Mili KK. ¿Pudo un eslogan tan inocente acabar con el servicio militar en España? Vámonos a los primeros años 90, cuando Felipe González presidía el país y sacaba pecho enviando tres fragatas a la Guerra del Golfo.
Eran tiempos de euforia en los que también se presumía de olimpiadas, de modernidad y desarrollo, y en los que el nuevo rico español, que apenas entendía otra cultura que no fuera la del pelotazo, se veía obligado a convivir en la calle con jóvenes contraculturales que hablaban de tribus urbanas, entre las que se iban popularizando los piercings, las camisas de leñador y los pantalones rotos. El grunge se convertía en el nuevo punk. Y mientras ciertos videojuegos como Killer Instinct o películas como Terminator conquistaban el tiempo libre de los adolescentes, un movimiento social contestatario fue imponiendo cierto sentir antimilitarista en parte de esa juventud a la que trataron de etiquetar con estúpidos acrónimos y letras mayúsculas. Mili KK.
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Para los políticos de la nación, la insumisión pasó de acto insolidario y cobarde, como así querían denostarla, a ser un problema gubernamental de primera magnitud.
Los jóvenes españoles mejor preparados de la historia eran encarcelados debido a su conducta ética apoyada en la dignidad. Universitarios como Carlos Fueyo (Avilés, 1969), que estuvo preso en las cárceles de Oviedo y Villabona desde diciembre de 1993 hasta febrero de 1995 fue preso por negarse a realizar el servicio militar, por esgrimir, entre otros emblemas, el poderoso Mili KK.
Durante aquel tiempo en prisión, Carlos Fueyo encontró el modo de evadirse a través de la escritura. Gracias a su testimonio, a sus diarios escritos en la celda, que ahora hace públicos a través del libro Diario de un insumiso preso (Ed. Cambalache), podemos acercarnos a un movimiento, el de la insumisión, que a pesar de su importancia quizá no esté siendo recordado como se merece. Hablamos con Carlos de su libro, y de aquella triste experiencia carcelaria.
VICE: Carlos, ¿por qué decides publicar este diario después de tanto tiempo?
Carlos: El diario lleva, efectivamente, muchos años escrito, aunque mi decisión de publicarlo tampoco es tan reciente. La tomé hace seis o siete años, cuando estaba participando muy activamente en otra lucha, la de ocupación, que, en mi opinión, tiene bastantes puntos en común con la insumisión. Creo que las dos parten de una misma estrategia de desobediencia civil.
Así que probablemente la decisión de publicar el diario tuvo que ver con esa circunstancia, con el deseo de querer recordar un movimiento, aquél de insumisión, similar en muchos aspectos a ése de ocupación en el que estaba militando entonces. Ocurrió que por un cúmulo de circunstancias el libro no pudo ver la luz hasta hace unos meses.
Este libro se puede leer como el recuerdo de una lucha, la lucha por unos valores. ¿Crees que esa lucha resuena hoy en día entre la gente joven?
Éste sería el segundo objetivo —o, casi mejor dicho, el primero— de la publicación. Para gente no tan joven el libro es recuerdo, memoria, pero para la mayoría de los jóvenes menores de 25 años ya no se trata de recordar, sino de informarse y de enterarse por primera vez de una lucha que ellos no vivieron y desconocen… Si hay algo que me presta, que me entusiasma de haber editado este libro es precisamente que lo estén leyendo personas jóvenes, que de este modo tienen la posibilidad de conocer cosas que ignoraban por completo.
¿Acabó la insumisión con la mili, o fue un cúmulo de circunstancias lo que precipitó el final del Servicio Militar Obligatorio?
En el prólogo del libro afirmo que, aunque hay muchas personas que así lo creen, yo pienso que fue más bien esa conjunción de circunstancias a la que te refieres la que determinó la desaparición del Servicio Militar Obligatorio: la enorme cantidad de objetores prestacionistas (es decir, los que renunciaban a hacer la mili y optaban por la llamada Prestación Social Sustitutoria, un servicio civil que acabó colapsado), la decisión política de los estados occidentales que tendía a una progresiva profesionalización del ejército…
En todo caso, sí que creo que la insumisión fue el factor clave que contribuyó a adelantar unos cuantos años esa decisión de acabar con el Servicio Militar.
También sobrevuela esta pregunta sobre el libro: ¿Acabó la insumisión con el movimiento antimilitarista?
Sí, a ello me refiero también en el prólogo. Aunque pueda resultar una paradoja, al menos en Asturies, eso fue lo que sucedió. La insumisión fue una estrategia que demandaba tanto compromiso, tanta actividad, tanto desgaste, que, cuando salió el último preso de la cárcel, todos los que militábamos en el movimiento antimilitarista hicimos plof, nos desinflamos como un globo en tres segundos después de tantos años de lucha.
Eso no significa que distintos colectivos no tengan un discurso antimilitarista, pero es cierto que no ha perdurado una organización que desarrolle prioritariamente ese ámbito de lucha.
¿De qué te valió hacerte insumiso?
