Indígenas: de trofeos de guerra a víctimas del primer genocidio argentino

Artículo publicado por VICE Argentina

En una ceremonia encabezada por miembros de la comunidad Napalpí, una etnia originaria de la provincia de Chaco, el Museo de Ciencias Naturales de La Plata restituyó apenas hace un par de meses los restos humanos de nueve indígenas Qom que durante más de un siglo habían permanecido exhibidos en sus vitrinas. Nueve urnas de madera que contenían restos humanos fueron entregadas a integrantes de esa comunidad para ser trasladadas más de mil kilómetros, hasta las tierras que habitaron, y darles sepultura.

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Se trató de una identificación de restos basada en la procedencia étnica de los mismos, realizada mediante el análisis de catálogos y registros antiguos. A partir de ese trabajo antropológico, se pudo saber que pertenecían a un Qom fallecido en el Hospital Militar de Buenos Aires; a otro llamado “Pichón”, que murió fusilado a los 24 años en 1887; a otro, conocido como cacique “León”, que también murió fusilado por las tropas argentinas en el Tragadero ese mismo año; a uno fusilado en Resistencia, en 1886.

También se restituyeron los restos de un indígena denominado “Petizo”, que fue fusilado en 1886; otro llamado Cacique Löwöreraik, que murió fusilado al año siguiente; otro identificado como “Cacique”; y a dos individuos registrados como pertenecientes a la comunidad Qom, sin especificación.

Restitución al pueblo qom en julio 2018. Foto Marco Bufano Fernandez

El pedido de restitución había sido impulsado por miembros de la Colonia Aborigen Napalpí de Chaco, y respaldado por los Consejos de Participación Indígena de Chaco y de Buenos Aires; por las comunidades del Pueblo Qom y las autoridades del Concejo Consultivo y Participativo de los Pueblos Indígenas de la República Argentina.

Para el historiador y escritor Qom, Juan Chico, se trató de “un hecho histórico para los pueblos indígenas porque permite visibilizar los crímenes perpetrados por el Estado nacional, abre un camino en el necesario proceso de reparación histórica y permite repensar una nueva relación entre el Estado nacional, las instituciones académicas y nuestras comunidades”, según expresó en declaraciones a la prensa.


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El museo platense atendió a ese pedido y entregó los restos de los indígenas que integraban las colecciones de la institución. En este acto, les devolvió su condición de sujetos y su derecho a ser enterrados en el territorio que habían habitado, bajo los rituales propios de la comunidad a la que pertenecieron.

Si bien en 2001 se sancionó la ley 25517 —reglamentada en 2010—, que “establece que deberán ser puestos a disposición de los pueblos indígenas y/o comunidades de pertenencia que lo reclamen, los restos mortales de aborígenes que formen parte de museos y/o colecciones públicas o privadas”, el museo de La Plata es una de las pocas instituciones de Argentina —junto con el Centro Científico Tecnológico CENPAT, de Puerto Madryn, o Parques Nacionales— que puso en práctica una política de reparación histórica. Pero esto no siempre fue así.

El primer genocidio del Estado Argentino

A fines del siglo XIX, el paradigma dominante en el mundo occidental era el de la ciencia como sinónimo de progreso. En Argentina, el progreso se tradujo en la conquista de las extensas tierras del sur que se encontraban, a los ojos de los colonizadores, “deshabitadas”, con el fin de expandir la ganadería. En 1878, el gobierno argentino, al mando de Julio Argentino Roca, emprendió la denominada “Conquista al desierto”. Pero lejos de ser un desierto, en las tierras habitaban diversas comunidades indígenas, como los ranqueles, los mapuches o los tehuelches. Así, dicha campaña se convirtió, nada menos, que en el primer genocidio del Estado argentino.

El perito Francisco Moreno estaba habituado a emprender travesías hacia la Patagonia, enviado por el gobierno de turno, para explorar el territorio. En esos viajes recolectaba objetos pertenecientes a las comunidades, como flechas y lanzas, pero también restos humanos de indígenas que habitaban el territorio antes de la conquista. En ese contexto, en 1884 se crea en La Plata el Museo de Ciencias Naturales como una pieza clave dentro del paradigma positivista de la época. Y Moreno, que había quedado a cargo de su dirección, vendió su colección de objetos a la institución para “ponerlos al servicio de la ciencia”.

