FYI.

This story is over 5 years old.

Modo sexo

Pasé 17 días con el pene encerrado en una jaula de castidad

Y ¿quién guarda la llave? Porque este es un juego entre dos.

La gente siempre me pregunta…

—Pero ¿no te puedes tocar?

—¿Te duele?

—O sea que no puedes hacer nada.

—O sea que no te acuestas con nadie más.

—¿Y cómo vas al baño?

Jamás me canso de contestar las mismas preguntas porque pocas cosas me causan tanto placer como moverle el tapete a la gente al bajarme los pantalones y mostrarles mi miembro encerrado en una jaula de castidad. Las caras de mujeres y hombres no tienen precio.

Publicidad

Mi esposa porta la llave del candado, algunas veces colgada de una hermosa gargantilla de una diseñadora mexicana y otras mezclada con las demás en su juego de llaves. Ella recibe también su dosis de preguntas típicas:

—Oye, pero ¿por qué eres tan mala?

—¿Cada cuándo se la quitas?

—Y tú ¿puedes irte con quien quieras?

Mi esposa y yo tenemos seis años de casados. Nos conocimos en París y nos casamos en Ciudad de México. En nuestra primera semana juntos, le confesé lo que le había confesado a todas mis novias anteriores: «A mí me gusta mucho experimentar con la sexualidad. No me gusta imponer cosas, pero me aburro fácilmente con la fórmula tradicional». Ella coincidió. Durante todas sus relaciones previas había intentado explorar el sexo de una manera divertida, interpretando roles diversos, pero a sus exnovios parecía incomodarles o simplemente no mostraban interés.

La promesa de matrimonio consistía en no sacrificar nuestras carreras, así que esperamos casi tres años viviendo a distancia. Algunas veces yo la visitaba en la Ciudad Luz y otras ella venía a México a pasar sus tres meses de vacaciones escolares conmigo.

Durante esas etapas de castidad, cosa que no era necesaria cumplir, pero ambos habíamos acordado tácitamente, me entretuve explorando blogs y foros de una de mis fantasías favoritas: el cornudismo, candaulismo o cuckold (que en inglés significa «cornudo»).

Mi fantasía principal desde que tengo 18 años es andar con una mujer que me ponga el cuerno mientras yo tengo total conocimiento de sus aventuras en otras camas (o donde sea que la sorprenda el momento). Mientras tanto, mi propósito es mantenerme totalmente monógamo, pues mi fuente mayor de excitación sería su promiscuidad y la manera en que me hace cómplice.

Publicidad

A todas mis exparejas les propuse este tipo de juego, pero ninguna compartió mi visión de una relación en la que yo pudiera ser el sumiso y ella una parte dominante. Hasta que llegó mi esposa.

Internet es un lugar muy travieso

Existe una gran cantidad de contenido sobre cornudismo en la red, basta con googlear términos como «cuckold», «hotwife», «cornudos consentidos» o «candaulismo». Algunos, especialmente británicos y españoles, son verdaderas biblias de esta disciplina que forma parte del BDSM –coloquialmente conocido como sadomasoquismo–.

Mis recorridos por los sitios web donde se habla del tema candaulista me hicieron entender dos cosas: 1) Se trata de un movimiento con adeptos de todas partes del mundo, 2) Existe muchísima parafernalia al respecto. Fue así que una tarde de sábado, buscando más información sobre el tema, di con la modalidad de castidad reforzada, esto es: el marido permite que su esposa encierre su miembro en una especie de campana asegurada con un candado, la cual impide el acceso del portador a sus partes privadas, mientras la pareja guarda la llave en un sitio al que él no tenga acceso. Yo lo llamo mi verdadero anillo de matrimonio.

Fue durante una charla vía Skype entre mi esposa y yo, que le confesé mi fantasía de permanecer encerrado en castidad y que ella tuviera control total sobre lo que yo hacía o no con mi pene. La idea me parecía tan radical que me generaba un morbo palpitante en el estómago. Le envié ligas a los blogs en los que se mencionaba este tema junto con imágenes bastante explícitas y ella mostró mucha inconformidad con ello.

Publicidad

—¿Qué pasa si te lastimas? No me gustaría que tuvieras un accidente, eso se ve muy violento.

