El confinamiento nos ha hecho más idiotas e irascibles

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Del confinamiento hemos salido, el que más y el que menos, un poco cascados. El primer estudio que evaluó el estado de salud mental de la población española a causa de la larga cuarentena provocada por el COVID-19 puso de relieve que de esta no saldríamos más fuertes diga lo que diga la publicidad institucional sino al contrario: más ansiosos, con más depresión y más insomnio. La cuarentena y el aislamiento han sido duros, pero no menos dura está siendo para muchos la vuelta a la -nueva- normalidad, la desescalada.

Para algunos por motivos obvios: hay quien tenido amigos o familiares enfermos e incluso los ha perdido, a quien le han echado del curro, quien no ha cobrado aún los ERTE, quien ve cómo en el horizonte solo hay una certeza y es la de la incertidumbre… Para otros por motivos algo más sutiles. No son pocos a los que lo que les preocupa es, precisamente, volver a “su vida de antes”, los que tienen miedo a salir por si se contagian o contagian a alguien, los que quieren volver al pueblo pero temen por sus padres o abuelos, los que después de meses sin socializar quieren quedar pero no de sopetón y volviendo a la vorágine y luego están los del bando contrario, los que quieren recuperar todo el tiempo perdido a toda costa. Y en este totum revolutum de sensaciones y vivencias aisladas post confinamiento surgen roces y de los roces surgen preguntas: ¿todo ha sido siempre tan difícil, tan cansado, tan cambiante? ¿Nos hemos quedado un poco gilipollas del confinamiento o ya lo éramos de antes?

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Ya a finales de marzo, cuando todo esto empezaba, The Lancet publicaba un estudio en el que se revisaba la literatura médica sobre el confinamiento y sus posibles efectos psicológicos y entre ellos se encontraba el estrés postraumático, la confusión y la tendencia a estar más irascible tras el desconfinamiento. La intensidad de estos síntomas sería mayor, afirmaba la investigación, en las epidemias en las que la cuarentena fuera larga, si los ciudadanos temían infectarse, si se sentían frustrados o temían pérdidas económicas, así que no hay que ser muy listo para concluir en que tenemos todas las papeletas para estar insoportables. Para no aguantarnos ni a nosotros mismos, para descubrir un sentimiento que nos era, si no ajeno, sí menos frecuente hace unos meses: la irascibilidad, que muchas veces corre en paralelo a los cambios bruscos de humor.

“El problema más frecuentes que las personas han experimentado en la cuarentena ha sido el estrés sostenido en el tiempo, por toda la incertidumbre que hemos atravesado y seguimos atravesando”, explica la psicóloga Inés Bárcenas. “Lo que más hemos atendido en consulta han sido episodios de ansiedad por miedo a la enfermedad propia o de un familiar, pérdida de trabajo o dificultades interpersonales en las relaciones. Ahora con la desescalada además es muy probable que hayamos discutido con familiares, compañeros de piso o pareja durante este tiempo y que exista por tanto algo de tensión. Al final, a lo que nos enfrentamos con este reencuentro, con la vuelta a la normalidad es a la negociación tras un período insólito, a reencontrarnos con la alegría pero también a hacer un esfuerzo de readaptación. Lo normal es que las ganas de ver a amigos y familiares y la alegría por recuperar aspectos de nuestra vida previa aplaquen síntomas de estrés, ansiedad o irascibilidad, pero pueden darse”, añade la psicoterapeuta.

La irascibilidad y la ansiedad, a pesar de la alegría porque nos desaflojen un poco la correa, pueden darse y de hecho se dan. Todos tenemos un amigo o un hermano o un compañero que nos ha montado un cirio sin venir a cuento o incluso, como dice Noemí Argüelles, “la amiga somos nosotros”.

“Ha sido una de las emociones estrella del confinamiento y también lo está siendo del desconfinamiento: un repunte de los cambios de humor repentinos, de la irascibilidad”, cuenta la psicóloga. “Lo que hay que entender respecto a ella es que está ahí, que es una emoción que va y viene y que no tiene que ser tomada como verdadera porque suele derivarse de momentos de estrés. Por eso cuando vayamos a quedar con amigos o familiares lo mejor es cuidar de autoexigirnos o autoimponernos demasiado, huir de cocinar de más o de tener que cuadrar el plan perfecto, de forzarnos a estar lo más contentos o amigables posibles, de tener las expectativas altísimas sobre los reencuentros… Hay que primar la naturalidad, la aceptación de nuestro estado y quizá la limitación temporal. Es mejor escucharse a uno mismo y valorar qué nos apetece, darse permiso para monitorizarse y no lanzarse a los planes de golpe”, explica como maneras de lidiar y controlar los cambios de humor propios.

Pero, ¿qué pasa con los ajenos? “Si notamos que la otra persona está irascible va a ser muy difícil interactuar con ella y no vamos a poder plantear la situación en circunstancias normales así que tenemos varios caminos: ayudar a que esa persona se exprese o se tranquilice, cambiar de tema e intentar centrarse en otras cosas o incluso terminar la reunión y volver en otra ocasión. Pero, tras un largo confinamiento, no es el momento de relacionarse desde esa emoción porque es muy nociva, no expresa la realidad del vínculo que tenemos con las personas y es más bien producto de los ya camino de tres meses que llevamos de traumas, incertidumbre y dolor en nuestras vidas. Hay que entender y aceptar que esto deja secuelas y las emocionales son parte de ello. Y que, como todo, se pasarán con el tiempo”, dice Inés Bárcenas.

Hasta entonces lo que toca es trabajar la paciencia. Lidiar de la mejor manera posible tanto con quien que lo ha pasado fatal durante el confinamiento y lo ha dejado y ha vuelto con su novio tres veces por Zoom y ha llorado cada noche y ha escrito un diario que ríete tú de los de la Plath y con quien se ha puesto tochísimo con una aplicación del móvil y ha aprendido a hacer pan y se ha leído media Biblioteca Gredos. Lo que toca es convenir dónde y cómo se queda, si se saluda con los codos o un abrazo por detrás o si se habla o no de política.

“Una de las cosas más importantes ahora es aceptar y entender la diversidad de nuestras vidas. El confinamiento ha puesto de manifiesto con mucha incidencia esto en distintas vertientes. En la económica por supuesto -quién tiene jardín, quién vive en un lugar más privilegiado que otro-, pero también en otras: quién lo ha pasado peor, quién solo, quién acompañado, quién con más incertidumbre, quién más estable…”, explica la psicóloga. Ante eso lo más importante es “centrarnos en la relevancia del vínculo, en las ganas que tenemos de vernos, de compartir alegría, enfatizar en lo que nos une y empatizar en lo que no”, remata. Eso y tener en cuenta que si antes de todo esto ya éramos un poquito gilipollas justo ahora que acabamos de pasar por un confinamiento y una pandemia mundial que hemos acabado normalizando pero que normal normal no fue nunca igual tenemos que permitirnos -y permitirle a los demás- serlo un pelín más.

Sigue a Ana Iris Simón en @anairissimon.

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