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Paquita Salas es necesaria para reírse de España

Hemos visto la segunda temporada de la serie y estas son nuestras conclusiones (sin spoilers).
Imagen cortesía de Netflix

Creo que era 2010 o 2011. Estaba en la puerta de la sala Marco Aldany, que entonces se llamaba sala Heineken, en el Zombie. Y salió Javier Calvo, que por aquel entonces era para alguna gente "el maricón de Física o Química". Un grupo de gilipollas le empezó a cantar la canción de la serie. Supongo que no es el único grupo de gilipollas que le ha cantado la canción de la serie para burlarse de él a lo largo de su vida. Ayer, cuando salía de la premiere de la segunda temporada de Paquita Salas, pensaba en toda esa peña, y en la capacidad de Javi para reapropiarse de la burla, del insulto. Y hacer arte de ello.

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Porque si Paquita hubiera sido rodada en 2011, antes de La Llamada, antes de OT, Javier Calvo podría haber hecho un cameo ("el chiquito este de Física o Química, el Cabano no, el de la pluma"). Y esa es la primera razón por la que Paquita Salas es necesaria. Porque es un ejercicio de autoparodia de toda una profesión —la del show business— y en cierta manera también una reapropiación de la burla, algo que la generación de los Javis sabe hacer muy bien. Ahí tenemos a Soyunapringada llamándose a sí misma "la Gorda que insulta" y a Chenta Tsai haciendo de los insultos con los que le hicieron bullying su nombre artístico, Putochinomaricón.

Y esa es la primera razón por la que Paquita Salas es necesaria. La segunda es porque, como todo lo que hacen los Javis, está hecha sin pretensiones, sin artificios, y eso la hace auténtica. Ayer, antes de presentar ante 400 personas los tres primeros episodios de la segunda temporada, Ambrossi decía que Paquita había surgido de un vídeo de Instagram entre colegas. Quizá por eso desprende la naturalidad de sus creadores. En la segunda temporada, los Javis incluyen referencias a La Manada, al linchamiento en las redes o a Catalunya sin resultar ni forzados ni obvios ni redundantes. Y lo que es más difícil, las mezclan con los Larios y los torreznos, con cameos de Terelu o de Ana Obregón.

Paquita ha puesto a España frente a un espejo para que se ría de sí misma y lo ha conseguido. Y nos ha hecho, además, aprender sobre la vida y el amor, que al final es de lo que va la movida. Amamos a Paquita porque no sabe dónde está el buzón de spam del mail y porque le roban el dominio de su página web y no entiende nada, pero también porque es la mujer más leal de la industria, capaz de acompañar a una figurante que hace de muerta a un rodaje y de tratarla como a una superestrella.

En la temporada que se acaba de estrenar, Paquita tiene que lidiar con las apreturas económicas, con el fracaso, además de con un mundo moderno que le cuesta entender. Tiene que convertir PS Managment en un coworking y lidiar algunas deudas, lo que le da la oportunidad a Brays Efe de demostrar que no solo es un tío gracioso capaz de meterse en la piel de una señora, sino también un gran actor. En la segunda temporada, Paquita nos enseña, además de sobre la vida y el amor, sobre la autosuperación, sobre la capacidad de reponerse y hacerse más fuerte. Y hacer eso sin parecer Mr. Wonderful o un sobre de azúcar con frase motivacional no es sencillo.

Pero al final es la especialidad de los Javis. Hacernos pensar y sentir sin el efectismo del mainstream ni la pompa del underground. Mezclar lo nuevo con lo viejo sin caer en el cliché fácil.

El día después de la gala de los Goya, el novio de una amiga le dijo a ella, periodista cinematográfica, que lo mejor de la gala había sido "una representante que le había puesto a todo el mundo los puntos sobre las íes". No tenía ni idea de quién era Paquita, ni sabía que debajo de la peluca y el maquillaje, había un actor. Mi amiga se rió y le explicó la movida. Pero ojalá le hubiera dejado vivir en el engaño, pensando que Paquita era real, que era una representante que le ponía a todo el mundo los puntos sobre las íes. Porque en realidad es lo que es.

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