Mujer de Inakayal- Archivo de Resguardo del Colectivo GUIAS

En ese mismo año concluyó la “Campaña al desierto”, en la cual dos familias indígenas que se resistieron a ser despojadas de sus tierras, fueron tomadas como prisioneras. Se trató de los caciques Mapuche – Tehuelches Inakayal y Foyel, y sus familias, que fueron trasladadas por gestiones de Moreno al museo que dirigía, donde permanecieron durante años como objetos de estudio. Objetos vivos, por su puesto.

Tiempo después, Foyel fue liberado y pudo regresar a su tierra natal, mientras que Inakayal murió en el Museo de La Plata el 24 de septiembre de 1888. Sus restos, al igual que los de familia, fueron expuestos en las vitrinas del museo, como trofeos de guerra.

Tuvo que pasar un siglo para que ese paradigma comenzara a cambiar. En 1994, tras la sanción de una ley específica, la 23.940, se dispuso la restitución de los restos de Inakayal a su comunidad, en la localidad chubutense de Tecka. El acto se completó en 2006, con el traslado de su cerebro y su cuero cabelludo, que aún seguían en el museo. Lo mismo se hizo con los restos de su mujer (fallecida en el museo el 2 de octubre de 1887) y de Margarita Foyel (hija del cacique, muerta el 21 de septiembre de 1887 a los 33 años). Se trató de la primera restitución realizada en América latina.

Margarita Foyel

En 2006, un grupo de indígenas que habitan en comunidades del norte Argentino y de Bolivia se presentaron en las escalinatas del museo y, por primera vez, ingresaron al edificio donde aún permanecían en exhibición los restos de sus antepasados. Ese hecho histórico fue registrado por el documentalista argentino Cristian Jure, en un video disponible en Internet, titulado “Jallalla” (palabra quechua-aymara que expresa satisfacción y agradecimiento por la vida y que comúnmente se usa al principio o al final de un acto espiritual). Allí se ven a mujeres y hombres de las comunidades, vestidos con sus atuendos característicos, caminan pasmados alrededor de las vitrinas donde yacían los restos de sus hermanos y realizan rituales en sus lenguas nativas.

“Es una gran tristeza que en el siglo XXI, en esta sociedad moderna llamada una nación civilizada, todavía no hay respeto por nuestras raíces. Nosotros tenemos el árbol genealógico de estos hermanos. Es indignante, es doloroso, tener en una muestra, en una vidriera, algo que para nosotros es lo más sagrado que tenemos. Cualquier ser viviente en cualquier punto del planeta tiene derecho a descansar en el lugar que nació”, dice uno de los líderes de la comunidad. “Hacemos un reclamo formal que estos restos de nuestros abuelos vuelvan cada uno a su lugar de origen”, concluye.

Sobre el final del video, la cámara queda fija en una de las vitrinas mientras se oye la voz de un guía del museo que explica al público: “La ultima momia que vemos es una momia proveniente de Chile, de San Pedro de Atacama. Tiene 1.500 años de edad, aproximadamente, es la más antigua que hay de sudamérica en el museo. Está en posición fetal y se ve muy claramente cómo se conserva lo más duro: el pelo, las uñas y la piel tienen una sustancia que se llama queratina…”.

Momia guanche

Si uno recorre hoy el museo sólo encuentra, en la sala de “Evolución Humana”, en el primer piso, una momia guanche de las Islas Canarias, en África. Es que tras un siglo de primar el paradigma positivista, en la última década está ganado terreno una nueva política: la de las restituciones.

La era de las restituciones

Los primeros en oír el reclamo formulado por las comunidades en 2006, fueron unos estudiantes y graduados de Antropología de la Universidad Nacional de La Plata –UNLP-, que se agruparon y dieron origen al “Colectivo GUIAS” (Grupo Universitario de Investigación en Antropología Social). Ese mismo año, elaboraron un documento que fue aprobado por el Concejo Académico de la Facultad de Ciencias Naturales y Museo de la UNLP y que “determinó el retiro de exhibición de todos los restos humanos de origen americano, el análisis de los pedidos de restitución y el permanente ordenamiento de los restos humanos a cargo de la División Antropología”, según indica el sitio web de la institución.

