es un profesional de las tres cosas, tan dispares y extrañas, para además permitirle que practique su profesión con mis dientes de por medio. En una conversación que esperaba fuera breve, terminé platicando durante nueve minutos con Roger sobre mi intención de hacer el tour completo de sus servicios y por qué quería hacerlo.
Un hombre común
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“Yo soy un tipo con suerte porque desde los seis años me enamoré de la imagen del señor dentista”, me dice. “Mi abuela me llevó con un tipo y yo dije ‘así quiero ser yo’, tal cual, ‘sonriente, feliz y tranquilo’, y pues al final del camino se convirtió en un sueño que cristalicé, estudiando en la Universidad Metropolitana. Me esforcé un montón para entrar y lo que más quería era colgarme la medalla al mérito universitario”. Me dice con receló que no lo logró, por una décima. Él sabía que no tenía una posición privilegiada dentro de ese gremio y sintió que no tener esa medalla era un lastre sobre su propia carrera. No obstante, confiesa que entró a la universidad alrededor de los 16 años y se estaba graduando a los 20 o 21 años, por lo que tenía algo de tiempo adelantado. Esa misma frustración encontró otro canal a través del estudio de la anestesiología, que no era particularmente su interés, pero en la Universidad de Boston, en Massachusetts, ofrecían un programa con enfoque en neurociencias y, con ello, una entrada preeliminar y científica en lo que después se convertiría en su práctica como terapeuta hipnótico.
Cruzando la ciudad en su coche por más de cuarenta minutos en un trayecto que normalmente es de veinte, empiezo a impacientarme. En el coche de Roger, además, me percato de que para este punto ya estamos dando vueltas. No sé si es una preparación para la eventual sesión hipnótica que haremos pero cada vez me siento más enjaulado en una conversación que no termino de comprender.
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Roger me cuenta que, una vez en Boston, tuvo un problema con su propia salud dental, en el tercer molar. “Para tratar un caso como el que yo tenía, llamado trismus, por deber con el paciente es necesario recetar un analgésico para el dolor, un antiinflamatorio y relajante y un antibiótico para combatir la infección. Después de esto, si te ves muy hombre de ciencia, es necesario esperar 72 horas para poder llevar a cabo una operación”. Gracias a esa misma condición es que se puso en posición de “conejillo de indias”, para probar el tratamiento a través de “un estado de conciencia alterado”, propuesto por uno de sus profesores. Sometido a una hipnosis, sin ninguno de los tratamientos preliminares que me contó, dice, habían terminado el procedimiento en menos de 15 minutos. “¡No lo podía creer!”, dice emocionado. “Estaba perplejo, anonadado, sorprendido. No me quedaba la menor duda de que lo que me decían funcionaba de primera mano. Yo vi que era el futuro”.Poniendo a prueba mis férreas convicciones ideológicas, Roger comienza a explicarme sobre su transcurso en el mundo del hipnotismo, que si bien comenzó con una aproximación científica, terminó por englobar cuestiones espirituales con las que nunca he tenido una relación cercana. Naturalmente, mi estrés aumenta, pero intento mantener una línea estoica que, para este punto, tanto él como yo carecíamos. Él por su mera manera de ser y yo por neurótico.
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Terapeuta
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“Dentro de mi formación también aprendí de estas situaciones y cómo manejarlas. La cuestión con ella en específico es que fue muy espontánea. Cuando llega el momento de traer a esta chica, ésta me cuenta historias fantásticas sobre el clima temático de la muerte. Ella me cuenta que había muerto en un sismo y el cuerpo te representa la muerte misma. Tuve que decirle que se relajara por que se venía una muerte mental, ‘no pasa nada, tranquila’, le decía. En fin, termina la sesión y Martha aún no se la cree, y me confiesa que la niña no sabía hablar inglés”. Me quedo callado. Veo como Roger termina su anécdota esperando una respuesta, pero no soy capaz de darla. El consultorio, después de dos horas de plática, al fin abre.
Dentista
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Hipnosis
Me dice que las terapias normalmente las da a domicilio porque es importante un ambiente en el que la persona se sienta cómoda. Por razones obvias, no fue el caso esta vez. Platicamos un poco sobre cómo me sentí, qué pensé o si, de hecho, había funcionado de alguna manera. No dudo en afirmar que el estrés se había disuelto de manera notable, pero aún me quedan muchas dudas sobre ese otro “nivel” del que comentó sobre las regresiones, la relación con Cristo, las energías y cuestiones metafísicas de similar índole. Nos despedimos y pido un taxi para regresar a la oficina. Un poco perplejo por lo extraño que estuvo mi día pienso en la posición de Roger como un hombre, padre, profesionista, espiritista, científico y terapeuta, y regreso a un pensamiento que ya me había abordado anteriormente. Pienso cuántos “Rogers” que se despiertan todos los días para darle atención médica a su hija, manejan un taxi, reciben pacientes dentales y luego visitan casas de personas para dar terapias hipnóticas hay en la Ciudad de México. ¿Cuánta energía es necesaria para hacer tres diferentes servicios, además de ser vendedor de paseos de globo aerostático en los fines de semana, en los que todos es necesaria una interacción humana directa?El arrojo que tiene sobre sus profesiones se convierte en una reflexión palpable y directa de necesidad económica de la mano de una voluntad implacable por hacer un poco más de lo necesario. Roger, en efecto, es un hombre ordinario que coquetea con lo extraordinario por una convicción y voluntad atípica. Me recuerda que, al fin y al cabo, la visión que tiene uno sobre su propia realidad termina por configurar el resto que le rodea. No tuve una regresión espiritual, pero sí fui testigo de una energía sobresaliente que, a veces, todos carecemos.
Puedes contactar a Roger para cualquiera de sus servicios en su celular: +52 1 55 1524 0322
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