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Cuándo y cómo cortar con un familiar

Hay una diferencia entre un drama familiar y una relación tóxica.
MA
traducido por Mario Abad
Fotografía original de art_es_anna vía Flickr/CC By 2.0/ Modificaciones por VICE. No estamos sugiriendo que esta familia tuviese una mala relación

En el ámbito de las familias, parece que la norma es lo ligeramente disfuncional. En la mayoría de las familias surgen roces de vez en cuando, ya sea por temas de política, religión o por decisiones que tomamos vida.

Pese a estas desavenencias, suele prevalecer el amor mutuo y el apoyo que nos suelen brindar nuestros familiares consanguíneos (o escogidos). Sin embargo, en el caso de personas con padres o hermanos “tóxicos”, mantener los vínculos con ellos puede suponer todo un reto, y a la hora de sopesar pros y contras, estos pueden inclinar la balanza hacia una decisión drástica pero necesaria.

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Jennifer McNeely, de 39 años, vive en Arizona, donde creció en el seno de lo que parecía una familia unida. Su padre trabajaba duro para llevar dinero a casa y su madre cuidaba de ella y de su hermano mayor en casa. Sin embargo, a lo largo de su infancia, McNeely tuvo que sufrir la violencia verbal de su madre.

“No paraba de decirme que era un ‘problema’ y que tenía un trastorno mental”, recuerda McNeely. En lugar de alentar a su hija en la persecución de sus ambiciones educativas y profesionales, la madre de McNeely no hacía más que decirle que tenía sobrepeso y que no llegaría a ninguna parte en la vida. “Siempre que tenía oportunidad, me hacía comentarios muy hirientes”.

Aquellos abusos tuvieron consecuencias: como tantas otras personas víctimas de la violencia verbal prolongada, McNeely acabó interiorizando las críticas de su madre y creyendo que eran verdad, lo que supuso un menoscabo de su autoestima. Incluso después de salir de casa de sus padres, las secuelas del trato vejatorio al que le había sometido su madre perduraron y afectaron a la capacidad de McNeely de prosperar profesionalmente como instructora de Pilates.


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Los problemas de McNeely tienen sentido. Incluso después de abandonar el hogar de su infancia, las cicatrices psicológicas de muchos jóvenes que han sufrido abusos siguen manifestándose. De hecho, hay investigaciones que demuestran que el maltrato infantil puede alterar el desarrollo del cerebro, mermar la capacidad de entablar relaciones de confianza y causar trastornos de estrés postraumático.

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Un estudio reciente llevado a cabo en la McGill University reveló que los traumas infantiles afectan al desarrollo del cerebro y a las conexiones neuronales. Gracias al estudio de muestras cerebrales post mortem (de personas que habían sido víctimas de violencia verbal y emocional durante la infancia), los investigadores descubrieron anomalías en la amígdala, un área del cerebro que hace las funciones de termostato emocional.

Cuando se daña esta región del cerebro, el sujeto puede tener dificultades para regular sus emociones y es más propenso a sufrir ansiedad y depresión.


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Pese a ello, muchas personas que han sufrido abusos consideran que cortar la relación con un miembro de su familia es una medida demasiado drástica. En un artículo reciente publicado en el New York Times sobre el distanciamiento de la familia se citaba un estudio que señalaba que el 8 por ciento de los adultos británicos (de una muestra de 2.000 individuos) había roto los vínculos con algún familiar. Asimismo, como suele ocurrir en este tipo de rupturas, solían producirse de forma gradual, no inmediatamente.

Tras décadas de maltrato por parte de su madre, McNeely finalmente tomó la decisión de cortar la relación con ella. El detonante se produjo tras la muerte de su padre. “Después de que muriera mi padre, mi madre me empezó a llamar varias veces al día. Si no contestaba inmediatamente, me bombardeaba a mensajes hasta que le devolvía la llamada. Intenté marcar ciertos límites, pero solo conseguí cabrearla más”, me explica McNeely.

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Finalmente se dio cuenta de que la relación con su madre la drenaba emocionalmente y la hacía sentirse mal y molesta consigo misma. “Cada vez que hablaba con ella, me costaba días superarlo”, recuerda.


