Cómo es tomar opiáceos para aliviar el dolor

Foto vía el usuario de Flickr romana klee.

Norteamérica es presa de una epidemia de opiáceos que hoy en día mata a más personas que los accidentes automovilísticos. Sin embargo, a pesar de todos los riesgos que conllevan la sobredosis y la adicción, los opiáceos siguen siendo el tratamiento más recetado para el dolor crónico a largo plazo.

Cuando a la autora oriunda de Toronto Carlyn Zwarenstein le diagnosticaron una enfermedad inflamatoria de la columna vertebral, la joven madre tuvo que recurrir con cautela al tramadol, un opioide sintético, para proteger su vida y mantener junta a su familia. En un nuevo libro de memorias, Zwarenstein confronta los riesgos y tabúes del narcótico, incluyendo los efectos psicotrópicos explorados por el famoso comedor de opio, Thomas de Quincey. El siguiente es un extracto de Opium Eater: The New Confessions (Comedor de opio: las nuevas confesiones), publicado este mes en Nonvella.

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De niña me encantaban las historias de Sherlock Holmes, y disfrutaba leer y releer las líneas que Arthur Conan Doyle plasmó con erotismo sobre la famosa solución de cocaína al siete por ciento:

“Sherlock Holmes tomó su botella de la esquina de la repisa de la chimenea y su jeringa hipodérmica de su caja recubierta de cuero. Con sus largos y nerviosos dedos blancos ajustó la aguja delicada y se remangó el brazo izquierdo. Durante un breve momento sus ojos se posaron cuidadosamente sobre su antebrazo tendinoso y su muñeca, salpicados de innumerables cicatrices de pinchazos. Finalmente empujó la punta afilada, presionó el pequeño pistón, y se hundió en el sillón de terciopelo con un largo suspiro de satisfacción”.

Al igual que a él, me gusta la espera. Una vez he decidido que hoy será un día de tramadol, y con anterioridad me he puesto un plazo ante el cual no cederé para tomarlo, mi experiencia del dolor se transforma. En lugar de volverse agotador y desesperante, se siente cargado y eléctrico. La dificultad que tengo para ponerme de pie (o sentarme) comienza a sentirse noble. El estiramiento constante, triste y agotador que hago para aliviar el dolor y la rigidez en mis articulaciones se asemeja a un calentamiento.

Me encuentro un grado fuera de mi propia experiencia y es un poco más observable e interesante. Sé que dentro de un rato, después de una anticipación dolorosa, pero a la vez deliciosa, se derretirá en una forma exquisitamente gradual y perceptible. Y entonces me sentiré expansiva y feliz. No tengo que soportar las próximas horas, sino más bien degustarlas, y saber esto me vigoriza y reenfoca mi día.


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Luego está la ingesta de la sustancia. Si no te droga algún medicamento que tomas, entonces sólo es un medicamento. Nadie tiene ansias por tomar Tylenol o ibuprofeno o Lipitor. Sin embargo, si consideras que el medicamento que estás tomando realmente es una droga, toda la preparación necesaria es parte de un hermoso ritual de anticipación. Tiene una especie de resplandor agradable de asociación. Haz esto, siente aquello. A pesar de ser una no fumadora de toda la vida, una adolescente cautelosa, y el adulto más sobrio en una fiesta, desde que puedo acordarme me ha fascinado la intoxicación, la adicción y los estados mentales alterados.

No creo que nadie que conozca sepa esto de mí.

La llama que besa la cuchara. El endurecimiento de la correa de caucho y el parpadeo clínico de un tubo con las uñas de los dedos índice y pulgar. Incluso la forma de sujetar el cigarrillo, al estirar los dedos, al tocar tus labios mientras inhalas. Es un romance muy privado.

Por desgracia para mi sentido de la ocasión y la estética, todo lo que hago es tomar una píldora de color amarillo de tamaño mediano, la cual paso con un poco de agua o —de manera más sensata, dada la somnolencia que induce— café.

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Durante los últimos ocho años me han pedido regularmente que evalúe los diversos aspectos de mi dolor, junto con la fatiga y el malestar psicológico resultante, de acuerdo con una escala del uno al diez. (En una de estas escala —hay muchas— el diez representa un sufrimiento inimaginable e insoportable, del tipo que causaría rápidamente que te desmayaras; uno representa la ausencia de dolor: “sentirse perfectamente normal”.) Es un ejercicio frustrante, ya que el dolor físico y mental es difícil de cuantificar.

