Lo de La Manada no es un caso aislado: la Justicia también dudó de mí

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violencia machista

Lo de La Manada no es un caso aislado: la Justicia también dudó de mí

El fiscal me llegó a decir que era "una pija blandita".
AC
ilustración de Aina Carrillo
Ana Iris Simón
tal y como se lo contó a Ana Iris Simón

Hace poco más de cinco años conocí al que después se convertiría en el padre de mi hijo y en mi agresor. Aunque al inicio parecía que todo iba normal, en seguida, a los pocos meses, empezó a mostrar su carácter y lo que después sería una constante: cuando se enfadaba, me insultaba de manera muy agresiva y me hacía sentir fatal, me empujaba, me zarandeaba o me castigaba con su silencio. Primero fueron agresiones verbales, después sexuales y más tarde físicas.

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Pero cada vez que, después de hacer eso, me pedía disculpas, pensaba que había llegado el momento, que iba a cambiar y a volver a ser el mismo que al principio. Pero eso nunca ocurrió. Ni tan siquiera cuando me quedé embarazada. Pensé que la paternidad le haría darse cuenta de que no podíamos seguir así, pero fue al revés. Fue a peor.

Los insultos se multiplicaron y las agresiones aumentaron, pero nunca fui consciente de lo que estaba viviendo. Sabía que me hacía daño y que no se portaba bien, pero nunca me consideré una víctima de malos tratos. Yo veía los anuncios del 016 y pensaba "joder, pobrecitas”.


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Un día, durante una discusión, cuando ya había nacido mi hijo, me tiró al suelo. Del ruido, el bebé se puso a llorar y prácticamente le eché de casa con mi hijo en brazos. Le dije algo así como "ahora llora porque oye ruidos, pero dentro de poco verá lo que pasa". Porque, aunque ni yo misma sabía lo que pasaba, era consciente de que podía aguantar aquello, pero sabía que no lo quería para mi hijo. Sin embargo, no le denuncié. Fue mi médico quien interpuso la denuncia.

Durante una visita al pediatra con mi hijo me dio un ataque de ansiedad y me vio un médico de cabecera, que empezó a darme citas periódicas para ver cómo se desarrollaban esos ataques. Entonces le fui contando cosas. Nunca le dije que me maltrataba porque yo no sentía que lo hiciera, pero él interpuso la denuncia. Cuando lo descubrí y le fui a ver, le dije que no sabía por qué había puesto esa denuncia, que mi expareja no me pegaba palizas. Él me dijo que el maltrato era algo más que que te rompieran la cabeza, que no había que llegar hasta ese punto.

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Durante todo el proceso que siguió cuestionaron lo que me había pasado, alegando que estaba mintiendo para obtener la custodia completa del niño

Entonces se abrió un doble proceso judicial con mi ex: el litigio por la custodia de nuestro hijo y la denuncia de oficio sobre violencia de género. Durante todo el proceso que siguió cuestionaron lo que me había pasado, alegando que estaba mintiendo para obtener la custodia completa del niño.

Llegué a escuchar afirmaciones por parte del fiscal y de la jueza que llevaba el caso como "eres una pija blandita" o "denuncias por despecho". También me cuestionaban todo el rato sobre por qué no había denunciado si sufría maltrato y por qué había tenido que denunciar mi médico. Me decían que tenía que haber sabido que aquello estaba mal y haberlo denunciado yo.

Me sentía muy desprotegida. Pensaba todo el rato en abandonar. Cada vez que me cuestionaban me hacían sentir una exagerada o que me lo estaba inventando todo. Sufría mucho. Estudié derecho porque me encantaba el Derecho Penal y creía en la Justicia y en su buen hacer, pero a raíz de esto decidí no ejercer. Nunca lo haré. Siento que la Ley de Violencia sobre la mujer fue una estrategia política, que los "denuncia, no estás sola" son solo una fachada. Claro que estás sola. La Justicia no te protege ni te apoya. Sobre todo, te juzga.