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Cuando nuestros amigos o compañeros de trabajo muestran comportamientos abusivos, ya sea haciéndonos creer que estamos locos o criticándonos, a menudo se nos recomienda que nos distanciemos de esas personas. Sin embargo, esta recomendación no suele trasladarse a los casos en los que el abuso procede de nuestros familiares.

“En nuestra sociedad hay un sesgo por el cual se tiende a hacer lo posible por salvar las relaciones familiares”, afirma Emily Perrine-Gifford, psicóloga clínica de 38 años residente en Zúrich. Según ella, esta tendencia puede ser perjudicial para supervivientes de abusos, haciendo que se sientan incomprendidos y solos. El consejo que suele dar a sus pacientes es que den prioridad a su salud mental y su bienestar, incluso si ello implica dejar por completo la relación con un familiar.

El consejo de Perrine-Gifford se basa no solo en la experiencia clínica, sino también en la suya propia. Ella creció con su madre, su padre y otros dos hermanos, y durante su infancia se sintió apoyada por sus padres, pero todo cambió con la muerte de su madre, en febrero de 2000.


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“La muerte de mi madre desequilibró a mi familia porque no fuimos capaces de asumirla”, recuerda Perrine-Glifford. La ruptura más profunda, sin embargo, se produjo entre ella y su hermano mayor. Tras el fallecimiento de la madre, su hermano arremetió contra ella en relación con un plan familiar, acusándola de ser una ingrata y de “creerse mejor que los demás”.

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Una tarde, estando en casa de sus padres (donde seguía viviendo su hermano), el conflicto llegó a su punto máximo. “Sin que pudiera casi reaccionar, mi hermano me golpeó primero en un lado de la cabeza y luego siguió pegándome”, me explica. Aunque le pidió que parara, su hermano intentó ahogarla y la tiró por las escaleras. Cuando Perrine-Gifford le explicó lo ocurrido a su padre, él la culpó a ella y la amenazó con desheredarla si denunciaba la agresión.

Poco después de aquello, Perrine-Gifford decidió desvincularse de su familia.


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Desde entonces, aunque el dolor emocional sigue presente, ahora tiene espacio para lamerse las heridas. “Ahora mi vida está en una espiral ascendente. Hace poco he sido madre y me alegro de haber salido de ese ciclo de abusos”, afirma.

McNeely y Perrine-Gifford se sienten más libres tras haber roto los vínculos con su familia, pero dar este paso tiene sus consecuencias. Susan Ross es madre y abuela y dejó de tener relación con su familia hace más de diez años. “Aunque siento más estabilidad emocional, es triste haber perdido el contacto y las raíces”, explica.

Estas rupturas pueden agravar la sensación de soledad porque a veces las personas de nuestro entorno no entienden del todo nuestra decisión. La sociedad extiende la compasión al abuso infantil, pero poco se habla de las cicatrices de las personas adultas que han sufrido traumas.

¿Cómo determinar, entonces, si es momento de cortar por lo sano las relaciones o si simplemente es mejor limitar el contacto? Como psicóloga, yo suelo dar este consejo a mis pacientes: observad vuestros sentimientos antes y después de hablar con el familiar en cuestión.

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Hay muchas personas que sufren ansiedad o depresión antes de interactuar con un pariente “tóxico”. También pueden aparecer síntomas de TEPT que hagan resurgir recuerdos dolorosos de la infancia. Todos estos son signos de que la relación con esa persona resulta estresante y nada edificante.

Si has intentado varias veces hacer ver a ese familiar que su comportamiento te está perjudicando y no sirve de nada, toma nota mental. Hay personas que no son capaces de responsabilizarse de sus actos y hacen que sintamos que los que estamos equivocados somos nosotros, y esto también es una señal de abuso.

Las personas con comportamientos abusivos a menudo suelen darle la vuelta a la tortilla y se enfadan con la víctima como una herramienta para seguir manteniendo el poder y el control. También pueden aprovecharse de tu sentido de la empatía y darte excusas para justificar su comportamiento sin hacer ningún esfuerzo por cambiar su actitud. Recuerda que es su mochila, no la tuya. Y hablar con un terapeuta ¾alguien capaz de darte un punto de vista no sesgado¾ puede ayudarte a decidir si esa mochila pesa demasiado para ti.

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Este artículo apareció originalmente VICE AU.