Acostumbrarse a la soltería es como mudarse a Dinamarca: es raro de cojones y hay que aclimatarse. El primer mes te lo pasas preguntándote “¿Dónde estoy? ¿Quiénes son estas personas con las que siempre estoy de copas?” Y por las noches te asaltarán constantemente las ganas de irte a casa. Será un primer mes bañado en lágrimas y cócteles rarísimos, y lo odiarás, pero también lo amarás. Durante esos primeros treinta días, las protagonistas serán la tragedia y la autocompasión a escala de las grandes producciones del cine, y te sentirás con derecho a todos los bajones que te pida el cuerpo.
Pero el tiempo pasa, los meses se suceden y llegará el momento en que tus amigos te digan que ya está bien de dar la murga con tus historias lacrimógenas. Llegará un día en que cuentes lo que crees que es una anécdota graciosa sobre tu ex y alguien se incline hacia ti y te susurre al oído, “Oye, ya sé que ha sido duro, pero es que ha pasado un año, tío”.
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Y esa persona tendrá razón. Un año es el límite para revolcarte en tu miseria y también lo que se suele tardar en acostumbrarse a estar solo, en calibrar tu vida y acomodarte a la nueva situación, dando quizá algunos pasos intermedios.
Estos son esos pasos.
El primer mes: la ruptura
Estas cosas rara vez le pillan a uno por sorpresa. Cuando te paras a analizar aquel giro que tomaron vuestras vidas unos meses atrás, te das cuenta de que era más que previsible pese a que ninguno de los dos os atrevisteis a hablar del tema. En lugar de eso, os pasabais el día peleando por quién había hecho la compra o fingíais estar bien cuando habíais pasado la noche llorando. Ninguno de vosotros verbalizó cuál era vuestro verdadero temor y al final todo estalló por vuestro exceso de orgullo y dejadez.
Así que te mudas al sofá de tu amigo, y te despiertas todas las mañanas con cierto sabor a calcetines y rosas en la boca. No te arrepientes demasiado, pero te preguntas quién eres ahora. Si eres hombre, tratarás de responder a esa pregunta dejándote crecer la barba. Si eres mujer, la respuesta puede estar detrás de un flequillo o en teñirte de rubia platino. Te emborrachas constantemente, al margen de tu sexo, hasta que una noche, quizá pasados quince días, te acuestas con alguien que realmente no te gusta nada y lo hacéis sin protección; y todo en su cuerpo te parece extraño: ¿qué es eso? ¿Por qué esta parte de aquí está tan blanda? Y ¿qué leches le pasa a su nuca?
El primer mes es impulsivo y surrealista, y cuando todo termina, no has aprendido nada, aparte de que Tinder es una mierda.
El segundo mes: el sexo postruptura
Hay solo cuatro placeres en la vida de un adulto. Estos son, en ningún orden particular: las tostadas con queso gratinado, las siestas navideñas, el sonido de la lluvia sobre un tejado de aluminio y el sexo postruptura. Los hay que opinan que estos escarceos sexuales no traen más que problemas, y tienen razón, pero son personas que no han vivido plenamente, porque el sexo postruptura con tu ex es una delicia.
Suele empezar a los dos meses de haberlo dejado. Lo típico que quedáis para un café, de repente uno de los dos se pone lacrimógeno (seguramente tú) y admites que te está costando bastante. “Te echo mucho de menos”, le dices. Se producirá una breve pausa, en la que tu ex sopesará todas las alternativas. Reconocer que sienten lo mismo sería una muestra de debilidad, pero ahora que tienes los ojos vítreos, no hay nada que perder. “Vente a casa”, te dirá. “Tienes que recoger los DVD que te has dejado”.
Y vais a casa y folláis salvajemente. Quizá haya besos, quizá no, pero será como revivir la sexualidad de tu adolescencia. Verás que en casa todo está como lo habías dejado. Ahí siguen todas las cosas que tanto aprecias. Los recuerdos. Esa familiaridad. La abrumadora unión de tristeza y fruta prohibida. Das golpes y la emprendes a gritos con el ventilador del techo porque te duele el corazón, pero tus genitales están cantando. Y por primera vez en un mes, todo volverá a ser genial. No, genial no. Todo será más maravilloso que nunca.
El tercer mes: la segunda ruptura
El único problema del sexo tras una ruptura es que termina a los dos días. O bien os une de nuevo u os destruye. La segunda opción puede manifestarse de diversas formas, aunque realmente se reduce a un hecho: uno de los dos pasará página en primer lugar.
