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Fotolog

Una carta de amor a Fotolog

A no ser que borraras la cuenta en su momento, todavía puedes consultarla.
Todas las fotos por la autora 

Dicen de Fotolog que fue la primera gran red social, pero lo dicen los que no se acuerdan del espacio de MSN. Dicen de Fotolog que cerró definitivamente en enero de 2016, pero lo dicen los que nunca han probado a googlear "Fotolog-y-su-nombre-de-usuario-de-entonces". La web con la que, a mediados de los 2000, empezamos a intuir que nuestro yo analógico tendría que empezar a convivir con un yo digital todavía puede consultarse.

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Sí. A no ser que borraras tu cuenta de Fotolog —en cuyo caso cometiste un craso error porque la vergüenza de ayer es la risa del hoy—, todavía puedes mirarla.


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Tuenti se fue a la mierda a finales de agosto del año pasado, y con Tuenti se fueron a la mierda los recuerdos del instituto y tus primeros años de universidad. Las fotos de Tillate, los estados con videoclips de grupos de indie españoles, esas fotos para comentar trabajos de clase en las que había unas 30 personas etiquetadas… pero en internet aún están las fotos —con grano, con mucho grano— de la etapa de tu vida inmediatamente anterior a Tuenti.

La red de redes aún alberga imágenes de tus primeros botellones, de esa época en la que La Gasolina aún no molaba porque el reggaeton todavía no era un género a reivindicar. De esos años en los que a las gafas de pasta de colores les quedaba muy poco para ponerse de moda, en los que todos éramos un poco emos y un poco chonis. De cuando en nuestros iPods se alternaban temas de Marea y Extremoduro con Blink 182 y el Is This It de The Strokes y se nos colaba alguna canción de My Chemical Romance.

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Cuando Fotolog. Y esta expresión, "cuando Fotolog", puede que sea a nuestra generación lo que el "todo esto era campo" a la de nuestros abuelos o el "ahora todo es más fácil" a la de nuestros padres. "Cuando Fotolog" no nos íbamos a dormir viendo trocitos de las vidas de los demás en nuestros móviles y renunciando, por ende, a trocitos de nuestra propia vida.

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Cuando Fotolog no dábamos likes ni hacíamos retuits mientras cagábamos: cuando cagábamos leíamos el dominical de algún periódico, o la parte de atrás del champú o, como mucho, repasábamos nuestros SMS y reflexionábamos sobre si había sido procedente o no terminarlos con "tk, cnt".

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Pero lo más importante de Fotolog, lo mágico de todo aquello, era que la barra libre de interacción social aún no había llegado a nuestras vidas. A no ser que te suscribieras a la opción Premium, que con los 10 o 15 pavos de paga que tendrías por aquel entonces era bastante improbable, Fotolog solo te permitía subir una foto al día.

A WhatsApp le quedaban aún unos años para implantarse y pagabas por cada SMS que enviabas. Si querías hablar por MSN tenías que acordar con tus hermanos las horas a las que te correspondía el ordenador de mesa que compartíais. O incluso te veías obligado a pactar con tus padres que no usaran el teléfono durante un rato, porque sí: hubo un tiempo en el que el teléfono fijo se usaba, y en el que el fijo e internet no podían usarse a la vez porque iban por el mismo cable.

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No había tarifa plana de datos en el móvil, no existía la posibilidad de darles la brasa a tu pareja o a tus colegas con cosas que pensabas o hacías. No podías comunicarte con ellos sin condiciones, cuando te daba la gana y con una decena de herramientas a tu disposición.

Pero llegó Tuenti y todo cambió. Las redes se convirtieron en espacios digitales más testimoniales que creativos, en sitios web en los que, simplemente, dejar constancia de lo que hacíamos. En webs a las que subíamos las 20 fotos de la noche anterior, estuvieran encuadradas o no, solo para que la gente viera dónde y con quién habíamos estado.

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Digamos que Tuenti eran los Stories de hoy, un totum revolutum sin orden ni concierto y muchas veces sin interés, que usábamos solo para que el resto fueran conscientes de cuánto molábamos. Fotolog, por su parte, era como el feed de Instagram, pero en versión inocente y creativa. En versión mucho más inocente y creativa que el feed de Instagram.

Porque en Fotolog todavía primaba la creatividad. Lo cualitativo frente a lo cuantitativo. Aún creíamos —angelitos— que lo importante era nuestra inventiva, lo bien que escribíamos o las movidas que habíamos aprendido a hacer, de manera autodidacta, con el Picasa.

Como solo podíamos compartir una publicación al día, el cuidado que le poníamos a cada una de ellas era era máximo. El máximo que puede tenerse con una cámara de pilas con 8 megapíxeles, con una webcam externa o con un Nokia N95 o un Siemens C65.

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Editábamos las fotos con lo que teníamos a mano. El Paint, el Picasa o incluso el escáner del ordenador de casa y unos rotus. Los más aguilillas se descargaban el Photoshop con el eMule o el Ares y los más pros jugaban con las pocas opciones que daba la interfaz: que si el título de portada, que si el lugar de nacimiento (cuánta peña que no sabía dónde estaba Etiopía tenía puesto que había nacido en Adis Abeba y cuántos, entre los que me cuento, decíamos en Fotolog que éramos de las Virgin Islands).

Otra de las claves de Fotolog, otra de las razones por las cuales deberíamos volver a él, era que no existían los likes. La interfaz no contemplaba la aprobación ajena y puede que eso nos hiciera más libres. Para molar no hacía falta tener muchos likes, porque los likes no existían. Para molar simplemente hacía falta molar.

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Molar sin GIF, ni memes, ni emojis. Molar escribiendo y molar editando las fotos con el Paint a la hora de la siesta, que era cuando nadie usaba el único ordenador de casa. Molar sin tener las herramientas para hacerlo y sin saber siquiera que estábamos molando.

Si hubiéramos seguido usando Fotolog, el mundo sería un lugar mejor. Un lugar sin likes, un mundo sin Stories, un sitio en el que no sentiríamos la necesidad continua de validar nuestra existencia dos veces: viviéndola y contándola.