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Probé la hipnosis para tratar mi ansiedad pandémica y me pasó algo mucho más extraño

Una ilustración muestra a una mujer hipnotizada con un vestido largo tendida entre dos sillas, con los pies apoyados en una y la cabeza apoyada en la otra.

Artículo publicado originalmente por VICE Estados Unidos.

No tengo nada de qué quejarme. Es lo más cercano que he tenido a un mantra durante las semanas que muchos de nosotros nos hemos quedado en casa. Mi familia y mis seres queridos están sanos, y con suerte lo seguirán estando. Tengo salud, por ahora. Tengo un lugar tranquilo y seguro para vivir. No tengo un trabajo que me exija ponerme en riesgo, como tantas otras personas más heroicas. No tengo nada de qué quejarme.

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Pero es difícil razonar con un cerebro que ocasionalmente se siente como una alfombra llena de hormigas de fuego, y he sido consciente, en días recientes, de una cierta pérdida de concentración, un nivel inusual de dispersión y, a veces, extrema impaciencia e irritabilidad con el mundo. Puede tomarnos un minuto darnos cuenta de que estos pueden ser síntomas de ansiedad y que cierta cantidad de ansiedad es una respuesta razonable a un mundo que ha sido sacudido con violencia.

He probado las cosas que uno intenta en estas circunstancias —tener un diario, meditar— y me doy cuenta de que funcionan, más o menos. Probablemente servirían mejor si las hiciera con una atención más enfocada, pero, como acabo de decir, no me queda nada. Entonces, hace unas semanas, cuando se presentó la oportunidad, decidí probar la hipnosis. Para mi sorpresa, la experiencia fue mucho más vívida, surrealista y desconcertante de lo que podría haber imaginado. Lo que vi fue una completa sorpresa, y el proceso de tratar de entenderla me llevó más allá de la ciencia, los mitos y el significado.

“Hasta ahora no he atendido a tantos clientes gracias al COVID-19”, me dijo John Brown, un hipnoterapeuta que trabaja en la parte oeste de Los Ángeles. (Para que quede constatado: Brown es mi amigo y se ofreció a realizar una sesión telefónica para mí sin costo alguno). “Creo que las personas están acudiendo con sus psicoterapeutas o ahorrando dinero y recortando gastos que no son urgentes”.

La hipnosis es una técnica terapéutica reconocida. La Asociación Estadounidense de Psicología (APA, por sus siglas en inglés) dice que puede usarse para crear “un estado altamente relajado de concentración interna y atención enfocada”, que a su vez puede ser útil como parte de una herramienta para ayudar a tratar “dolor, depresión, ansiedad y fobias”. Usualmente, en tiempos normales, Brown trabaja con clientes que lo visitan varias veces por problemas profundos como fumar o falta de confianza en uno mismo.

“Básicamente se trata de ayudar a las personas a usar el poder de la mente subconsciente para cambiar su propia perspectiva”, me dijo. “Si hacer cambios en nuestras vidas fuera fácil, todos seríamos supermodelos con doctorados. Pero no es tan fácil. Hay bloqueos. De esta manera, la hipnoterapia ofrece la oportunidad de enlazar la mente subconsciente con la mente consciente”.

Pero Brown también ofrece una terapia de regresión a vidas pasadas, una técnica más controvertida que, como dice la APA, es vista con escepticismo incluso por algunos miembros de la profesión. “La mayoría de los hipnoterapeutas son escépticos de la práctica y no la reconocen como una herramienta terapéutica legítima”, aclaró. “Afirman que los recuerdos de las vidas pasadas de los individuos son producto de la fantasía, un juego de rol imaginativo, las expectativas y sugestiones que el hipnotizador les transmite implícitamente, o las confabulaciones producidas inconscientemente a partir del conocimiento personal, lugares familiares, eventos, programas de televisión, novelas y otras fuentes”.

Algunos críticos sostienen que la regresión de vidas pasadas carece fundamentalmente de ética, y existe la preocupación de que pueda ser utilizada por terapeutas sin escrúpulos para implantar recuerdos falsos en pacientes vulnerables. Los recuerdos falsos impuestos por los profesionales de la salud mental no son un problema hipotético; jugaron un papel importante en la creación del Pánico Satánico, donde niños fueron inducidos a recordar visiones espeluznantes y completamente falsas de un abuso sexual ritualizado.