Si eres tú quien lo hace, ¡enhorabuena! Has conseguido seguir con tu vida y ya puedes pasar a leer mi otro artículo, “¡Enamorarse es maravilloso!”. En caso contrario, quédate por aquí, porque un día oirás, o te enterarás por un mensaje o por Instagram de que tu ex ha conocido a alguien y que los dos se están alejando en un coche muy rápido sin echar la vista atrás, mientras tu figura se reduce a un punto insignificante en el retrovisor.
El sexto mes: dices que estás perfectamente, pero no te lo crees ni tú
Hace ya un tiempo que te cortaste el pelo y te ha vuelto a crecer, y has tenido varias citas en las que te lo has pasado bastante bien. Dices a tus amigos que estás bien, mirándoles sin pestañear, y ellos enseguida perciben que no lo estás. Pero en serio, estás bien. Y entonces, un viernes por la noche, te bebes tres botellas de cava y durante las cuatro horas siguientes no haces otra cosa que acosar a tu ex en redes sociales. Todavía tenías esa espinita clavada, y cuando te la quitas la sensación es increíble, pero de repente te das cuenta de que sigues notando una punzada en la misma zona. Ves fotos de tu ex y su nueva pareja sonriendo, nadando, jugando con un perro ⎯¿¡TIENEN UN PUTO PERRO?!⎯ y la punzada se intensifica. Sus publicaciones de Facebook son grotescas y pastelosas. Hay amigos ⎯gente de bien que conoces y en la que confiabas⎯ que han indicado que les gusta toda esa basura y que, peor aun, han escrito “¡ME ENCANTA!” en los comentarios. El dolor es insoportable. Ya no es como tener una espinita, sino toda una zarza clavada en el costado. Ya han pasado seis meses. A estas alturas deberías haber sido capaz de hacer borrón y cuenta nueva, pero no.
El noveno mes: bueno, parece que por fin lo has superado
Llegados a este punto, seguramente tengas una camisa favorita para ligar y una opinión bien formada de Tinder. Si te gustan los tíos, habrás aprendido a odiar a los que aparecen en su foto de perfil sosteniendo un pescado. Si te gustan las tías, habrás aprendido a odiar a las que aparecen en la foto empujando unas maletas a través de una pared en algún andén 9 y ¾ a lo Harry Potter. No sabrás dónde está ese dichoso andén, pero no hay chica en Tinder que no tenga una foto ahí. Es muy raro, todo.
Tu vida habrá adquirido un ritmo cómodo. Ya no sentirás la necesidad de inventarte conversaciones hipotéticas en las que harás acopio de toda la verdad del universo para condensarla en una punta de diamante y lanzársela a tu ex. Eso habrá quedado atrás y ahora serás feliz.
Excepto los domingos. Nunca eres feliz los domingos, porque la vida de soltero consiste en vivir con el volumen a tope: los altos son muy altos, y los bajos no tienen fondo. Y después de un gran sábado noche, no hay momento de más soledad y desconsuelo que la tarde del domingo.
El duodécimo mes: y ahora, ¿qué?
Bueno, ahora si que lo has superado. Llevas tanto tiempo instalado en la soltería que ni te acuerdas de lo que es una relación. Llamas a tu amigo: “Hola, tío, ¿te apetece quedar para unas birras el viernes?”. Y tu amigo: “¡Ah, genial! Lo comento con mi novia”. Y tú: “Que lo comentas con… ¿quién?… Un momento… nadie ha invitado a tu novia”.
Y cuelgas el teléfono pensando que tu amigo está fatal. Porque, desde tu soltería, las relaciones te parecen una auténtica locura. Joder, estás tan soltero que empiezas a dudar que puedas volver a enamorarte. ¿Será que Tinder y el cinismo han anulado tu capacidad de impresionarte por otra persona y querer unir tu vida a la suya, de vivir como Brenda y Steve? ¿De colgar fotos en Instagram de tu pareja comiendo pasta? ¿Quién quiere hacer esas cosas?
Tú quieres hacer esas cosas, y algún día las harás. Volverás a enamorarte y a servirte tres platos de esa pasta con pan de ajo tan rica, mientras contemplas a la persona más hermosa del mundo. Y luego los dos os tiraréis en el sofá, empachados pero completos y muy, muy felices.
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Traducción por Mario Abad.