Este artículo forma parte de la edición de junio/julio de la revista VICE.
La fotografía documental de conflicto me ha generado dudas desde pequeña. Nunca he logrado una aproximación directa a ese tipo de periodismo: esas imágenes desgarradoras, el fotógrafo como transmisor del dolor humano, su tarea de alumbrar los rincones oscuros del alma, los traumas que quedan, la ética de registrar la tragedia.
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Cuando conocí a Alice Martins (Río Grande, 1981) añadí a toda esa batería de preguntas una más: ¿cómo es ser una mujer reportera en medio de la batalla?
La historia de su vida, en relación con la fotografía, sería la siguiente: a los nueve años su papá le regaló la primera cámara, con la que empezó a sacar imágenes de lo que se le cruzara; a los diez vio por televisión, como la mayoría de personas del planeta, la Guerra del Golfo, y desde entonces se propuso documentar lo que ocurre cuando la gente se mata entre sí; a los 19 salió de su natal Brasil para trabajar en distintos oficios mientras ahorraba dinero; a los 23 compró la primera cámara profesional y se enlistó en un voluntariado en África para educar a las poblaciones de Namibia, Sudáfrica y Mozambique en temas de VIH/SIDA. Siempre, y en eso ella es enfática al responderme, acometiendo todas estas acciones con el objetivo final de viajar por esa parte de la geografía, buscándole el lado estético a la cara inmediata de la guerra.
La docilidad que percibí en ella al principio fue dándole paso a un discurso empoderado, fuerte, femenino. No pude dejar de sentirme identificada. Alice, como yo, encuentra en una cámara la razón perfecta para sentirse viva: escapa de la realidad mientras va retratándola. Alice, como yo, va con su arma buscando la imagen, encontrando el ángulo, haciéndole caso a ese sexto sentido que mezcla intuición y experiencia.
A Siria llegó en julio de 2012, luego de un breve periodo en la Franja de Gaza, y desde entonces ha dedicado intermitentemente 18 meses, con sus días y sus noches, a estar en la línea roja, desempeñando un trabajo en el que, según el último sondeo de la agencia World Press, las mujeres se diluyen en un tímido 15%.
Mi encuentro con ella fue esperanzador, reconfortante.
VICE: ¿Cuál es tu interés cuando estás en la línea de fuego? ¿A qué le apuntas?
Alice Martins: Creo que la guerra no es sólo una batalla. La batalla es ciertamente una parte importante de la historia. Entender la guerra es también entender quiénes son los hombres y mujeres que luchan, y por qué están luchando. Pero eso no es todo. La guerra también es el sufrimiento de los civiles, la vida que perdura a pesar de la violencia y del miedo, las repercusiones que pueden ser observadas en edificios destruidos y en las vidas de las personas que son desplazadas. Intento que mi trabajo encuentre un balance entre todos esos aspectos.
¿Cuál es el límite ético del fotógrafo de guerra?
A mí lo que más me preocupa es la seguridad tanto de las personas que retrato como de las que colaboran en mi trabajo. Ningún reportero gráfico extranjero puede trabajar en un conflicto sin la ayuda de fixers, traductores, conductores, y sin el permiso de los sujetos que retrata. Es importante entender la historia y el contexto del conflicto para evitar poner a otros en peligro, y es importante entender las consecuencias de publicar una imagen.
¿Cuál ha sido el momento más extremo por el que has tenido que pasar para tomar una foto?
Una de las cosas más peligrosas de mi trabajo en Siria fue cubrir Raqqa. El Estado Islámico ya estaba en la ciudad y el riesgo de secuestro estaba aumentando a mediados de 2013. Al mismo tiempo, el gobierno todavía bombardeaba la ciudad y mataba civiles. Estuve ahí cuando una bomba de barril (es decir, una de las bombas más destructivas e imprecisas que usa el gobierno sirio) fue arrojada sobre un edificio residencial: mató seis hermanos. Fotografié las consecuencias del bombardeo y seguí a la familia mientras preparaban los cuerpos para enterrarlos. Después manejaron hasta un cementerio, donde enterraron a los seis niños de prisa, porque temían que un ataque de artillería estuviera dirigido contra su reunión.
Santiago Lyon, vicepresidente de Associated Press, dijo alguna vez que hay imágenes tan importantes para los fotógrafos que hasta recuerdan a qué olía la escena cuando la tomaron. ¿Te pasa lo mismo con alguna foto?