George Kappas, director clínico del Instituto de Motivación de la Hipnosis (HMI, por sus siglas en inglés), dice que esta suposición se basa en una combinación fundamental e incorrecta de la regresión de vidas pasadas y la regresión de la edad. El HMI asegura ser la primera institución acreditada de hipnoterapia en el país —se encuentra en Los Ángeles, en caso de que quedara la más mínima duda— y Kappas tiene 30 años de experiencia en hipnoterapia. Argumenta que “muchos, si no la mayoría de los hipnoterapeutas” usan la terapia de regresión de vidas pasadas como “una herramienta”, pero que la terapia de regresión de la edad, que pretende descubrir recuerdos anteriores en esta vida, es completamente descartada.

“Cualquier terapeuta que utilice la regresión de la edad como una herramienta está operando de manera poco ética”, me dijo. “No hay forma de evitar el síndrome del recuerdo falso. Nunca recuperas recuerdos precisos. En primer lugar, ¿por qué usarías la hipnosis para recuperar la memoria?”. La suposición de que tal cosa es posible, dijo, “se basa en que el cliente está padeciendo represión como mecanismo de defensa. Es algo muy raro, que alguien esté tan traumatizado que reprima el recuerdo como mecanismo de defensa. Pero si alguien está tan afectado, tal vez no queremos eliminar esa represión, ese mecanismo de defensa, mientras está en un estado altamente sugestionable”.

La terapia de regresión de vidas pasadas, mientras tanto, “tiene un propósito terapéutico legítimo”, según Kappas. Para algunos clientes, dijo, se basa fundamentalmente en “una suposición espiritual o religiosa de la reencarnación”, una creencia literal en vidas pasadas. Pero otros solo tienen curiosidad sobre sus vidas pasadas. “No es nuestro trabajo demostrar que está bien o mal”, dijo Kappas. “Nuestro propósito es decir, ‘¿Cuál es el valor terapéutico de esta historia?’”.

Fiel a ese código ético, Brown no afirma estar mostrándole a los clientes un vistazo a sus vidas pasadas literales. En cambio, permanece agnóstico sobre lo que los clientes están viendo, mientras defiende el valor simbólico y terapéutico de la experiencia.

“Descubrí que, independientemente de la realidad objetiva de esas experiencias, pueden ser útiles para ayudar a las personas a comprender lo que realmente está sucediendo con ellos o para poder ver su vida y su situación actual desde una nueva perspectiva”, me dijo. “Cuando haces una regresión de vidas pasadas, las personas ponen lo que sea que estén tratando en una distancia de espacio y tiempo de su realidad actual. Les resulta más fácil tratar con ello”.

No tengo —probablemente no sea necesario decirlo— ninguna razón para creer en vidas pasadas, o que podamos acceder a ellas a través de la hipnosis. Pero tampoco tenía algún motivo en particular para no intentar la regresión de vidas pasadas con alguien que conocía y en quien confiaba. También estaba pasando mucho tiempo en casa y estaba ansiosa por un cambio de perspectiva, que según Brown, es una razón legítima en sí misma.

“Lo mejor que ofrece la hipnoterapia y la regresión de vidas pasadas es la oportunidad de estar en otro momento y lugar”, dijo Brown. “Cuando menos, es extraordinariamente relajante. Entonces, si tienes la oportunidad de tomarte una hora, recuéstate en una silla cómoda y relájate, eso ya es un triunfo. El hecho de poder obtener un beneficio personal adicional es una ventaja”.

Teniendo esto en mente, me senté en mi cama con algunas almohadas detrás de mí y le dije a Brown lo que esperaba obtener con la sesión y lo que me pesaba: la pérdida de concentración, una preocupación constante por mis seres queridos y falta de propósito. Brown hizo lo que se llama una prueba de tendencia a la sugestión, una serie de preguntas diseñadas para inferir mi propensión a ser hipnotizada. (El cuestionario específico que utilizó está disponible aquí.) Más tarde me dijo que mis resultados eran contradictorios. “Pensé que iba a ser complicado, dado tu escepticismo, y luego, cuando hice la prueba de sugestión, resultó ser bastante ilativa”, dijo. “Pero luego, cuando comenzamos el proceso, quedó bastante claro que estabas abierta a él, lo cual fue bastante interesante”.

“El proceso” comenzó con Brown pidiéndome varias veces contar hacia atrás en voz alta desde 10, mientras me enfocaba en profundizar y ralentizar mi respiración en cada ocasión. Luego me pidió visualizarme parada en la parte superior de una escalera, con una barandilla en el costado para estabilizarme, y que me imaginara bajando lentamente, “cada paso te lleva a una sensación de relajación y calma”, y profundizando en mi subconsciente. Me pidió imaginarme llegando a un pasillo lleno de puertas y que atravesara una de ellas, para entrar a un gran depósito como el que encontrarías en un almacén. En esa habitación, dijo, podía dejar cualquier equipaje que llevara, “cualquier cosa de la que quisiera deshacerme por ahora”, y guardarla de manera segura en un estante y avanzar libre de cargas. Durante los siguientes ejercicios, ocasionalmente repitió la frase “sueño profundo”: una aprobación para entrar “tranquilamente y sin esfuerzo” en un estado de relajación, uno en el que mi mente estaba “abierta a una sugestión positiva”, según Brown.