El dolor se expresa mejor como metáfora: el hoyo negro, el acantilado, el tornillo, el hierro candente, los perros negros. O en frases ambiguas que evocan los sentidos: pesado, fino y parecido a una aguja, amplio o muy brillante. Fuerte y metálico. Eléctrico. Suave y paulatino. O más parecido al concreto, al plomo, a las arañas.

El estudio del dolor podría asemejarse al estudio del vino: “Comenzó con un buqué de malestar paulatino, luego dio paso a una sensación completa, sangrienta y vigorosa, seguido por un dolor persistente”.

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Así que escribo esto, de nuevo bajo la influencia.

Es una liberación que me he ganado a través del mero esfuerzo de esperarlo todo el día. Por fin tomo la píldora y comienzo a concentrarme intensamente en el dolor en mi cuello y espalda, a la espera del momento mágico cuando empiece a derretirse. Miro, siento y espero. Pasan los minutos. ¿Se ha ido? Creo que siento que se va. Pero no, el dolor sigue ahí.

Entonces, como siempre sucede, casi exactamente después de una hora, algo cambia. Los músculos filamentosos del cuello que empujan mi cabeza hacia delante y los músculos apretados alrededor de la cadera, espalda media y articulaciones sacroilíacas (en una placa de rayos X se puede ver la erosión) parecen aflojarse al fin. Suspiro de manera audible y dejo que mis hombros se relajen. Mi postura mejora y la gravedad deja de golpearme hasta caer rendido. De inmediato siento que soy capaz de inhalar más oxígeno de lo normal. Mi exhalación es rica y profunda y también respiro más lentamente de lo habitual.


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Cierro los ojos casi de manera inconsciente. Cuando lo hago, sólo por un momento, siento un peso agradable sobre los párpados, como si cayera en un sueño reparador sin imágenes. Al mismo tiempo parece que floto, tal vez en una balsa a la deriva en las olas de agua salada, con una especie de flotabilidad interior. Es maravilloso.

Podría permanecer en este estado para siempre, como aquellos caballeros victorianos que son hallados después de días por sus familias preocupadas, postrados en un sofá de un fumadero de opio en un callejón oscurecido por la nube de humo rancio.

Pero abro los ojos después de un momento, porque en la paz y la sabiduría infinita que ahora poseo también vislumbro mi objetivo: escribir y crear de una manera clara y sin estrés.

Primero se va el dolor físico y luego el emocional. Estaba deprimida y ahora no lo estoy.

No hay nada que esté nublado o distorsionado. No me siento borracha ni confundida, y no me falta el equilibrio. Puedo volver a ver todas las pequeñas y grandes preocupaciones de mi vida desde una distancia soportable. Y ahora que estoy un poco fuera de mí misma, también puedo ver y sentir compasión por los esfuerzos de otras personas; me interesan sus historias nuevamente. Durante este tiempo recupero la característica esencial humana de una persona próspera que se encuentra bien: una sana curiosidad por todo lo que no es mi persona.

No menos importante, el hilo de pensamiento que quiero rastrear y plasmar por escrito se desarrolla sin problemas y puedo seguirlo. El trabajo pacífico y concentrado es el mejor efecto secundarios de los opioides.

Cierro los ojos otra vez. Hay un sinfín de variaciones en la textura de las sensaciones gratas que me mantienen aquí, cuando trabajo felizmente en mi escritorio. Cada vez que cierro los ojos y cada vez que inhalo y exhalo profundamente, estas sensaciones se intensifican. Este cerrar de ojos, este mirar hacia adentro es una acción sutil que he visto que mis amigos perciben durante una cena grupal o en un café, lo cual me avergüenza.

Pero entonces, ¿por qué debería sentir vergüenza?

Desde entonces he aprendido, en los foros en línea donde los usuarios y consumidores de drogas comparten sus experiencias, que esto se llama “cabeceo” (nodding, en inglés). El término también se utiliza para describir el sueño o la somnolencia asociada con la droga, y generalmente se usa para describir una tranquila ensoñación de opio. “Nod” (cabecear) es la raíz hebrea de la palabra “deambular”. El término puede referirse a la caída involuntaria de la barbilla en un gesto literal, pero también está asociado con la tierra bíblica de Nod y todo tipo de nociones culturales remezcladas: vagar, dormir, soñar, desear y ser creativo.

Sigue a Carlyn Zwarenstein en Twitter.