redes sociales

Cada vez que muere una red social, pierdes a miles de amigos

Nunca podremos recuperar todo ese tiempo que hemos perdido 'scrolleando' entre publicaciones de desconocidos.
Amigos a la basura
Montaje vía Flickr (1, 2, 3, 4, 5, y 6) | CC BY 2.0

Llegará un día en el que todo lo que ahora consideramos como algo básico, estable y eterno dejará de existir. No me refiero a grandes conceptos como "el tiempo", "la familia", "la economía" o incluso “el derecho inapelable a emborracharte en un parque público”, me refiero a algo mucho más banal: a todas las redes sociales, programas y aplicaciones que hacen más sencilla —supuestamente— nuestra experiencia en la tierra. En el pasado ya hemos vivido algunos momentos en los que la selección natural virtual (o las denuncias interpuestas por gobiernos) se han cargado plataformas y programas que creíamos perennes y que siempre podríamos disfrutar: Napster, Megaupload, WinAmp, Fotolog o Tuenti, por poner algunos ejemplos.

Publicidad

Al delegar ciertas funciones a estos programas, cuando fallecen, desaparece también todo eso que gestionaban. Por ejemplo, cuando en un futuro próximo reviente Spotify, vamos a perder esa biblioteca enorme de música que hemos ido creando a lo largo de estos últimos años, olvidando con su muerte a miles de grupos, temas, discos y géneros. Hemos confiado nuestra memoria y nuestro cerebro a estos programas y algoritmos, haciendo que parte de lo que nos rodea y define (amigos, música, películas, libros…) dependa de la continuidad de una empresa. Ese trabajo que habías confiado a un programa se convertirá en la nada absoluta, quilos de información que se desvanecerán de un día para otro.


MIRA:


De la misma forma que con la música, algunos de estos programas —de hecho la gran mayoría— son contenedores de relaciones humanas, y, por lo tanto, la continuidad de esta amistad virtual también está amenazada. Esa canción que nos gusta pero que tampoco nos flipa y que marcamos con el corazoncito de Spotify, su equivalente en Facebook sería ese individuo que añadimos un día a nuestra lista de amigos después de leer un meme que colgó y nos encantó.

En este tipo de aplicaciones tenemos añadida a nuestra lista de amigos una cantidad ingente de personas humanas que hemos elegido como quien escoge productos de oferta en un supermercado. Seres vivos que etiquetamos mentalmente como “conocidos” y a los que regalamos algún like cada vez que cuelgan un vídeo de un mapache o con los que debatimos sobre la legitimidad de Greta Thunberg en la sección de comentarios de una publicación polémica. De la misma forma que esos “amigos de la droga” —esas personas que frecuentamos solo de noche en afters inmundos y que parecen amigos de toda la vida pese a que no sabemos ni su apellido ni qué hacen para ganarse la vida—, los amigos digitales son para nosotros unos auténticos desconocidos.

Publicidad

Son nombres propios que van apareciendo de vez en cuando en nuestro feed, personas que funcionan como “extras” de nuestras vidas digitales. Un cúmulo de amistades que desaparecerá en el momento exacto en el que la plataforma muera o empiece a estar en desuso de forma generalizada, evidenciando que día tras día interactuamos con gente que nos importa una mierda. Y es más, cuando toda esa lista de personajes desaparezca, tampoco sentiremos una conmoción ni un pinzamiento en el corazón, no sentiremos nada.

La muerte de estas plataformas supondrá la purga definitiva de la falsa camaradería digital, una falsa amistad que volverá a desarrollarse cuando se popularice otra red social, con nuevos agentes que nos acompañarán en esta falsa comunidad. Y así vamos haciendo, conviviendo con desconocidos cada vez con más asiduidad.

Nunca podremos recuperar todo ese tiempo que hemos perdido scrolleando entre publicaciones de desconocidos, en esa gran masa que muchas veces hemos antepuesto a nuestra amistades más sólidas —digitales o no—, ya sea consultando el móvil de forma compulsiva mientras nos tomamos una cerveza con unos amigos o encerrándonos en casa atrapados en bucles demenciales de stories de Instagram sin para atención a nada más. Horas y horas mirando mierdas ajenas de gente que no conocemos en vez de optar por la compañía de gente que sí que nos importa, desplazando el interés hacia un absurdo.

Publicidad

Al final todos estos seres que pululan por nuestras redes son solo un número. La falsa amistad siempre está rebozada de intereses e hipocresía. Su presencia se justifica con la existencia de ese concepto que nos valida como personas interesantes en la red: los followers. Aceptamos estas amistades digitales de usar y tirar para tener más probabilidades de aumentar nuestros seguidores y así dotar de más valor nuestra representación en internet.

Asumamos que estos prescriptores de amistades caducan y que algún día un buen puñado de gente —50, 300 o 900 personas— desaparecerán de golpe de nuestras vidas, como les pasará a esas 30 listas que tenemos en Spotify. Lo más jodido es que esto no nos importará, igual que no nos importará olvidar esa canción que decidimos acumular en una simple lista. Maldita sea, si algo nos gusta de verdad deberíamos hacer algo más que únicamente confiar en la frágil eternidad de todas estas aplicaciones. Deberíamos ser más conscientes de la posibilidad de la muerte de las plataformas y de todo lo que albergan.

Sigue a Pol en @rodellaroficial.

Suscríbete a nuestra newsletter para recibir nuestro contenido más destacado.