La máxima del derecho penal “es inocente hasta que se demuestre lo contrario” hace que la víctima reviva todas las situaciones por las que ha denunciado durante un proceso que, además, puede durar años. La Justicia hace que la víctima sea la que tenga que probar la culpabilidad del agresor, no dejando así que pueda continuar con su vida, sino dejándola inmersa en esa situación hasta que hay una sentencia.

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Demostrar lo que mi expareja me había hecho se convirtió en una obsesión. Buscaba WhatsApps o e-mails que pudieran probar lo que había ocurrido, pensaba todo el rato en ello

Yo, por ejemplo, sufrí de estrés postraumático. Aunque ni si quiera había denunciado yo, sentía que, ya que se había abierto el caso, ya que había empezado a ir al centro de mujeres donde me habían abierto los ojos sobre que lo que había vivido no había sido una situación normal, quería llegar hasta el final. Demostrar lo que mi expareja me había hecho se convirtió en una obsesión. Buscaba WhatsApps o e-mails que pudieran probar lo que había ocurrido, pensaba todo el rato en ello.

El caso fue archivado en primera instancia, así que recurrí a la Audiencia Provincial. Allí alegaron que no encontraban sumisión total de mi persona hacia la suya porque en algunos de los Whatsapps yo le contestaba a los insultos que él me propinaba “plantándole un poco de cara”. Otro de los motivos que alegaron fue que, como decidí tener a mi hijo, aquello conllevaba aceptar tácitamente el tipo de relación que tenía con mi ex pareja.

Que el caso fuera archivado supuso para mí una especie de descanso en realidad. Si no, a día de hoy probablemente aún no habría salido el juicio, y me habría pasado más de cuatro años pensando en cómo podía demostrar que mi ex pareja me agredía. Siento que la Justicia no ha sido justa conmigo, pero a la vez necesitaba pasar página, descansar de todo esto.

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Si me volviera a ocurrir algo así ahora no denunciaría. Porque ahora sé lo que ocurre, ahora sé lo que es la victimización secundaria, el cuestionamiento que se sufre en los juzgados. Las instituciones me han ayudado. Me ayudó, en primera instancia, mi médico, que denunció. Y me ayudó el Centro Mujer al que fui durante años, que estaba abierto 24 horas y que me proporcionó terapia, tanto individual como en grupo. Allí sentí que no estaba sola, que no era una loca que había consentido cosas horribles sino que a más gente le había pasado.

Creo que en los juzgados falta, aparte de más sensibilización y de más educación de género, saber que una mujer puede ser violada en casa. Saber que si te agreden en la calle es más fácil reconocerlo a si te agreden en casa. Que, de entrada, puedes incluso no reconocer que te están agrediendo, que era lo que me ocurría a mí. Yo llegué a tal estado de enajenación mental que pensaba incluso que cuando mi expareja no me pegaba o no me gritaba significaba que no me quería, que le daba igual.

Le he perdonado aunque no me haya pedido perdón, y me he perdonado también a mí misma por no haber sabido verme como lo que era en ese momento, una víctima

Los juzgados no saben ver que las mujeres que sufrimos violencia machista en ocasiones no somos capaces de discernir lo que nos pasa, de identificar que la estamos sufriendo.

Pero de todo este proceso me llevo algunas cosas, aunque no Justicia. Me llevo, por ejemplo, el saber identificar las relaciones tóxicas y poder huir de ellas. Cuando sufres maltrato llegas incluso a pensar que parte del amor, de la protección. También sé que ahora soy más fuerte. Y he conseguido perdonar a mi maltratador, porque ya no le tengo miedo, ni físico ni psicológico.

Le he perdonado aunque no me haya pedido perdón, y me he perdonado también a mí misma por no haber sabido verme como lo que era en ese momento, una víctima. Y por haber dudado incluso de mí misma cuando en el juzgado me decían que lo que me pasaba es que era una "pija blandita".