confinamiento

No he aprendido nada durante esta cuarentena y tampoco pasa nada

Sigo siendo igual de lamentable que cuando entré en la fase #quédateencasa de la pandemia.
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Foto por Connor James vía Unsplash

Después de más de 65 días de encierro las cosas parecen empezar a girar de nuevo. La desescalada hacía esta nueva normalidad es real. Las terracitas están volviendo a su hábitat natural y en Barcelona ya hemos logrado pasar esa Fase 0,5, o 0 avanzada como ha dicho Colau, y entrar en la fase 1. Ya no hay vuelta atrás. El encierro al que nos habíamos acostumbrado se esfuma y toca volver a hacer esas cosas de persona normal que tanto echábamos de menos. Comer de tupper, compartir de 8 a 10 horas de trabajo en una oficina con gente que no nos cae muy bien y aplastarnos contra cuerpos de dudosa higiene en el metro. Ay, los pequeños placeres de los working class heroes. Pero ahora que todos estos caprichitos mundanos vuelven, yo me siento un poco como los animales que miran al infinito en la playa, con posado melancólico, de las fotos que corren por Twitter. Me quedo mirando por la ventana a mi patio interior de confianza en plan "¿en qué cojones he malgastado los últimos dos meses de mi vida?".

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Silencio total. Nada. Ni las sábanas de mi vecino, ni las rejas por donde se cuela el aire, ni tan siquiera la playlist de country far-west, que se oye al otro lado de la calle, tienen una respuesta que me satisfaga. No he aprovechado esta cuarentena para nada. No he aprendido nada. No he meditado, ni me he cultivado, ni he hecho nada extraordinario que me haya convertido en mejor persona. Sigo siendo igual de lamentable que cuando entré en la fase #quédateencasa de la pandemia.

Esto podría parecer una declaración activa en contra de toda esta falsa meritocracia en la que vivimos, pero no van del todo por ahí los tiros. Esto es más producto de la casualidad, de mi falta de voluntad y concentración. Un poco también de mi confusión generalizada. Admiro a la gente que ha logrado aprender algo o por lo menos ha tachado alguna de esas cosas por hacer en una cuarentena. Ojalá yo hubiera podido. Me gustaría ser un poco más como ellos. Pero la verdad es que no. No ha sido así. Y supongo que, como la gran mayoría de héroes de sofá de esta pandemia, he pasado más horas con la mirada perdida haciendo scroll que trabajando en cualquier habilidad útil para este futuro nada prometedor.

No es algo de lo que debamos avergonzarnos. Nadie se había apuntado a esto en plan campamento de verano para aumentar nuestra tolerancia a vivir en sociedad. No hay nada que demostrar. Nadie nos va a evaluar de nada. Ni tan siquiera Fernando Simón nos va enviar un diploma firmado con un progresa adecuadamente cuando todo esto acabe. Que oye, me llegas a decir que al final sí que hay diploma me lío la manta a la cabeza y me marco un sprint final digno de exámenes de última evaluación. Todo por recoger las últimas migajas de amor de Simón.

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El tema está en que tampoco quiero dar la imagen de haber estado tranquilita, despreocupada, viviendo mi mejor vida. Eso tampoco. Evidentemente he reflexionado sobre algunas cosas, me he agobiado mazo y hasta he hecho tuits woke cuando la situación lo requería. Pero salir de esta con la certeza de que los recortes en sanidad pública no ayudan a hacer frente a una pandemia; que comer pizza durante 50 días no es sano; y que a los cayetanos lo que les jodió del 8M no era que pusiéramos en peligro la salud de todos sino el feminismo en sí, era algo que ya sabíamos. Estos días solo lo hemos reafirmado. Hay que replantear seriamente muchas cosas, pero ese es otro tema.

A lo que yo me refiero es que no he cumplido ninguno de los objetivos que me marqué cuando todo esto empezó. No me he apuntado a seis cursos online para usar mejor el ordenador. He sido incapaz de mantener la rutina que yo solita me marqué con Patry Jordán. Ni soy mejor cocinera, ni he podido terminar The Wire, ni he logrado sacarle partido a Tinder. Pero os doy mi palabra de que lo he intentado.

Cuando nos encerraron, hubo un momento en el que sentí una presión en mi de decir: "esto va en serio, hay que mimetizarse con el nuevo hábitat". Para muchos este momento debió ser durante la fiebre del papel de váter. Para mí fue cuando fui a comprar por primera vez al Mercadona y no quedaba fuet de marca blanca. Donde antes habían reposado esos pedacitos de cielo, solo había aire. Cajas y cajas de cartón dejando en evidencia el gran saqueo. La locura de la pandemia. Me impactó. Puedo vivir sin papel higiénico, me puedo limpiar con agua, algo se hará. Pero el fuet… el fuet era distinto. Comer espetec a bocados ha estado presente en casi todos los momentos de libertad y felicidad de mi vida: cuando vuelves de fiesta con hambre, cuando estás de festival con tus colegas y te lo cuelgas de la riñonera para sobrevivir, un día en la playa, para merendar a la salida del cole o en esa cena que improvisas con tus amigos después de una jornada de mierda. Si ya no había fuet, ¿qué nos quedaba de esa realidad despreocupada en la que solíamos vivir? Exacto: NADA. Todo lo que conocía, lo que daba por sentado, había desaparecido.

