La época navideña renueva el amor por la familia y favorece el reencuentro con amigos, pero también acentúa la soledad. Por fortuna, estas fechas, repletas de posadas, fiestas y celebraciones, son el terreno ideal para conocer personas a las que podemos aferrarnos sentimentalmente. En ocasiones la relación rinde frutos duraderos, pero en otros casos, una vez que el espíritu navideño se ha esfumado, se derrumba las primeras semanas de enero. Platicamos con algunas personas que obtuvieron frutos infames de su relación de amor iniciada a partir de un arrebato navideño para vencer la ansiedad del desamparo y no de un proyecto de amor trazado adecuadamente.
Victoria, 27 años
Trabajo como cajera en un banco. Una mañana de diciembre, un chico guapo y de unos 25 años, igual que yo, pasó a mi ventanilla para que le depositara un cheque. Creo que los dos sentimos atracción, porque la mañana siguiente lo tenía frente a mí. Como sabía que no habría muchas oportunidades para conocerlo, no dudé en darle mi teléfono cuando me lo pidió con el pretexto de tomar un café alguna tarde.
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Durante algunas noches nos mandamos mensajes y hablamos por teléfono. La verdad es que me hacía ilusión comenzar el año con una pareja y en navidad uno tiene tanto amor que lo quiere compartir. Cuando pasaron las fiestas navideñas y los compromisos familiares, quedamos de vernos en el cine. Llegué a la cita y él ya estaba ahí, guapo como lo recordaba, aunque con el rostro desencajado, sorprendido de verme sentada en una silla de ruedas. Como mi trabajo lo realizo sentada, no notó ese detalle. A partir de ese momento, nuestro encuentro se tornó extraño. Algo en su mundo ya no funcionaba correctamente pero aún así realizaba un esfuerzo por fingir que todo marchaba según sus planes.
Compramos palomitas, refresco y pasamos a la sala, él empujando mi silla y yo cargando la comida. Nos sentamos hasta adelante, cerca del pasillo. Media hora después de comenzada la película se levantó para ir baño y no regresó. Al principio no supe si reír o entristecerme, aunque al final hice ambas. Casi al terminar la película me mandó un mensaje que decía: “Lo siento, soy una mierda de persona”. “No lo dudo”, fue mi mensaje final. Odio dar explicaciones, pero sí puedo caminar, mi problema es que en invierno el dolor lumbar me obliga a usar silla de ruedas para no tener que lastimarme más. Regresé al auto en medio de la oscuridad empujando mi silla. El año apenas comenzaba.
Daniela, 26 años
Conocí a un chavo en una posada de ex compañeros de la universidad a inicios de diciembre. Tenía un año sin pareja y cuando comenzó a cortejarme me dejé llevar, total, no tenía mucho que perder. Era agradable, le gustaba beber alcohol y fumar marihuana, yo lo hago ocasionalmente. Las cosas iban bien y decidí invitarlo a una fiesta en grande que se realiza en mi casa los primeros días del año en el que festejamos la llegada del año y el cumpleaños de mi mamá, que es el tres de enero. No habíamos cogido pero digamos que era lo único que nos faltaba. Fantaseaba con llevármelo a la cama cuando la fiesta hubiera llegado a su fin y todos estuvieran muy borrachos como para darse cuenta de algo.
Nada salió como esperaba. A las tres de la madrugada él ya estaba muy borracho. Aunque ese no fue el problema, sino el comentario que me hizo, uno de los más asquerosos y enfermos que me han hecho. Tengo dos hermanas y no es por presumir, pero de mi mamá heredamos un cuerpo exuberante: nalgas grandes, cintura pequeña y senos redondos. “Pobre de tu papá, tres hijas y una esposa, todas buenísimas”, me dijo, “¿cómo le hace para no querer cogérselas a todas al mismo tiempo?” Después de eso fue a prepararse otro trago. Me quedé helada, sintiendo ganas de vomitar por lo dicho y por la escena que durante dos segundos imaginé. Cuando me recuperé y sentí que podía hablar sin exaltarme y sacarle los ojos, le pedí que se marchara. El espíritu navideño te hace ir detrás de lo primero que pasa a tu lado.
Abel, 28 años
Estuve tres años encerrado en la cárcel por tráfico de drogas. Al llegar a reclusión tenía pareja, la cual me visitó un par de veces hasta que dejó de hacerlo y lo entendí, no es fácil acudir a la cárcel. Al salir, a finales de noviembre, quería divertirme pero también conocer a una mujer para no caer de nuevo con mi ex pareja. En los primeros días de libertad me reencontré con una amiga de la preparatoria y rápido comenzamos una especie de relación que consistía en ver películas, besarnos y en realizarle sexo oral, aunque ella a mí nunca me lo hacía, mucho menos cogíamos. Como apenas teníamos unas semanas supuse que era cuestión de esperar. Pasamos año nuevo con mi familia y amigos y aunque no era mi pareja, sentía que estaba en algo seguro.
