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Intenté usar Tinder como un tío

Del emoji de la berenjena a las fotos de gimnasio, intenté ligar con chicos usando sus propias armas.

"Tengo mi público", dice la descripción de un tío con el que mi amiga Sara está ligando por Tinder. Me cuenta que le dio un like solo por esa frase, un rayito de esperanza entre las biografías de decenas de "animal lovers", "viajeros empedernidos" o "web developers", y pienso en que eso es exactamente lo que nos han hecho creer las aplicaciones para ligar: que tenemos nuestro público. Que da igual si hemos nacido en Vallecas o en El Viso, o si tenemos una figura apolínea o las formas del trofeo de la Champions. Si nos esforzamos lo suficiente y ofrecemos lo que el mercado demanda, conseguiremos nuestro objetivo. La meritocracia aplicada al amor.

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Las lógicas de consumo aplicadas a las relaciones humanas de las que hablaba Zygmunt Bauman han convertido nuestras vidas en mercancías y a nosotros en productos, y Tinder es el Aldi en el que nos exponemos para que nos echen al carrito. Para ello tenemos que escoger una estantería bien posicionada. Y eso es lo que hacen miles de tíos que usan la red social del fuegote para pillar cacho: venderse. Porque a nosotras, como nos ha recalcado siempre Disney, nos basta con ser princesas, pero ellos tienen que ser valientes, fuertes, listos, graciosos… Ellos también son víctimas de un sistema que les otorga privilegios. Y uno de los daños colaterales es que tengan que venderse con frases de "Deseando amar" en la bio o con selfies en el espejo del baño, según el público objetivo al que quieran llegar.

Durante una semana, observé los perfiles y las estrategias de marketing de algunos hombres en Tinder y me puse en su lugar. Creé una marca personal bien definida para acabar con un potencial consumidor entre sábanas. Esto fue lo que pasó.

El de las fotos de pollas

O en su defecto, el del emoji de la berenjena. Es el tipo de tío más básico que puedes encontrarte en Tinder. Su manía de enviar una combinación de emojis que sugiera acto sexual antes de saludar no es incompatible con que en su biografía aparezca una frase como "en realidad no se qué hago en Tinder". Esto fue lo que pasó cuando les di de su propia medicina.

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Así de fácil, empleando únicamente el esperanto de nuestro tiempo: los emojis.

Indecente es, según la RAE, cualquier dicho o hecho vituperable o vergonzoso.

Que este pobre chico no comprendiera mis emojis me hizo recuperar un poco la fe en el ser humano.

Pero el entusiasmo de este otro me hizo perderla después.

Igual que cuando intenté ligar con tíos con sus fórmulas más violentas en un festival, compruebo que, en Tinder, los chicos se toman a broma en lugar de a pecho que una mujer tome la iniciativa con formas chabacanas.

El skater/surfero/escalador

Es ese tipo de hombre que ha interiorizado que, para encontrar su nicho en el mercado femenino, tiene que posicionarse como hombre valeroso, fuerte y ágil de manera muy poco sutil. Lo hace mediante su gran pasión, el deporte en alguna de sus formas, y si ese deporte implica un alto riesgo de romperse un brazo, mejor. Cree que eso le suma rollo y, al meterme en su piel y crearme un perfil de supuesta skater, descubrí que a la inversa también funcionan así: para ellos es un reclamo que una chica sepa mantenerse de pie sobre una tabla.

Cuando cambio mi foto de perfil a una en la que salgo con tablas de longboard contemplo como los matches suben. No sé si alegrarme porque los tíos vean como un plus que hagamos deportes que tradicionalmente no practicaban las mujeres u horrorizarme porque todavía sea una excepción que nos hace más atractivas.

¿Alguna chica dudaría que un tío que sale con un skate se lo ha puesto sólo para la foto?

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Aquí me arriesgué con el combo de berenjena y skate, para no encasillarme.

El moderno intensito

Hay dos vertientes del intensito: el que no sólo se lee todos los libros de Blackie Books únicamente porque están editados por Blackie Books sino que tiene que demostrárselo constantemente al mundo y el que emplea como gancho frases que aparecen en Google cuando buscas "frases ingeniosas para ligar" y/o alusiones a películas de culto. Algunos de los primeros se pavonean de escuchar a los mismos cantautores que tu padre, y muchos de los segundos emplean la pizza con piña como gancho en sentencias como "si te gusta la pizza con piña no le des a like".

En la descripción de este chico ponía que se tomó la pastilla incorrecta y seguía en Matrix. Y me dio mucha pena responderle así, pero si no le habría tenido que confesar que sólo estaba poniéndole a prueba y que había caído en su cebo: había conseguido meterme en el bolsillo con la gracieta.

En la descripción de este otro individuo se leía: "Soy un vividor de mis sueños y un soñador de mi vida". Pero me tiré más el rollo yo con mi respuesta pensándole un filósofo contemporáneo que él. -1 para Ana Iris.

Con este no tuve piedad. Porque lo de la pizza con piña es más antiguo que el timo de las estampitas.

El del gimnasio

Si el intensito se ve en la obligación de demostrar en todo momento que tiene todos los libros de Ben Brooks en su estantería, el gastaespejos de gimnasio es una subespecie de hombre que tiene que demostrar en todo momento que amortiza los 60 euros que se deja en crossfit cada mes.

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Hace cuatro años que no piso un gimnasio y eso está mal. Pero peor está que alguien arranque una conversación elogiando tus bíceps y sigas hablando con él. Y que digas que "dormir es como perder el tiempo" no tiene perdón.

El wanderlust

El wanderlust se aprendió la palabra wanderlust el año pasado, pero ya empleaba tiempo atrás su pasión por viajar como reclamo para ligar. En su versión más extrema, enumera en su biografía todos los destinos en los que le han sellado el pasaporte últimamente. Suele relacionar su amor por coger aviones con su espíritu aventurero o libre, pero lo pone en inglés, que siempre suena mejor.

Este wanderlust era el wanderlust definitivo: le gustaba viajar, pero no por España.

Y este otro demuestra que las cualidades del viajero (que no del turista, ojo), no son incompatibles con la intensidad. Se declaraba experto masajista en mentes.

Termino mi experimento comprobando que los tíos responden bastante bien a su propio juego y que estoy igual de incómoda ligando en analógico que en digital, sintiéndome fatal por haber sido tan imbécil y sabiendo que venderse como una caja de esas de experiencias funciona. Y, aunque partía de la premisa de que los hombres se ven abocados a ofrecerse como productos cuidadosamente diseñados para ser elegidos, pienso en que había un factor con el que no había contado: el ego y la necesidad de aprobación. Todos respondemos bien a nuestros propios juegos porque nos gustan. Y, sobre todo, porque nos sabemos las reglas.