Por querer ser hipster, compré dos motos y me varé dos veces en plena carretera

Supongo que algunos millennials hemos pasado por lo mismo: tienes clase de seis de la mañana en la universidad, tu casa está a más de 20 kilómetros, tu estado físico no te da para ir en bicicleta todos los días, odias montar en TransMilenio y tienes algunos ahorros. Comprar un carro sería estúpido, piensas: trancones, gasolina, impuestos, parqueadero. En realidad no es una buena opción.

¿Qué tal una moto?

Videos by VICE

Tus papás te dirán que son peligrosas. Tus amigos te dirán que parecerás un mensajero —lo cual es, claro, un prejuicio de clase — y el alcalde Enrique Peñalosa te dirá que si subes a alguien en tu moto podrías ser considerado un ladrón. Te sancionaría.

Digamos, tienes cinco millones de pesos y podrías endeudarte unos meses con un banco. En ese momento comienzas a ver marcas, tipos de motos, cilindrajes. Sin saber mucho, les preguntas lo básico a personas que han viajado en moto o que alguna vez en su vida se han subido a una. ¿Automática? ¿Manual? Por ahí comienza la búsqueda.

“Esa es moto de rata, esa no”, te dice un amigo. “En esa hacen muchos atracos”. Por respeto a la marca no la voy a mencionar pero, adivinen: es de menos de 125 centímetros cúbicos, las mismas que el alcalde de Bogotá dijo que estaban exentas de la medida de parrillero. En fin, dirías, esa no. Cuando caminas por las calles comienzas a ver otras. Las scooter parecen cómodas, fáciles de manejar, pero no lo suficientemente potentes para ir con alguien a La Calera a comer mazorca y ver la ciudad.

Otras, entre los 125 y los 200 centímetros cúbicos, se ven bien, pero cuando las googleas aparecen en videos de carreras desenfrenadas en la Avenida Las Palmas de Medellín. No te ves así, con una cámara en el casco grabando el sonido del motor, presumiendo en una llanta, no sé, aprecias un poco la vida. Existen otras opciones, como las motos de alto cilindraje —BMW, Ducati, Kawasaki— pero todas son muy caras, superando cada una los 20 millones de pesos.


Lea también:


Buscando en Google algo con “estilo”, sin pretender que algún día serás Valentino Rossi, te encuentras con Harley Davidson, Royal Enfield, Vespa. La primera es muy cara: como mínimo necesitarías 30 millones de pesos. La segunda parece accesible: tiene un estilo clásico, usualmente la manejan hipsters, no se la roban mucho y cuestan menos de 15 millones de pesos. Vespa, muy linda, clásica, italiana, pero cara para lo que ofrece. Necesitas más de 14 millones de pesos y el cilindraje no supera los 150 centímetros cúbicos.

La idea es viajar por lo menos a más de 80 kilómetros por hora en carretera, piensas, ahora que la idea se ha implantado en tu cabeza por unos días.

Royal Enfield tiene tres concesionarios en Bogotá, todos muy recientes. La marca está en Colombia desde 2008 y pasó desapercibida seis años, hasta que Colombiana de Comercio S. A (Corbeta) adquirió los derechos de comercialización. Así, las motos Royal Enfield comenzaron a figurar en los catálogos de AKT, marca que también comercializa Corbeta. Desde que este grupo empresarial se hizo cargo de Royal Enfield, las motos bajaron de precio, no radicalmente, pero sí comenzaron a verse promociones de motos clásicas desde nueve millones de pesos.

Primero compré una moto clásica, una Royal Enfield Classic 500. Por ese precio habría podido comprar excelentes motos, como una KTM, una Honda 300, una Yamaha FZ225 (y me habría sobrado plata), pero no, el estilo clásico, scrambler, en ese momento, eclipsaba cualquier argumento técnico. Y digo argumento técnico porque no hace falta ser un experto para darse cuenta de que, como es una moto clásica, su tecnología es casi obsoleta. Si quieren ver la comparación detalle a detalle hagan clic aquí.

Obviamente cuando te preguntan que si la moto es buena vas a decir que sí, que obvio, que cómo no, si pagaste trece millones de pesos por ella. Dices que sí porque quieres que valgan la pena. Es lógico. En el fondo sabes, sin embargo, que es tedioso estar ajustando todas las piezas cada mes, que el freno de campana no es bueno, que la suspensión tampoco, que por tener un motor monocilíndrico la moto vibra muchísimo; cuando vas a más de noventa kilómetros por hora parece una cafetera. Pero claro, te miran en los semáforos, en los parqueaderos te preguntan cuándo la compraste, te dicen que está muy bonita, que es un estilo clásico, rockero, en fin, que podría ser exhibida en cualquier restaurante.


Lea también:


A la novia de un amigo le gustaba más mi moto que su Ducatti Multiestrada. Con ese ejemplo les doy pistas sobre por qué muchos millennials compran Royal Enfield. Es linda, es lo que algunos considerarían de línea ‘hipster’, la marca tiene tradición —las fabrican desde 1901— los detalles son hechos a mano en la India y, claro, como no son tan comerciales, te miran en las calles: es una moto diferente, con espejos luminosos. Muchos también se sienten orgullosos de pertenecer a un grupo selecto de motociclistas que van a rodar a La Calera, hacen asados, se toman fotos y las suben Instagram con el hashtag la #royalenfieldfamily. Otra cosa: en la calle, la Policía y los otros carros te respetan, no piensan que eres un atracador sino un hipster o un wanna be renagado.

Pero mi verdadero raye con la marca comenzó en julio de 2017, cuando viajé desde Medellín a Bogotá.