Brown me pidió que me imaginara saliendo a otro balcón y bajando una escalera exterior. Me preguntó dónde estaba; le dije que me veía a mí misma en el suelo del bosque al final de la tarde, debajo de un pino ponderosa, junto a un pequeño río que solía visitar de niña.

Escuchar el audio de la grabación que hice de la sesión fue profundamente extraño; había muchas descripciones que no recordaba haber dado, y mi voz era más lenta y tranquila de lo habitual. Seguí otra escalera hacia abajo, por sugerencia de Brown, y me encontré en otro largo pasillo lleno de puertas. Escogí una que me parecía significativa y le dije a Brown que era “una puerta de madera tallada, como la que tenía en mi casa cuando era niña, con cuatro paneles tallados y una perilla dorada con pintura descascarada”.

Aquí es donde las cosas se pusieron raras. Cuando entré por la puerta, Brown me pidió que mirara hacia abajo y describiera los zapatos que llevaba puestos, seguido de la ropa que llevaba puesta. Le dije que llevaba botas negras y un vestido rústico morado con un dobladillo de volantes. Tenía la sensación, le dije, de que era algún momento del siglo XIX y que estaba en un campo con pasto alto y amarillo, justo cuando estaba oscureciendo. Tenía unos 18 años, le dije, y sentía una “sensación de ansiedad y anticipación”, como si estuviera tomándome un momento lejos de mi familia. “El viento sopla, hay una cerca vieja con alambre de púas. Está a punto de llover”.

Tenía la sensación de que era algún momento del siglo XIX, y que estaba en un campo con pasto alto y amarillo, justo cuando estaba oscureciendo.

Con Brown guiándome, recorrí —algunos años a la vez— el ciclo de vida de esta persona, usando indistintamente los pronombres “yo” y “ella”. Al escuchar la grabación, me sorprendió la gran cantidad de detalles que proporcioné que no recordaba más tarde: tuve la sensación de lavar una carga interminable de ropa de bebé en un lavabo, de sentirme exhausta y claustrofóbica dentro de una cabaña de madera . Unos años más tarde, vi (o, más bien, sentí) a este personaje en una mecedora afuera de una cabaña, viendo a unos jóvenes subiendo por un sendero al llegar a casa de la escuela. Esta mujer, le dije a Brown, “estaba interesada en leer, pero solo aprendió a medias”. La mujer deseaba haber podido asistir a la escuela ella misma, le conté.

Después de unos momentos, Brown preguntó con suavidad cómo fue que la mujer “había dejado esta vida”. La vi, le dije, en una cama de madera, sobre un colchón rellenado a mano, frente a una fogata. Estaba sola, sin nadie alrededor, nadie para ayudarla. Ella murió en esa cama cuando se extinguió el fuego. Cuando salió el sol se había ido.

Después de su fallecimiento, le dije a Brown, la “encontré” de vuelta en el mismo campo de pastos altos, pero ahora estaban “llenos de cosas”, algo que no recuerdo haberle dicho de forma consciente. Vi rostros confusos en el pasto y los contornos de algunos osos negros, moviéndose en algún lugar más lejano. Escuché susurros. El pasto comenzó a aplanarse hasta formar un camino y la mujer de mi visión comenzó a deslizarse por él, moviéndose cada vez más rápido hacia una luz con forma de puerta. Cuando la atravesé, le conté a Brown, entré a “una habitación blanca y oscura, un espacio sin forma, como una sala de espera”.

Brown me guió de regreso al pasillo que había visto antes, con una fila de puertas. Elegí una que era “amarillo brillante” y que irradiaba luz alrededor de las bisagras con un resplandor que la atravesaba. Cuando entré por la puerta, le dije, me encontré en una habitación repleta de acuarios, en la que flotaban peces grandes, moteados, color neón. Se sentía tranquilo, le dije a Brown. “Hay algún propósito aquí. No estoy preocupada por los peces, alguien cuida de ellos”. Había, le dije, “algún tipo de arquitectura en este lugar. Alguien puso los peces aquí”. (Nadie dijo que las reflexiones hipnóticas son particularmente inteligentes).

