Música

Han pasado 17 años y no he podido superar a Britney con la serpiente amarilla

Un día como hoy, pero hace 17 años, millones y millones de personas se levantaron de sus camas con una sonrisa difícil de igualar. No fue que se ganaron algún tipo de lotería multimillonaria, tampoco que su equipo de fútbol haya ganado una copa importante. Estas enormes cantidades de curvaturas faciales de placer se deben en gran parte a un simple canal de televisión, capaz de educar, entretener y hacer más llevadera la vida de generaciones enteras de humanos insomnes por la música.

El 6 de septiembre de 2001, MTV llevó a cabo una de las transmisiones más recordadas de su era dorada. Como parte de sus MTV Video Music Awards, premios que galardonan a lo mejor del producto audiovisual dentro de la industria musical, la cadena televisiva norteamericana escogió a todo un dream team de artistas para presentarse en vivo durante la ceremonia.

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Jennifer Lopez y Ja Rule nos confesaron que el uno no puede vivir sin el otro, Alicia Keys se consagró como la reina del neo-soul con solo 19 años, Missy Elliott se colgó de una lámpara gigante y NSYNC sorprendió a todos con la aparición del máximo dios del pop, Michael Jackson.

Pero hubo una presentación que, hasta el son de hoy, todavía provoca en lo más profundo de mis cavidades cerebrales un baile hormonal entre la oxitocina y la serotonina. Britney Jean Spears, quien hasta entonces dominaba el planeta entero con tan solo veinte primaveras de existencia, se preparaba para su segunda actuación en unos VMAs. En septiembre del 2000, en medio del sueño de Lars Ulrich, la llamada “princesita del pop” debutó cantando “(I Can’t Get No) Satisfaction” y “Oops!… I Did It Again”.

Un año después, aquel 6 de septiembre de 2001 de ensueño, Britney decidió elegir una canción de su tercer álbum de estudio, titulado de manera homónima, para esclavizar nuestros corazones hasta la fecha en que estas letras fueron tecleadas. En medio de la jungla más surreal que pueda existir, “I’m a Slave 4 U” comenzó a abrirse paso en medio de aborígenes danzantes, jaulas giradoras y rayos de láser verdes; todo un escenario propio del Amazonas más distópico. Del interior de una de las jaulas mencionadas, justo al lado de un hambriento tigre blanco, estaba ella: la princesa del pop, la reina de la selva, y la musa de mi vida.

Abriéndose paso entre las criaturas movedizas y la espesura artificial, Britney Spears embelesaba a todos los espectadores de tan magna función con su imagen divina, donde sus curvas celestiales y su piercing ombliguero nos brindaban la esperanza de un mañana mejor. Como si tanta fantasía tangible fuera posible, a la artista nacida en Mississippi le fue entregada una pitón albina propia de las dinastías egipcias más lujuriosas. Tal vez sea bastante complejo explicar lo que alguien perteneciente a mi generación, quien apenas comenzaba a descubrir las nuevas sensaciones que traía consigo la adolescencia, sintió al ver a esta diosa suprema proclamar “Baby, don’t you wanna, dance up on me (I just wanna dance next to you)”, mientras sostiene entre sus brazos al animal más emblemático del erotismo contemporáneo.

Han pasado 17 años y aún no logro superarlo.

Te amo, Britney.

https://www.youtube.com/watch?v=PBlBaCigDAs

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