En mi familia son católicos y el partir la rosca de reyes es algo que nunca falta. La invité a esa convivencia y pasé por ella a su casa. Ya me había dicho que me dejaría la puerta abierta porque se estaría bañando en el segundo piso. Llegué en el auto de mi mamá y entré a la sala sin hacer ruido. Escuché que hablaba por teléfono y sin querer escuché lo que decía: “Me la chupa bien pero a mí no me gusta chupársela, quién sabe qué enfermedades habrá agarrado en la cárcel, tal vez se lo cogieron o se cogió a alguien. Ya no quiero salir con él pero me da lástima, siento que adopté a un perrito y ahora que ya pasaron las fiestas de navidad no sé cómo abandonarlo”. Me senté en un sillón y me quedé tan metido en sus palabras que no me di cuenta que iba bajando la escaleras mientras continuaba hablando. De pronto gritó, asustada, ya que no esperaba verme ahí y porque sabía que lo había escuchado todo. Nos vimos por un instante y no dijimos nada. Le entregué las flores que le llevaba y me fui triste, con los testículos hinchados, a partir la rosca.
Lorena, 23 años
Trabajaba en una pizzería y un día entró un chico nuevo. En diciembre se organizó el típico juego del amigo secreto, en el que durante varios días un anónimo te obsequia chocolates y pendejadas baratas aunque al final, en la posada, te da un regalo un poco más caro. Desde un inicio supe que él era quien me dejaba cositas en mi mochila. Cuando llegó el juego a su final, además de darme un perfume, me dijo que yo le gustaba y, aunque a mí él no tanto, accedí a salir con él.
Yo sabía cuánto ganaba y su manera de gastar no correspondía con su sueldo. Imaginaba que hacía algo ilícito pero no sabía exactamente qué. En el fondo eso me excitaba, me sentía en un película de acción navideña. La noche de año nuevo salimos a un bar a festejar. Cuanto todo terminó caminamos al estacionamiento y ahí estaba mi ex novio, ebrio, saliendo de otro bar. Al verme me dijo: “Hola, mi reina”. El chico con el que iba lo tomo del cuello de la camisa, le dio un besito en la boca y le dijo: “A ti te voy a hacer mi reina”, después le dio un cabezazo y le rompió la nariz como si fuera un lápiz. Fue horrible el crujido del tabique y, lo peor, ahí estaba mi ex cuñada viendo todo con cara de espanto. No quise saber nada más de él y tuve que salirme de trabajar. Supe que el dinero extra que traía lo agarraba por contrabandear balas de Estados Unidos a México. Con la imagen de mi ex novio aventando sangre de la cara inicié mi año.
Silvia, 30 años
En una posada de la empresa periodística conocí al amigo de un compañero de trabajo. Salimos unas siete veces y las cosas marchaban sobre ruedas. Era muy intenso en la cama y excelente persona, incluso en navidad nos dio un regalo a mí y mi pequeño hijo. En la noche de año nuevo hubo una reunión en mi casa y me propuso encargarse de la música, para eso llevo unas bocinas y su laptop. La fiesta duró hasta entrada la madrugada del dos de enero. Había mucha cocaína y ganas de festejar. Cuando por fin se fueron todos, me di cuenta que había dejado su computadora y, sorpresa, su cuenta de Facebook abierta. Me habló por teléfono y me dijo que pronto iría a recogerla. Esa tarde yo tenía que buscar información en internet, pero mi hijo quería ver caricaturas en YouTube y le cedí la mía, total, usaría la de mi crush.
Tenía dos horas en internet cuando no soporté tener su cuenta abierta y me puse a leer sus mensajes, no todos, sólo los que me llamaban la atención. Semanas atrás había entrevistado a un grupo de chicas trans de un bar y precisamente con una de ellas había una conversación. Mi crush le pedía verse para que lo maquillara, lo vistiera de mujer y le introdujera un juguete sexual que acababa de comprar. Ella le contestaba que tenía la agenda llena por varios días pero que pronto lo recibiría. Él contestó con una carita triste de un ángel. Cerré la conversación.
No pude con eso. Cuando fue por la computadora me llevó un pedazo de rosca. No supe cómo pedirle que dejáramos de vernos y terminé mintiendo. “Me visitó el padre de mi hijo, los senos me huelen a semen”, le dije porque fue lo único que se me ocurrió. Cuando se fue me puse una mano en los ojos y comencé a llorar, con la otra sostuve el pedazo de rosca.