Cacique Modesto Inakayal

El equipo de Antropología del museo debió, sin poner resistencia, comenzar a adaptar su trabajo en función de las nuevas demandas. En conjunto con GUIAS, orientó su labor a la identificación de algunos restos humanos que permanecen, no ya en las vitrinas, pero sí en las colecciones del edificio. Si bien los investigadores no se ponen de acuerdo en torno a las cifras, a partir del catálogo que había realizado el antropólogo alemán Robert Lehmann-Nitsche en 1910, se calcula que hay alrededor de 10 mil.

Susana Salceda tiene 71 años y es la Jefa de la División Antropología del Museo de La Plata. Salceda, que lleva más de 50 años trababajando en la institución, explica a VICE, cómo ha sido su aporte a la identificación de restos humanos: “durante mucho tiempo hemos indagado acerca de su historia; hay gente que ha estudiado archivo, buscado correspondencias, seguido la ruta de las donaciones, buscado las cartas manuscritas de muchos personajes de la época; hay gente que ha estudiado inclusive la presencia de alguna patología en los restos óseos, que ha logrado indagar sobre algún tipo de acción peri mortem, que haya podido provocar la muerte”.

La investigadora asegura que en el último tiempo se produjo “un cambio en la legislación y en el reconocimiento de derechos” de las comunidades, que hizo que desde que las gestiones provinciales y nacionales se atendiera, “algunas veces bien, otras no tanto”, a sus reclamos.

Hasta la fecha, se les ha podido devolver el nombre a 35 personas.

El antropólogo Fernando Miguel Pepe, quien coordinó GUÍAS durante más de una década, resume a VICE el trabajo realizado de la siguiente manera: “Nosotros tomamos el trabajo del Equipo Argentino de Antropología Forense (uno de los más prestigiosos del mundo que trabaja en la identificación de restos de desaparecidos durante la última dictadura argentina y en conflictos en otros países) como ejemplo, y lo trasladamos 100 años para atrás. Intentamos realizar lo que hacen ellos pero con los pueblos originarios. Muchas de esas personas son víctimas de un genocidio. Detectamos numerosas lesiones que fueron causal de muerte, por ejemplo machetazos y sablazos; también nos encontramos con numerosos casos de fusilados y asesinados por el ejército”, resalta.


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Pepe agrega que “la contextualización fotográfica sirvió para ponerle a estos esqueletos, que eran tratados como objetos, un rostro. Por ejemplo, en el caso de los que estuvieron vivos en el museo, al tener las fotografías del momento previo a su muerte, se pudo asociar éstas a los esqueletos correspondientes y así facilitar a la desconstrucción. Decir: ‘no eran solo un número, sino que eran personas que murieron presos del museo’. Esto impactó muchísimo dentro y fuera de la comunidad académica. Nuestros objetivos eran devolverles la condición de sujetos y así sumar voluntades para lograr el retiro de exhibición y su posterior restitución”.

Para concluir, Pepe remarca que “Como sujetos tienen derechos, en estos casos, derecho a ser enterrados en su comunidad con los rituales correspondientes a su cosmovisión”, concluye.

Damiana, la niña Aché

A los nueve integrantes de la comunidad Qom restituidos en julio pasado, les precedieron otras historias, que se pueden consultar en el sitio web del Museo. Algunas de ellas son la ya mencionada del Cacique Inakayal; o la del hijo del cacique Painé, Panguitruz Güor, que había sido tomado como prisionero en 1834 en la provincia de Santa Fe y llevado ante Juan Manuel de Rosas, quien lo llamó Mariano Rosas; o la de los de cuatro indígenas selk´nam, de Tierra del Fuego.

Un caso resonante fue el de Damiana, una niña de la etnia aché del actual Estado de Paraguay, que tenía tres años cuando sobrevivió al ataque de los colonos realizado contra su comunidad en 1896, y fue tomada como trofeo de guerra.