—He leído muchos foros al respecto y las jaulas son bastante seguras y cómodas. Al menos eso comentan algunos usuarios. Hay quienes duran meses sin quitárselas. Si te da miedo lo acepto, pero a mí me excita mucho la idea.

Después de una buena labor de investigación —y convencimiento—, acordamos comprar uno de estos artefactos sadomasoquistas en mi siguiente visita a París. Y… ¿Dónde conseguir semejante aparato medieval de tortura? La respuesta aguardaba en una tienda de tres pisos ubicada en Boulevard de Clichy: Sexodrome.

Agonía de una primera vez

Colocarse una jaula de castidad por vez primera es una hazaña complicada. Los aparatos vienen con una gran variedad de pernos, aros y ajustadores para adaptarse al tamaño y particularidades de cada miembro. El usuario debe probar muchas combinaciones posibles antes de decidirse por la que mejor le sienta, y esto se aprende con el tiempo.

Otro factor a considerar es lo excitante de la faena. ¡Por fin voy a encerrar mi pito y mi esposa tendrá el control de mi placer físico! La idea me generaba muchísima emoción y esto resultaba en una erección potente, dificultando la colocación del artefacto, que únicamente puede ocurrir mientras el miembro se encuentra flácido.

Una, dos, tres y cuatro veces mi esposa intentó deslizar mis partes dentro de la «campana» de la jaula, cada uno de esos intentos se topó con una erección. Tuve que intentar pensar en alguna imagen grotesca para colocarme la jaula sin problema y permitir que mi esposa cerrara el candado.

Publicidad

Para asegurar una de estas cosas (que pueden ser de metal o silicón) en su sitio, el portador debe colocar un medio aro por detrás de los testículos, el cual tiene dos orificios a través de los que pasan un par de pernos que, a su vez, aseguran dos piezas extra que cierran la totalidad del aro. A esas piezas se une la «campana» que cubre el miembro, atravesada por un tercer perno para asegurar que en todo momento el artefacto se mantenga fijo. A ese tercer perno central se le coloca el candado y… voilà, bienvenido al maravilloso mundo de la castidad masculina reforzada.

Una vez conseguido el «clic», nos lanzamos a recorrer las calles de París, yo con una enorme sonrisa entre la muchedumbre ajena a mi calidad de sumiso, ignorando por completo que, debajo de mis pantalones, mi miembro estaba totalmente imposibilitado, maniatado, encerrado y sometido. La sensación, aunque incómoda, era éxtasis puro.

Sade estaría orgulloso de moi.

Yo no soy mi pene

Pocas cosas demuestran la obsesión fálica masculina como hablar con gente sobre el tema de las jaulas de castidad. La respuesta general es un «yo no podría» nervioso pero contundente.

¿Es la estimulación del pene la única manera que tenemos los hombres para vivir nuestra sexualidad?

Yo describo el encierro en castidad como la subida más prolongada de una montaña rusa. Imagina que vas subiendo y subiendo y subiendo en espera de la caída más intensa, pero esta tarda mucho en llegar y la expectativa, la tensión y la ansiedad crecen con cada metro avanzado, con un desconocimiento total del momento en que por fin caeremos al vacío. Lo emocionante es prolongar esta sensación.

Publicidad

Porque hombres somos y no dejaremos de enfrascarnos en las competencias más idiotas, el reto entre los cornudos o sumisos que portamos jaulas de castidad es soportar la mayor cantidad de tiempo sin retirarlas y sin que nuestra ama de llaves nos permita algunos minutos o un par de días de liberación.

Los artefactos están construidos de manera tal que ir al baño es bastante fácil, aunque es necesario orinar sentado para no hacer demasiado batidero. Sí, estas particularidades añaden a la humillación que un hombre en castidad reforzada debe estar dispuesto a enfrentar. Las jaulas también hacen parecer el miembro mucho más pequeño de lo que en realidad es. Uno imaginaría que salir a la calle con una de estas maravillas tecnológicas hará que un enorme bulto sobresalga de tu entrepierna, pero no es así. Son bastante cómodas y con el tiempo llegan a pasar desapercibidas para el usuario. Eso es, hasta que decides llevar tu fantasía más lejos y te impones una meta. La más extensa que he soportado ha sido de 17 días consecutivos.

