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Navidad

2018 acaba de empezar y ya te arrepientes de todo

Los traumas del día 1 de enero de 2018.

2018 me está pisando el cuello y solo lleva dos días existiendo. Muy probablemente sea eso lo único que puedas pensar mientras haces scroll en páginas en las que no deberías estar en horas de curro y te preguntas una y otra vez por qué hostias no te pillaste libre el día 2. O mientras juegas al Fight List en el sofá de tu abuela y pasas de ella y de los comentarios que le hace a la telenovela minutos después de haber subido un boomerang a Instagram en el que das a entender lo mucho que la quieres.

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Pero no te preocupes, nos pasa a todos. Es la resaca de la resaca, la consecuencia de todos los pensamientos tóxicos que tuviste el primer día del año. El resultado de haberte dado cuenta demasiado pronto de que en 2018 serás, seguramente, igual de desgraciado que en 2017. Y que en 2016. Y que en 2008.


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Y es que la Nochevieja está mal planteada, joder. Afrontar un nuevo año con la sensación de que te están atornillando la cabeza no debe ser lo mejor para la psique. Ese fue el segundo pensamiento que tuviste cuando amaneciste el día 1, justo después de pensar que lo del litrito de agua antes de dormir tampoco iba a funcionar este año. "No es una técnica que se perfeccione, llevo intentándolo con ella desde los 17 sin resultados", concluiste.

Pero el día de Año Nuevo tuviste muchas más reflexiones. Reflexiones motivadas por la resaca química o porque los comienzos nunca son fáciles, y si no que se lo pregunten a los de Mujeres y hombres y viceversa, que se pasan meses eligiendo con quién empezar una relación. Reflexiones como que uno de tus propósitos de año nuevo era dejar de tomar drogas y que, tras incumplirlo a las 00.30 del día 1, supiste que tendrías que posponerlo para 2019.

Poco después de despertar y dedicarle tu resaca al niño Jesús le escribiste a tu madre y le dijiste que lo sentías pero que no podías ir a casa a comerte las sobras. Lo entendió, como cada año desde hace ya cinco, y te respondió con emojis de los del monigote con termómetro, como cada año desde hace ya cinco. Pero eso no evitó que te sintieras mal durante el resto del día, como cuando comprobaste que habías subido un stories en el after en el que no tenías nada que envidiarle a Silvia Charro y que ya habían visto 300 personas, así que no merecía la pena borrarlo.

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Acto seguido pediste comida por Deliveroo y reparaste en que tampoco ibas a inaugurar 2018 viviendo como piensas, sin enriquecer a empresas que no saben qué es eso de la responsabilidad social corporativa. Tanto dar la chapa anoche con que el consumo responsable y meditado es más efectivo que el voto para esto.

Lo de que pedir comida no contribuía a ahorrar no quisiste ni pensarlo, porque sabías a ciencia cierta que en el nuevo año también evitarías mirar la cuenta para no sentirte mal. Eso era vivir al límite: eludir la responsabilidad hasta que no diera más de sí, hasta que la tarjeta no pasa por el datáfono una mañana y la dependienta tiene que quedarse con tu café con cara de pena, dudando en si dártelo o no.

Antes de que el repartidor de Deliveroo llegara te diste cuenta de lo ridículo que fue hacer una lista de buenos propósitos anoche antes de la cena cuando tienes sin abrir la del año pasado, guardada en las notas del iPhone. Este año, encima, la hiciste en papel, te la guardaste en un bolsillo y la perdiste. Esperas al pobre rider de Deliveroo sabiendo que estás fomentando la existencia del precariado y rezándole a todos los dioses porque ningún humano en general y ningún humano amigo tuyo en particular encontrara ese papel anoche.


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Porque en él había voluntades que daban vergüenza y risa. Porque hacer una lista de buenos propósitos significa asumir las carencias de la existencia, desnudarse ante el mundo y admitir que uno no es la mejor versión de uno mismo y que muy probablemente nunca lo sea. En el papel que garabateaste justo antes de acabar el año y perdiste justo después de empezar el nuevo había propósitos como:

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1. No te acuestes más con Marta después de un after. Total, luego no te acuerdas y te da cosa preguntarle qué tal estuvo. Y además es incómodo, joder, es tu amiga desde hace más de diez años.

2. Deja de escuchar la misma música que tu primo de 11 años. Sí, el Bad Bunny y el Ozuna.

3. Para de darle la chapa a la gente con que eres vegano, que luego te comes el cocido a caraperro apartando el chorizo y eso no vale. También te comes algún que otro polvorón, y eso tampoco vale.

4. Para de dar la brasa con Rick & Morty. A todo el mundo le gusta ya Rick & Morty. Tampoco serás un visionario si alabas Big Mouth. Tus días de early adopter, de prescriptor de tendencias aventajado han pasado, amigo.

5. Deja de usar las Vans de cuadritos aunque se lleven otra vez. No eres el puto cantante de Blink 182 y pasados los 20 queda ridículo.

6. Nadie te llamará ya autor joven si publicas esa novela que, dices, llevas años escribiendo. Asúmelo.

Y así hasta quince vergonzantes voluntades de cara al nuevo año. Voluntades que provocarían la carcajada de la persona más seria del planeta. El caso es que el repartidor de Deliveroo llegó y dejaste de pensar en que vaya tela si era Marta quien había encontrado el papel de los propósitos, y había leído su nombre y se había sentido importante por estar en él.


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El caso es que comiste solo y viendo capítulos de Rick & Morty que ya habías visto y te invadieron las ganas de darle la chapa a todo el mundo —una vez más— con lo maravillosa que es. Después te calzaste las Vans de cuadritos para bajar al chino a por un Aquarius que levantara el día. 2018 llevaba menos de 12 horas existiendo y habías incumplido la mayoría de propósitos que apuntaste en ese papel, pensaste mientras le pagabas al chino para pasarte toda la tarde viendo la tele agarrado a un Aquarius de dos litros. Cuando sonó el despertador el día 2 y lo pospusiste incumpliste el único propósito que te quedaba.

Comprendiste entonces, de camino al trabajo, llegando tarde una vez más, que era mentira aquello que decía Heráclito de que uno no puede bañarse dos veces en el mismo río. Uno puede bañarse una, y dos y cien veces en el mismo río. Y puede hacerse daño en el meñique con la misma piedra y proponerse no hacer el loco tirándose desde el peñasco más alto e incumplirlo una y otra vez. Y sin poder evitarlo.

Supiste entonces que no era 2018 el que te estaba pisando el cuello sino tú mismo, así que cuando llegaste al curro el día 2 hiciste una copia de seguridad del iPhone para que la lista de buenos propósitos de hace dos años se quedara guardada. Para tener, al menos, una guía, un faro, una utopía a perseguir. Y para que no se perdiera, como la de este año, y la encontrara Marta. Porque en 2018 piensas seguir acostándote con ella, y muy probablemente en 2019 también.