“Hay algún propósito aquí. No estoy preocupada por los peces, alguien cuidad de ellos”.

Sin embargo, cuando regresé al pasillo, miré la fila de puertas y le dije a Brown que estaba asustada y desorientada. “El camino serpentea una y otra vez. Hay un sinfín de puertas”. Brown me preguntó si quería continuar explorando o regresar a un estado de vigilia. Le dije que quería despertar. Hizo una cuenta regresiva “para volver al estado de vigilia” y me dijo que sintiera una sensación de “calma y bienestar” cuando emergiera. Abrí los ojos, sintiendo una pesadez en las extremidades y una sensación de calma y agotamiento. Poco después, me levanté, abrí la puerta de mi habitación y salí aturdida para encontrar que mi casa estaba soleada y brillante, y que mi pareja estaba regando sus plantas. Estaba tranquilamente sorprendida de lo colorido y cálido que se sentía mi hogar, en comparación con las escenas solitarias que acababa de imaginar.

“Las imágenes pueden ser sorprendentes”, me dijo Brown unos días después. “Básicamente estás abriendo la puerta a tu subconsciente”.

De hecho, es el término correcto para lo que experimenté. La mujer con el vestido rústico, el campo susurrante lleno de rostros, la habitación llena de peces neón: estos elementos eran desconcertantes y un tanto extraños, imágenes que no sabía que flotaban en mi cerebro. (Algunos no son tan exóticos: crecí en el suroeste, pasé parte de mi infancia en un rancho y soy hija de dos historiadores expertos en la región, lo que significa que si iba a ver algo, probablemente sería una escena vagamente western con una atención particular en las cercas).

La experiencia me seguían pesando una semana después, así que llamé a Lisa Machenberg, quien entrenó a Brown en terapia de regresión de vidas pasadas. Machenberg ha dado clases en el HMI durante los últimos 27 años e imparte un curso de terapia de regresión de vidas pasadas para la Asociación Estadounidense de Hipnosis. “He practicado la regresión de vidas pasadas durante más de 700 años”, me dijo, con una sonrisa visible a través de la llamada de Zoom; una pintura de búhos cerniéndose gentilmente sobre su hombro. (“¡Oh!”, creo que respondí).

Machenberg cree en la terapia de regresión de vidas pasadas como una valiosa herramienta terapéutica, como Kappas y Brown, pero también cree que ha podido acceder literalmente a sus propias vidas pasadas a través de años de práctica. (Su primera fue como un “homínido temprano”, contó, y ha estado haciendo variaciones en el trabajo de regresión de vidas pasadas desde el siglo XIV, comenzando su vida “como inuit”). Ella me dijo que, con el tiempo, cree que las personas pueden enfocarse con mayor claridad en cómo eran sus vidas anteriores.

“Cuando las personas comienzan a hacer regresiones de vidas pasadas, es muy difícil distinguir entre la memoria, la fantasía, la metáfora y la imaginación”, explicó, agregando que con el tiempo estas distinciones son cada vez más claras.

Pero Machenberg también afirma que la regresión de la edad carece totalmente de ética. “Creer que estabas viviendo en el siglo XV como un monje con trastorno de déficit de atención —sea cierto o falso— no puede hacerte daño. Pero creer que las personas que aún están vivas o las personas que amas te han lastimado no solo podría desgarrar a tu familia, sino que podría hacerte despertar creyendo que algo es verdadero y se siente tan real que nada en el planeta podría disuadirte”, añadió.

Por el contrario, Machenberg asegura divertirse “con la regresión de vidas pasadas, porque es perfectamente segura”. Y las vidas futuras también, agregó: “Todos tenemos una cantidad infinita de vidas pasadas y vidas futuras. También puedo ver vidas futuras, por supuesto. Si trascendemos la quinta dimensión, que es el tiempo, nos damos cuenta de que el tiempo es solo lineal debido a nuestra percepción”. Lo comparó con un recorrer un sendero en una gran cadena montañosa: “Nuestra percepción es que avanzamos por una ruta. En realidad, todo el camino existe al mismo tiempo”.

Machenberg dijo que mi experiencia de una humilde vida pasada como madre estresada en una pradera solitaria compagina con lo que ha visto tanto en ella como en la enorme cantidad de clientes a quien atiende.

“He hecho miles o millones [de regresiones] en el transcurso de 700 años. Ninguna persona ha sido alguien famoso. Nadie es un príncipe o una princesa o una reina”, dijo. “Si fueras a recurrir a tu imaginación, ¿no preferirías ser una diosa o el Oráculo de Delfos, o la mujer del pozo si eres cristiana, o Miriam cantando con sus panderos si fueras judía? ¿Quién querría ser un ama de casa en una pradera que murió de tuberculosis porque inhaló un microbio cuando le estaba dando sopa a un vecino? Nadie elige eso”.