De muchas cosas, en lo personal y en lo político. Para que la respuesta no sea interminable, te destaco la que considero más importante. Me sirvió para conocer el valor de una lucha colectiva (y sin que fuera un obstáculo el hecho de que todos los que participábamos en ella no tuviéramos las mismas sensibilidades ideológicas) y me valió para aprender a luchar sin tener miedo.
Ya pasados tantos años, ¿qué supuso para ti entrar en la cárcel tan joven? ¿Notaste esa fortificación de valores contra tanta pérdida de derechos? ¿Te arrepientes de algo?
Pensábamos que estábamos haciendo algo importante y creo que debe valorarse que muchos jóvenes en un momento preciso estuviesen dispuestos a entrar en la cárcel por luchar en lo que creían… Con la distancia de los años pasados, se impone —al menos en mi caso— un cierto desencanto: el ejército sigue existiendo y las guerras son continuas, y el genocidio tan asumido de las personas inmigrantes, y la dictadura del capitalismo y sobran razones para no pensar que uno vive la derrota total, pero, en fin, para no caer en un pesimismo paralizante, me quedo con los gestos de dignidad de muchas personas, con todas las acciones de resistencia que ha habido, hay y habrá…
En cuanto a la cuestión de si me arrepiento de algo, casi te diría que, a pesar de errores cometidos, suelo arrepentirme más de las cosas que no hice, que no hago, que de las que hice…
Intenta bucear en el 2 de diciembre de 1993. ¿Qué recuerdas de esa fecha? ¿Qué sensaciones, olores, colores, imágenes prevalecen en tus recuerdos?
Creo que ése es el día sobre el que más escribo en el diario. Ese día conocí lo que es estar en un calabozo, conocí dos cárceles, la de Villabona y la de Oviedo, sentí la sensación de estar esposado, de dormir en una celda… Ese día pasé mucho miedo y supe lo que es perder la libertad. Pero curiosamente ese día también superé el miedo y supe que ser o no ser libre va mucho más allá de estar preso.
¿Cómo resumirías tu etapa en la cárcel? ¿Puedes describir un día normal de aquellos días?
Desde un punto de vista estrictamente personal, mi estancia en la cárcel fue muy fructífera y provechosa. Durante los catorce meses que estuve preso pude realizar “a distancia” el segundo curso de doctorado (gracias a la buena voluntad, ayuda e interés de varios profesores de la Universidad de Oviedo), aprendí a escribir mecanográficamente, leí muchos libros…
Para realizar todas estas actividades, y enlazando con la segunda pregunta que me haces, por las mañanas me quedaba chapado en la celda tras haber solicitado ese permiso (en la cárcel cualquier petición ha de ser cursada mediante instancia oficial al director del centro).
Tras la comida y un nuevo encierro general obligatorio en celdas hasta las 4, por la tarde sí que bajaba al patio para caminar charlando en compañía de los presos, hacía deporte (además de correr, muchos días organizábamos partidos de futbito), jugábamos al parchís… Hacia las 7 cenábamos y a las 9 teníamos que subir a celdas para el encierro nocturno.
Creo que la clave para soportar una estancia en la cárcel es estar lo más activo posible y yo puedo decir que lo conseguí.
La escritura, incluso la de cartas a otros presos analfabetos, ¿te ayudó a superar la soledad, la desesperación?
Entre todas las actividades que te enumeré, la escritura fue, sin duda, la que me ocupó más tiempo: es decir, la que me liberó del paso anodino y lento de las horas y, sí, muchas veces, la que me ayudó a superar algunos accesos de soledad y desesperación, como dices.
Y no sólo me refiero a la escritura de mi diario, sino también —y quizá, sobre todo— a la escritura de cartas en respuesta al montón que nos llegaban. Paréntesis: en la cárcel el momento más esperado del día (el único, posiblemente) es el del reparto del correo; los insumisos recibíamos muchísimas cartas, no sólo de familiares y amigos, sino de gente desconocida que nos escribía para mostrarnos su apoyo y solidaridad; para mí contestar a todas esas cartas era a la vez un deber y un placer.
Y finalmente, como apuntas en tu pregunta, también me tocó redactar otras o rellenar instancias a algún preso que no tenía la capacidad de hacerlo.
Intuyo que recuerdas con más desagrado a funcionarios que a presos. ¿Acierto?
Aciertas de pleno. Salvo contadísimas excepciones, los funcionarios ejercen su labor represiva con exquisito celo y prepotencia. Y la cuestión es que tienen un poder enorme en el sistema penitenciario, es decir, en la vida de los presos.
Al margen de los tantísimos casos de maltrato físico y psíquico en los que incurren, tienen la potestad de castigarte con los famosos partes. La acumulación de estas sanciones puede conllevar una regresión de grado (por ejemplo, un preso en segundo grado —el ordinario— puede pasar a ser clasificado en primer grado, lo que supone un aislamiento permanente de facto), el traslado a otra cárcel, el aplazamiento de tu puesta en libertad…
La pregunta habitual cuando estás en la cárcel era: “¿tienes problemas con algún preso?”, y la respuesta era: “tengo problemas con (casi) todos los carceleros”.