El día más impactante que tuve en Alepo fue fuera de un hospital central en un área controlada por los rebeldes a la que los heridos y los muertos eran llevados muchas veces al día. Me acuerdo de una foto que tomé de un hombre, que estaba encima de un pequeño camión con aproximadamente cinco cuerpos que ya habían empezado a descomponerse por el calor extremo y la falta de espacio en la morgue. Los cuerpos estaban envueltos en cortinas, tapetes, sábanas. El olor de la muerte es imposible de olvidar y cuando veo la foto hoy en día ese olor regresa.
¿De dónde proviene tu necesidad de volver a Siria? ¿Crees que vale la pena arriesgar la vida?
Siempre trato de ser cuidadosa, aunque evitar el riesgo por completo es imposible. Pero creo que cubrir un conflicto como el de Siria de forma extensa y por un largo período me ayuda a tener un mejor entendimiento de lo que estoy cubriendo y, como resultado, tengo la esperanza de que mi trabajo me ofrezca una perspectiva más profunda. Tanto ha cambiado en los últimos cuatro años desde que empecé a trabajar en Siria… Entender esos procesos de primera mano es parte de la razón por la que tengo este trabajo. También es increíblemente importante tener fuentes fiables en el terreno y trabajar con personas en las que pueda confiar, y ciertamente el tiempo ayuda para fortalecer esos lazos. Además, Siria es todavía el conflicto más significativo de la actualidad, con el número de muertos y el desplazamiento de civiles a una escala que no muestra señales de menguar.
¿Cómo es un día real de un fotógrafo del conflicto sirio?
Las dificultades que enfrento como fotógrafa que trabaja en Siria no son nada comparadas con las que enfrentan los sirios. Normalmente los viajes periodísticos no duran más que un par de días y entonces vuelvo a lugares como Turquía y el norte de Irak, que son seguros y tienen una infraestructura normal. Durante mis viajes periodísticos, en mi experiencia, la generosidad de los sirios es increíble aun frente a la tragedia… Siempre se aseguran de que uno tenga un lugar para dormir y comida caliente.
¿Cómo te reconcilias con la humanidad después de esa experiencia?
Creo que mi trabajo me enloquecería si no fuera por la humanidad que encuentro en la mitad del conflicto. También creo que esa es una razón por la que intento distribuir mi tiempo entre soldados y civiles. Además tengo amigos increíbles que también son reporteros de guerra y nos apoyamos al hablar sobre nuestras experiencias, así que nada deja de ser dicho ni escondido en los rincones de nuestras mentes.
¿Qué tan objetiva crees que es tu representación de la guerra?
Creo que es imposible desconectar al fotógrafo de la fotografía. Siempre habrá algo de mí, mi historia, mi perspectiva. Pero también intento que mi trabajo sea tan objetivo como me sea posible, al no cambiar el contenido y el contexto de lo que veo e intento acceder a tantos ángulos del conflicto como pueda. Por ejemplo, alguna vez tuve la rara oportunidad de fotografiar ambos lados de un mismo frente entre distintos grupos en Siria. Como reportera que estaba cubriendo la guerra, eso es difícil de hacer, por problemas de acceso. Cuando uno cubre sólo un lado es fácil caer en la idea de que uno está con “los buenos” y ellos luchan contra “los malos”. Pero entonces uno se da cuenta de que cada soldado cree que está justificado en sus acciones y que nadie en ningún momento ataca a alguien.
¿Por qué crees que el porcentaje de mujeres en este campo es tan bajo?
Para ser honesta, no estoy segura. Creo que es verdad que la labor de reportar puede ser más peligrosa para una mujer que para un hombre, por muchas razones, y eso podría explicar por qué algunas mujeres no desempeñan este trabajo. Pero eso tiene que ver con el hecho de ser una mujer en cualquier lugar del mundo y no específicamente con el conflicto. Además creo que algunos editores prefieren mandar a un fotógrafo masculino en una misión peligrosa y eso sí es sexista. Si una mujer ha sido entrenada, tiene experiencia y tiene un buen entendimiento del conflicto que va a cubrir, no corre mayor peligro que un hombre, aun si tiene que tomar precauciones adicionales basadas en su género.
¿Qué consecuencias psicológicas tiene para ti la reportería gráfica de guerra?
Con frecuencia los fotógrafos tienen que estar más cerca de la línea de guerra que los escritores. Esto puede causar desorden de estrés postraumático, que simplemente está relacionado con la violencia o el miedo. Pero en mi experiencia creo que a veces no tomar una fotografía es más difícil que tomarla, psicológicamente. Mientras estoy trabajando y tomando fotos, siento que mi trabajo tiene un propósito y eso me ayuda a lidiar con la tragedia de la que soy testigo.
Puedes leer las otras entregas de nuestro especial de la guerra en Siria aquí.