En el concesionario paisa tenían la agenda copada y no podían revisarla antes de que saliera de viaje. Me enviaron a un taller de AKT donde le hicieron, eso dijeron, todo el mantenimiento respectivo. Salí un martes temprano, animado, creyendo que había tomado una buena decisión cada vez que tenía que acelerar la moto para adelantar un camión. Todo iba bien hasta que llegué a la ruta del sol. Después de unos quince kilómetros la moto comenzó a bajar de velocidad, perdió su fuerza, sentí que se vomitaba y al final se apagó ahí, en medio de la nada, donde solo se veía un horizonte de cemento cubierto por líneas casi invisibles de calor.

El celular no tenía señal. El calor a las dos de la tarde era insoportable y no veía árboles cerca para cubrirme. Intenté prenderla, leí lo que decía el manual. En fin, nada sirvió. De repente pasó un señor en una moto Boxer BM 100, tranquilo, viajando hacia La Dorada, Caldas. Se detuvo, intentó prender mi moto sin éxito, y al final me abrazó y me llevó empujado hasta La Dorada, donde, como era de esperarse, no había mecánicos que tuvieran repuestos para una Royal Enfield. Llegué en grúa a Bogotá. En el concesionario de la 134 me dijeron que en Medellín no le habían hecho un buen mantenimiento, que tenía una falla eléctrica que cualquier mecánico con unos meses de experiencia se habría percatado.


Lea también:


Después me comencé a cansar de todo el cuidado que necesitaba la moto. Que el mofle no se manchara —se le pegó una bolsa en una carretera y cromarlo costaba 150 mil pesos—, que el cable del freno necesitaba un ajuste, que los espejos se rayan muy fácil, que la batería se agota rápido, en fin, yo sé que todos son temas de excesivo cuidado, un cuidado que necesitan estas motos clásicas y que para personas que no son aficionadas resultan absorbentes. Si la quieres mantener perfecta, ni hablar de meterla en trocha.

Y bien, hablando de trochas, decidí vender la Classic 500 —misión imposible— y comprarme una Royal Enfield Himalayan, la más moderna, supuestamente, la más guerrera. “Una motocicleta ideal para cualquier viaje, camino y terreno. Un verdadero sueño para los motociclistas”, como dice el aviso publicitario de la marca. Supongo que es común que todas las marcas exageren, que todas digan cosas que desde mi punto de vista suenan estúpidas pero son ciertas como “te robarás todas las miradas”. Al final el producto es algo común y a medida de que pasa el tiempo no te importan esas “miradas”.

Aquí es importante detenerse y pensar en lo obvio. La Himalayan vale 13 millones de pesos y como te la pintan piensas que te subirás en una BMW, una Suzuki V Strom o una Kawasaki Versys. Obvio no será así, estas motos tienen mucha más tecnología —frenos ABS, refrigeración líquida, por mencionar apenas dos aspectos— y cuestan el doble. En ese punto es cuestión de ingenuidad cuando el comprador cree que con una Royal Enfield Himalayan se sube en una moto touring que lo llevará hasta Argentina.

No sé, hay algunas personas que dicen que viajaron hasta Argentina en la Himalayan y bueno, les creo. Pero en mi propia experiencia debo decirles que ni siquiera pude llegar hasta Cali. Con menos de cinco meses de uso, decidí viajar en diciembre. Cuando estaba a punto de llegar a Ibagué la moto empezó a perder fuerza, la misma escena de la vez pasada, el mismo sentimiento de impotencia: parado solo en una carretera soleada con una moto que se niega a prender. La única varada. La llevé al concesionario de Royal Enfield en Ibagué, en donde me dijeron que era un daño grave, muy grave de motor, que mínimo se demorarían 15 días en arreglarla.

Escribo esta columna el 31 de enero. La moto pasó un mes en el taller. Fui por ella ayer a Ibagué, rezando para que no se dañara en el camino de vuelta, para que no tuviera que gastarme 300 mil pesos en otra grúa. Llegué y ahí está parqueada, y claro, la gente lo dice: es muy bonita, parece una BMW, tiene estilo, es muy cómoda, pero tú en el fondo sabes que es mentira. Que, como lo muestra este video, Royal Enfield juega muy bien con la publicidad, con la expectativa vs. la realidad. O como dicen en este otro grupo, que si la metes en trocha, en territorios agrestes, se daña; no le puede competir nunca a una moto de motocross.

Ya sé que para muchos puede resultar de alguna manera atractivo pertenecer al grupo de los “Royal Enfield Riders”, publicar fotos de sus motos en grupos de Facebook de la India o de Estados Unidos, pegar stickers en la moto que te hagan sentir más hipster. Yo me harté, a mi Himalayan le han tenido que cambiar las bovinas, el carburador, el motor y la verdad ya no me arriesgo a ir hasta Ecuador en ella, como lo había planeado. Incluso en la India, aquí lo demuestran, las motos han presentado miles de problemas; a la mayoría les tienen que cambiar las partes.

No tengo nada en contra los representantes de Royal Enfield en Colombia. Al menos en mi caso cumplieron – aunque tarde – con la reparación por garantía. También sé que a una moto BMW le puede pasar lo mismo, aunque sea menos frecuente. También creo que han exagerado en la publicidad, pues la relación costo beneficio puede que no esté tan mal, pero las aspiraciones que venden sí. Por ahora me siento identificado con un comentario que leí en un foro sobre Royal Enfield en Francia: “Los dos días más felices para el propietario de una Royal son el día en el que la compras y el día en el que la vendes”. Este es mi caso. Adiós a la estética, prefiero tener una moto más del montón.