“¿Quién querría ser un ama de casa en una pradera que murió de tuberculosis porque inhaló un microbio cuando le estaba dando sopa a un vecino?”

La pregunta de por qué las personas parecen tener experiencias consistentes de sus vidas pasadas —por qué las personas parecen verse a sí mismas como seres humanos en circunstancias humildes, en lugar de, por ejemplo, extraterrestres en naves espaciales, orugas, gatos domésticos o microbios— es digna de un estudio científico adicional. Sin embargo, no es algo que se esté explorando a fondo; la investigación más seria de alguna institución convencional es realizada por el Departamento de Estudios Perceptuales de la Universidad de Virginia, que se centra en los niños que reportan de forma espontánea recuerdos de vidas anteriores. Pero los niños no están recibiendo terapia de regresión de vidas pasadas para solicitar estas imágenes y el departamento no sugiere que lo hagan.

El fundador del departamento, el doctor Ian Stevenson, no toma tan en serio la “regresión hipnótica”, como la llamó. Stevenson sugirió que casi todas las personalidades anteriores “evocadas hipnóticamente son completamente imaginarias, al igual que el contenido de la mayoría de los sueños. Pueden incluir algunos detalles históricos precisos, pero generalmente se derivan de información que el sujeto ha adquirido a través de lecturas, programas de radio y televisión, u otras fuentes”. De acuerdo con el doctor, el proceso no estuvo exento de riesgos: “Ha habido instancias en las que la ‘personalidad anterior no se va del todo’ cuando se le indica que lo haga y el sujeto en tales casos ha quedado en un estado alterado de personalidad por varios días o más antes de recuperar por completo su personalidad normal”.

Stevenson también reconoció que tales visiones “completamente imaginarias” podrían tener un propósito terapéutico, pero argumentó que eso podría atribuirse a los pacientes que reciben cualquier tipo de “medida psicoterapéutica”, en lugar de que la regresión de vidas pasadas sea específicamente útil: “Cualquier mejoría puede deberse exclusivamente a estas medidas y no tener nada que ver con una técnica particular —ya sea la regresión hipnótica o el psicoanálisis— del psicoterapeuta”.

Machenberg cree que solo tengo una obligación que cumplir con la experiencia. “Tienes que usarla para darle sentido”, dijo. “Tienes que usar tu experiencia como ama de casa en la pradera en el siglo XIX para hacer que tu vida como Anna, la periodista en 2020, sea más alegre, más intencional. Tienes que usarla para mejorar esta vida para ti y tu apuesto galán y tu relámpago”. (Machenberg había visto a mi pareja en el fondo de mi llamada de Zoom, jugando con el interruptor de la luz, y mostró su aprobación, murmurando: “Tiene buena energía”).

“Eso”, me dijo, sonriéndome de nuevo, “es tu trabajo”.

La sesión de hipnosis ha sido la primera vez en mi vida que he echado un vistazo a mi subconsciente, o al menos la parte donde guarda los archivos de imagen. La experiencia no me “curó” de ninguna manera, no me hizo menos propensa a la ansiedad existencial que ocasionalmente me abruma como resultado de vivir una pandemia. (Si sirve de algo, HMI está ofreciendo hipnoterapia gratuita en Zoom orientada al COVID-19, la cual promete “brindarte alivio instantáneo al estrés, el miedo, la duda, la sobrecarga y mucho más”). En cambio, la experiencia me dio una idea de la montaña de pensamientos, sentimientos, imágenes e impulsos con los que cargo todo el tiempo, la masa de elementos que se retuercen trabajando constantemente bajo el suelo sobre el que camino todos los días.

Aún sigo pensando en el significado preciso de la mujer que vi, tratando de descubrir qué puedo aprender de ella. Pero saber que aparentemente está viviendo en una cabaña de madera, en algún lugar de los pliegues de mi cerebro, es un primer paso.

La hipnoterapia, me dijo Brown al comienzo de nuestra sesión, en última instancia se encuentra en la intersección de dos cosas, que quizá compiten entre sí: “Es su propia mezcla entre ciencia y lo que podríamos llamar tradición chamánica, mágica o religiosa”. Si bien esta encrucijada no es algo con lo que me sienta particularmente cómoda, no hay duda de que es un lugar lleno de nuevas, misteriosas —y quizá algún día útiles— partes de mi ser que quiero conocer.

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