Damiana en el Museo

Según escribió la Doctora en Ciencias Naturales y directora del museo durante 20 años, Silvia Ametrano, en un artículo académico publicado en 2015: “Los colonos autores de la masacre la bautizan como Damiana según el santoral de la fecha. Dos años después la envían a la Argentina a cargo de una familia ( N. de la R: la de Alejendro Korn, fundador del neuropsiquiátrico que lleva su nombre, más conocido como ‘Melchor Romero’) que en 1907, siendo una adolescente, la deriva al Hospital de Melchor Romero donde muere pocos meses después de ‘una tisis galopante’. Sus restos fueron entregados al Museo de La Plata donde se decide enviar su cabeza a la Sociedad Antropológica de Berlín, Alemania”.

Al igual que Inakayal, Damiana fue un objeto de estudio vivo para la ciencia y luego, después de muerta, pasó a ser material de colección. Durante su corta vida, además de ser explotada como sirvienta de la familia Korn, fue sometida a vejaciones, como la de ser fotografiada desnuda por Lehmann- Nitsche.


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La identificación de la niña aché fue narrada en el documental “Damiana Kryygy”, de Alejandro Fernández Mouján, según la cual en 2007 el jóven antropólogo Fernando Miguel Pepe identificó el esqueleto de Damiana, que estaban escondido en un depósito. Su cabeza fue encontrada poco después en el Hospital Charité, de Berlín. Tras un pedido de restitución gestionado a través del colectivo GUIAS en 2007 por “Linaje”, una organización que representa a una de las siete comunidades Aché del Paraguay, el 10 de junio de 2010 se realizó la restitución de sus restos y del cráneo de otro integrante de la comunidad.

“Kryygi” fue el nombre que los nativos eligieron para la niña aché y significa “armadillo del monte”, porque, en su cosmovisión, desaparecen junto al bosque como sus niñas en manos del hombre blanco. Los restos de Kryygi fueron trasladados a Asunción y de ahí a la comunidad de Ypetimi, en el Departamento de Caazapá, en urnas que fueron envueltas con hojas de palmera pindó con las cuales esas comunidades solían cubrir a los muertos. Su cabeza, finalmente, fue restituida en 2012.

Invertir el orden de la exposición

Actualmente el Museo trabaja en la restitución de Sam Slik, hijo del cacique Casimiro Biguá, que tras su muerte fue desenterrado y trasladado hasta esa institución por el propio Perito Moreno. Cuando el pedido de restitución complete el circuito burocrático para su aprobación, los restos serán entregados a los representantes de la comunidad Mapuche – Tehuelche de Gaiman, que iniciaron el pedido.

En paralelo, Duen Sacchi y Magda De Santos, dos artistas, docentes y performers argentinas que residen en Barcelona, se encuentran acompañando el pedido de la restitución de Liempichum- Sakamata, otro cacique Mapuche – Tehuelche, cuyo cuerpo fue llevado en el siglo XIX desde la Patagonia hacia Francia por el conde La Vaulx, a pedido del gobierno francés, y que estuvo expuesto hasta 2009 en el “Musee de l’Homme”, de París.

Frente del museo por Maria Laura D Amico

“Nuestro trabajo no se centra en la restitución sino en las personas que han robado los cuerpos indígenas, ya sean cuerpos vivos o recién enterrados, como es el caso de Liempichum. Su tumba fue profanada por el conde La Vaulx a quien vamos a visibilizar. Nuestra intención es ir al cementerio donde está La Vaulx, poner una placa en su tumba que diga profanador y saqueador y tratante de cuerpos indígenas, y vamos a filmar ese acto, en una especie de videoperformance para dejar constancia de lo que ha hecho”, cuentan a VICE.

La pareja artística agrega: “Vamos a producir una pieza que será expuesta en octubre en el Museo de Cataluña. Eso para nosotras es una forma de intervención en la memoria histórica y una forma de mostrar cómo los dispositivos de exposición, que son los museos de Bellas Artes y de Ciencias Naturales, han funcionado como dispositivos de colonización”, explican. Para concluir, añaden: la idea es “invertir el orden de la exposición” para que los que sean vistos ya no sean los indígenas, sino los autores de su exterminio.