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Tenía que saber qué era lo que la gente hacía. Debía adaptarme, ser una más, llevar la cuarentena como dios manda. ¡Joder! Abrí Twitter, esa fuente inacabable de conocimiento que nadie había pedido, para ver si alguien había vomitado ya la solución. Y evidentemente, ahí estaba. Listas de películas por ver, libros por leer, ejercicios de cuidados emocionales, rutinas para bailar el último álbum de Dua Lipa, consejos para encontrar un novio a distancia, ochenta recetas distintas para hacer pan, galletas, pizza y hasta un pastel de chocolate sin nada de lo que debe llevar un pastel de chocolate. Hice mis descartes y abrí las notas del móvil. Tecleé un montón de cosas chulísimas por hacer ahora que por fin tenía tiempo para hacerlas. Obviamente, después de apuntarlas, me puse a mirar videos de YouTube irrelevantes. Tampoco íbamos a construir Roma en un día.

Al principio me levantaba, hacía mis ejercicios, leía algo de mi montón de libros por acabar, tiraba algunos currículums -inocente de mí-, videollamadita, veía alguna serie de culto y probaba alguna receta sin mucho éxito. Un poco como todos, vaya. Pero después de cada aplauso de las ocho, en el que me dedicaba a mirar a mis vecinos con una cierta vergüenza ajena porque sé que muchos habían votado prorecortes, me sentía un poco más vacía. ¿Eso era todo? ¿Nadie me va a decir "muy bien máquina"? Pues evidentemente no. Y así un día tras otro. Entonces me puse remolona: ya empezarás ese libro mañana. No hace falta que te pongas ahora a escribir, total la salida del confinamiento se ha vuelto a retrasar. ¿Ejercicios de glúteos otra vez? ¿En serio?

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Así que cada día que Pedrito sumaba otra semana al encierro, yo perdía mi concentración, las ganas de ser proactiva y dedicaba más tiempo a estar en horizontal en mi cama. ¿Realmente le importaba a alguien? Pues claro que no.

La experiencia de la cuarentena se empezó a parecer mucho a estar en un área de servicio cuando eres una cría. Es verano y tus padres te llevan al coche en pueblo. En algún punto incierto entre Barcelona y Teruel tu padre decide que quiere estirar las piernas. Así que paráis en esa especie de zona de picnic que está cerca de donde se hace cruising. Y nada, a esperar. No tienes ni voz ni voto. No sabes dónde estás ni cuando vais a volver a poneros en marcha. Te aburres. No hay absolutamente nada interesante que hacer. Has jugado tanto a la GameBoy Advance que te parece un coñazo. Y encima estás cansada y no sabes ni por qué.

Pues todo esto es igual. He aborrecido todas estas cosas tan geniales que todo este esplendoroso tiempo libre, sin compromisos sociales, me permitía hacer. He estado sentada delante del ordenador más horas de lo que estuve jugando al Pokémon en cualquiera de estos viajes. Y encima, lo peor de todo es que, por mucho que pregunte, nadie sabe decirme cuanto queda para volver a la normalidad.

Pero luego veía a toda esa gente haciendo cosas, aprovechando su tiempo, creando productos culturales. ¡Tremenda pereza! Yo no tenía esos ánimos. Así que me rendí. Miré la saga de En busca del tiempo perdido que tenía encima de la mesa y me dije: BASTA. Y a partir de aquí las cosas empezaron a ir un poco mejor. ¿Por qué quería ser mejor? ¿Para ponerlo en internet? ¿Para decir gracias a esta pandemia soy una unidad de enciclopedia más lista? ¿Quieres que te enseñe los beneficios de mi programa de entrenamiento con Fausto? No tenía ningún sentido.

Todo lo que debía hacer para dar la talla era no volverme loca y no salir de casa para que, por culpa del efecto mariposa, mi paseo al super acabara con la vida de un pueblo entero de la región de Murcia. Así que he hecho eso. He esperado. He intentado no entorpecer la vida de la gente que si estaba haciendo algo. Simplemente dejé de ponerme más presión de la que la situación ya tenía. Suficiente era pensar en cómo me ahogaba la precariedad laboral, las pérdidas humanas -que por suerte no me han tocado de cerca-, la eterna crisis que ¡vaya! los nacidos en los 90 parecemos tener como modo de vida y un futuro bastante incierto. Es que ya sería heavy que yo misma dijera ¡pues a todo esto voy a sumarle la presión de dos idiomas en Duolinguo, salir con el cuerpo perfecto y montar un grupo indie vía Skype!

No he aprendido nada. No he podido. Y en cierto modo, supongo que tampoco he querido. Y si tú no lo has hecho, pues tampoco va a cambiar el destino de la humanidad. Este no-tiempo es agotador. Así que he hecho cosas que me hacen sentir bien aunque para muchos no aporten nada. Ver por enésima vez Sexo En Nueva York, escuchar los hits del verano de 2012, perrear con la música que ha sacado Bad Bunny y mirar mis recuerdos de Instagram por encima de mis posibilidades. Cuando me pregunten qué he estado haciendo todo este tiempo diré que nada en especial. No me voy a sentir mal. Quién sabe cuándo se reactivarán nuestras vidas. De momento no me planteo hacer un máster en cuidados ni en termodinámica. Es más, creo que empezaré de nuevo RuPaul Drag Race -sin análisis intelectuales- solo porque está guay, para enviarme memes con mis colegas, porque todas estas cosas irrelevantes son las que hacen que esto aun parezca un poco más lo de siempre.

@evasefe