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Hay deportistas a quienes les define una carrera entera: de Michael Jordan o Leo Messi, por decir dos al azar, no recordaremos una jugada o un momento específicos, sino años y años de éxitos, partidazos y noches históricas.
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Hay, no obstante, otro tipo de atletas que entran en la memoria colectiva gracias a un instante concreto, una jugada característica o una historia personal. Al pensar en ellos nos viene inevitablemente a la mente un hecho particular: “Ah, sí, claro, el tipo que hizo tal cosa tal día”.
Jason Williams es uno de ellos.
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Williams no pasará a la historia por un momento vergonzoso, como el pobre Craig Ehlo y el tiro ganador de Jordan en 1989, ni por un momento puntual de inspiración, como Juliano Belletti y su gol en París en 2006. No, a Williams se le recordará por una acción brillante que se convirtió en su propia marca personal: el pase con el codo.
No se puede hablar de Williams más de diez segundos sin que alguien diga, “Ah, sí, el del pase con el codo”. Es imposible. Jason no solo se hizo acreedor de uno de los mejores apodos en la historia del juego —White Chocolate, ‘Chocolate Blanco’—, sino que también consiguió que le identificaran como el autor intelectual de una de las acciones más icónicas del baloncesto moderno.
La historia se remonta a febrero del año 2000. El mundo venía de un (presuntamente emocionante) cambio de milenio en el que esperábamos la destrucción de la Tierra por el llamado ‘efecto 2000’: como era de prever, no ocurrió nada destacable. La NBA había organizado su tradicional All-Star Weekend, en esta ocasión en Oakland (California), y se estaba disputando el partido de los rookies contra los sophomores.
Williams, que jugaba con los segundos, estaba a punto de escribir su nombre en la historia.
En un momento dado del partido, los sophomores recuperaron un balón y salieron a la contra. Una vez cerca del aro rival, Williams hizo finta de pasar el balón por detrás de la espalda hacia su derecha, pero un movimiento impredecible lo cambió todo: Jason interpuso el codo derecho y el balón salió hacia su izquierda, derecho a las manos de su compañero Raef LaFrentz.
Lo que sucedió a continuación no fue demasiado destacable —James Posey, que venía de fallar un tiro, cometió falta sobre LaFrentz y la jugada acabó en la línea de tiros libres—, pero al público le importó poco. Todos habían sido testigos del pase de White Chocolate y eso era recompensa suficiente.
Siendo justo, debo decir que seguramente la carrera de Williams no puede definirse sencillamente con ese pase concreto… pero de algún modo, su imagen como jugador sí. En realidad, Jason disponía de un amplio arsenal de jugadas —su manejo del balón, de hecho, era maravilloso— e incluso logró sumar un anillo con los Miami Heat en 2006.
A la memoria colectiva, no obstante, le dan igual las estadísticas. Williams jugó tres muy buenos años con los Sacramento Kings y cuatro con los Memphis Grizzlies —llegó a Tennessee el mismo año que Pau Gasol, de hecho—, pero eso es secundario. Jason podría haber ganado 25 anillos consecutivos dando miles de asistencias: al final, lo que siempre quedaría de él sería ese pase mítico que lo catapultó a la fama.
Y ojo, que ese All-Star en Oakland no fue ni de lejos la última vez en la que vimos a Williams dando ese pase. Mira, si no, lo que hacía Williams hace un par de años en el torneo Orlando Pro Am: su dominio del balón sigue siendo una delicia.
Es tal la euforia colectiva que generó esa jugada que hasta pueden encontrarse tutoriales para perfeccionarlo… porque, aceptémoslo, quienes hemos jugado a baloncesto lo hemos intentado más de una vez. No me mientas, sé que tú también.
¿Por qué un pase así nos fascinó tanto? ¿Fue la emoción de ver algo nuevo y fresco, a pesar de que probablemente no fuese la primera vez que Williams usaba ese recurso? ¿O tal vez fue la creatividad necesaria para pasar la pelota con algo tan aparentemente prosaico como el codo? ¿Por qué no recordamos a Williams, qué sé yo, rompiéndole los tobillos a Kobe Bryant o dejando plantado a Gary Payton?
Pues no te mentiré: no lo sé… y además, no me importa. A mí, Williams me mostró una forma de pasar el balón que jamás había visto. Jason fue un jugador eléctrico, estéticamente bello, letal con los Kings y efectivo en los demás equipos en los que jugó: y aún así, con todo eso, es el del pase con el codo.
Esa será siempre su herencia, y ojo porque tiene mucho mérito, dado que logró una de las cosas más difíciles que hay: que cada vez que una persona en cualquier parte del mundo levante un balón e intente hacer un pase con el codo, alguien le diga, “eh, relájate, Jason Williams”. ¿Es que acaso no es bonito eso?
El autor no da un buen pase con el codo ni a la de tres, pero en Twitter a veces dice cosas interesantes: @Zananassi