¿Sigues en contacto con algún reo con el que hubieras coincidido?
Sí, por supuesto, aunque —lo mismo que en el caso de cualquier relación comenzada hace tantos años— los caminos vitales van separándose y uno no es capaz de mantener un contacto tan estrecho y continuado como quisiera, pero te aseguro que con alguna persona que conocí en la cárcel tengo una relación de amistad auténtica y especial.
¿Para qué sirve una cárcel?
Te respondo con unas palabras que solía decía Mata, un preso del Exército Guerrilheiro con el que los tres insumisos que entramos juntos (por cierto, déjame que los nombre: Yiyi y Fermo) entablamos una gran amistad. Son unas palabras que creo que cito en el libro. ‘Una cárcel produce precisamente el efecto contrario a ese tan invocado que dice perseguir, la reinserción. La cárcel lo único que logra, al margen de otro tipo de desgracias, es la reafirmación: el drogadicto se reafirma en su adicción, el delincuente en sus métodos, el preso político (el insumiso) en sus convicciones…’
A los insumisos, el resto de los presos os tenían cierto aprecio. ¿Qué secuelas te ha dejado la cárcel?
Como no sé muy bien a qué te refieres con esta cuestión, me permito responderte con alguna reflexión que posiblemente no tenga nada que ver con la pregunta, pero que en cualquier caso a mí me gustaría hacer y que apareciera en esta entrevista.
La insumisión fue una lucha colectiva. El hecho de que yo pasara por la cárcel y que fuera uno de las primeros en hacerlo fue algo totalmente circunstancial. Lo que es de valorar —y de agradecer— es la labor continuada y la energía derrochada por todas las personas que participaron en aquella lucha, canalizada aquí en Asturies en la CAI (Coordinadora Asturiana pola Insumisión). Otro colectivo, cuya actitud nada victimista y siempre combativa, fue el de Familiares y Amigos, que desarrolló en coordinación con la CAI un trabajo también incansable. Y asimismo quiero citar a los abogados y abogadas, a los que metíamos en continuos marrones en tantas ocasiones y por tantas causas, y que siempre estuvieron a nuestro lado ofreciéndonos su defensa desinteresada.
Reconocimiento, pues, a toda esta gente, y a todas las personas que en la calle nos prestaron su apoyo y a todos los presos que en la cárcel nos mostraron su simpatía y aprecio.
La incapacidad de ser empleado público, de optar a becas, ¿en qué medida afectó a tu carrera profesional?
Esa incapacidad era temporal y afectaba —y supongo que sigue afectando— a todos los presos, y para mí no tuvo una incidencia especial. Pero quizá te estés refiriendo a una medida legal que tomó el gobierno en años posteriores con la promulgación de un nuevo Código Penal.
En otro intento por acallar la crítica social tan amplia contra nuestra encarcelación, sin llegar a derogar las penas de cárcel para los insumisos a la mili, pero sí rebajándolas para que éstos no tuvieran que entrar en prisión si carecían de antecedentes, la nueva ley establecía una condena de diez a catorce años de inhabilitación absoluta, que impedía acceder a cualquier empleo público, subvención, beca, etc., lo que se denominó, en fin, “la muerte civil” de los insumisos.
Hoy las cárceles son noticia por la cantidad de políticos y empresarios que entran y salen de ellas. ¿Crees que ellos lo pasan igual que vosotros, peor…? En España, ¿el dinero o las influencias pueden alterar, mejorar, tu estancia entre rejas?
Te respondo con un ejemplo que conozco de buena tinta gracias a un amigo íntimo que lo vio con sus propios ojos en la cárcel de Segovia. Allí estaba internado Rafael Vera, ex-alto cargo socialista y uno de los responsables del GAL. Vivía en el módulo de aislamiento con estos privilegios: tenía a su disposición dos celdas (con cortinas), una sala con ordenador y un patio más grande de lo habitual. Pero no todo acaba ahí: no se le encerraba jamás en la celda y, por prescripción médica, podía salir de la cárcel durante ocho horas al día.
La mili se acabó el 31 de diciembre de 2001. ¿Sigues considerándote un insumiso? ¿Ante qué te enfrentarías hoy, con todo tu bagaje y experiencia?
En una de las presentaciones que hice del libro, un compañero decía que un insumiso lo es ya para toda la vida. Es cierto, pero yo no sé si eso es bueno o es malo (risas).
Después de aquella lucha, participé en otras muchas, no sé si aportando demasiado, pero sí con la ventaja fundamental que te comentaba, la de haber perdido el miedo a cualquier consecuencia represiva. Ahora, con la publicación de este libro y, casi más que nunca, sigo siendo “Car, el insumiso”.
Como dijo no sé quién y más o menos: “hagas lo que hagas en la vida, te recordarán por un detalle”. No es que me desagrade; es más, el término “insumiso” me parece muy guapo, pero muchas veces siento que me pesa un poco, es como que hay que estar a la altura de una palabra que significa tanto (un modo de ser, una manera de estar), y uno es en ocasiones tan poco coherente y comete tantos errores…