Este parteaguas sumiso llegó como preámbulo de una de mis visitas a París un año después de adquirir mi primer modelo, el cual era bastante grande y más incómodo que los que utilizo hoy en día. Un par de semanas antes de mi viaje le prometí a mi esposa que evitaría totalmente la masturbación y, para conseguirlo, me colocaría la jaula de castidad hasta el día en que nos viéramos de nuevo en el aeropuerto Charles de Gaulle.

Publicidad

Durante esos periodos yo conservaba una llave del candado por si ocurría una emergencia, pero jamás he tenido problema con mis juguetitos y no hubo necesidad de recurrir a ella.

Mientras que el uso durante el día no representa incomodidad alguna, nadie puede decir lo mismo de las noches. Es ahí cuando sabes que las erecciones nocturnas son cosa seria, pues el pene se endurece con tal fuerza, que el aro colocado detrás de los testículos roza el escroto, provocando una sensación de quemazón imposible de ignorar. Este dolor es parte del juego y en efecto, uno se ve obligado a despertar, ir al baño, colocar los pies sobre la loza fría y esperar a que la tormenta y el tormento hayan pasado. Algunas noches debo repetir el chistecito unas dos o tres veces. Multipliquemos esto por 17.

Las ranuras de la «campana» facilitan la limpieza tanto del artefacto como de la piel a la hora de la ducha. Hay que dominar la técnica del cotonete e introducirlo por donde se pueda para lavar a profundidad y evitar la acumulación de residuos que podrían desatar una infección. En varias ocasiones erré el tino con el hisopo y este terminó dentro de mi uretra. Fue de ese modo que descubrí el inmenso placer uretral pero, citando a Karl Konrad Koreander, esa es otra historia y merece ser contada en alguna otra ocasión.

La cuenta regresiva hacia la siguiente cita europea entre mi esposa y yo se ponía más emocionante con cada día que pasaba. Me enorgullecía mucho de poder dominar mi ansiedad y mis ganas de masturbarme, actividad que en algún momento llegó a convertirse en una adicción y por medio de este ejercicio pude poner a prueba e, incluso, mermar. Si me invadían las ganas de tocarme, salía a caminar a la calle o me disponía a ver una película, siempre con mi candado colocado como muestra del tributo a mi esposa, quien sí podía salir a divertirse con otros hombres mientras yo disfrutaba de mi suplicio.

Publicidad

Sí, lo disfrutaba

Y es que, mientras para muchos el placer está en poder manipular el miembro, para mí está en lo contrario, lo cual presenta una paradoja. ¿Cómo es posible que tomes como castigo algo que en realidad gozas tanto?

Mi esposa tiene citas con otros hombres por su cuenta o en mi presencia. Mirarla obtener placer con otro pene mientras el mío está castigado es muy morboso y pone mis pensamientos y hormonas en ebullición. Es un acuerdo en el que ambos obtenemos lo que queremos, cada quien a su modo, y ha enriquecido mucho nuestra dinámica en pareja dentro y fuera del plano sexual.

Para ella es solo un juego que está dispuesta a abandonar en cuanto a mí me aburra o me parezca que debe llegar a su fin, para mí es más un estilo de vida, un elemento constante en mi día a día que me ha permitido evaluar otras formas llevar la dinámica de una relación romántico-sexual. No me imagino viviendo sin el candado, a pesar de que hay días en que no lo utilizo que, incluso, han llegado a convertirse en semanas.

Cada quién sus juguetes

Mi esposa y yo nos movemos dentro del ambiente swinger, aunque nuestro estilo de vida nada tiene que ver con ese movimiento. En todo caso el único punto en común es que es necesario que exista una pareja comprometida, pero mientras el swinger es un juego en el que existe la igualdad (tú puedes y yo puedo), en la castidad reforzada existe lo contrario, pues se trata de una dinámica de sumisión y dominio. No es una imposición, pero sí es un juego de roles, uno que para gente dentro del mismo entorno swinger es «demasiado loco».

Jamás vendemos esta dinámica como la clave de un matrimonio feliz, pero si no te puedes divertir con tu pareja en la intimidad, si no tienes la confianza de experimentar con la persona con la que has decidido pasar el resto de tu vida, te estás perdiendo de un juego en el que puedes llegar a conocer más de ti mismo de lo que imaginas.

Sigue a Mr MCuckold en Twitter.