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Cultură

El secreto para ser feliz aunque se haya acabado el verano

El verano no es el fin en sí mismo, es el proceso hacia un estado superior de felicidad.
Benidorm. Fotografía de Tine Schoemaker vía

Por fin ha llegado ese momento en el que puedes recoger toda tu ropa sucia del suelo de ese hotel de mierda por el que has pagado demasiado, meterla dentro de una maleta enorme de color rojo que compraste en un chino antes de empezar el viaje —y que ya está destrozada—, mirar a tu pareja —esa pareja que justo antes de embarcarte en estas vacaciones era la mujer de tu vida pero que después de pasaros juntos 24 horas al día durante dos semanas enteras ya ni siquiera la percibes como una mujer y lo último que deseas es que siga formando parte de tu vida— y largarte a casa, a las maravillosas rutinas del mundo laboral. El tránsito en avión, tren o barco serán los últimos momentos de esta pesadilla que anteriormente te atreviste —valiente capullo— a llamar "vacaciones de verano".

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Todo el mundo se queja y se pone triste por el hecho de tener que volver a empezar un nuevo curso. ¿Desde cuándo una segunda oportunidad es algo malo? ¿Acaso Dumbo habría conseguido volar si no fuera porque Timoteo le hubiera dado una jodida segunda oportunidad? Joder, estás harto de tu trabajo, bien, pues mira, ahora tienes otro año más para intentar mejorar la situación, abrazar tu pesadilla y convertirla en tu principal motivo para vivir; básicamente esto es lo que hacen las personas con las relaciones interpersonales. Además, ¿quién en su sano juicio quiere pasarse unos días sin hacer nada, solamente sudando y quejándose del calor? Inventamos rutinas durante el verano —playa, piscina, paella, siesta, helado, llorar delante del espejo y dormir— porque somos seres que solamente saben funcionar a base de rutinas e intentamos copiar, en nuestras jornadas vacacionales, el estresante modo de vida que tenemos durante el resto del año. La libertad no es algo intrínseco en el hombre, necesitamos obligaciones y horarios; una estructura sólida que mantenga estable el amasijo de locuras emocionales que somos. El trabajo no nos hace libres, desde luego, pero es el palo de madera que convierte en pincho moruno —algo sólido y comprensible— a los perdidos trozos de carne de cerdo que somos todos nosotros. Sin esto nos encontraríamos en esa patética y deplorable situación del "no saber qué hacer" y, amigos, el aburrimiento es el insulto más grande que se le puede hacer a la vida. Yo quiero la vida real, jefes, informes, trabajo y todo lo que sea para no encontrarme a mí mismo pensando en cosas raras que no debería estar pensando, como la libertad, la felicidad o eso de aprender a vivir de los rayos del sol. Quiero que me den órdenes, quiero perderme en un mar de tareas y no tener ni un momento de descanso, quiero ser acciones, no quiero, simplemente, estar. Quiero que lo mejor del día sea ese snack de chocolate que hay en la máquina expendedora, el mismo que quiere comprar Raquel de contabilidad pero que no tendrá nunca porque yo voy a llegar primero a la máquina.

Estos días de vacaciones te has pasado la jornada perdiendo el tiempo con tu pareja y esos tipos a los que llamas amigos. Has tenido el placer de destapar su personalidad verdadera, sin artificios ni fuegos artificiales. Te has dado cuenta de que odias como tu colega Juan se pasa 10 minutos enteros leyendo la misma página de Bearn, de Llorenç Villalonga, o que tu maromo se crea de repente el rey de los chefs y se indigne si echas sal fina en vez de sal gorda encima de esas putas sardinas a la plancha. Las vacaciones son tiempo que inviertes en conocer a la gente cuando esta gente no tiene nada que hacer y se rinde al simple devenir del tiempo, personas en el máximo esplendor de su sordidez. Por otro lado, volver a la rutina de trabajar en una oficina es una maravilla. Solamente donde hay llamas y todo es dolor y sufrimiento puede surgir la gloria verdadera. Jornadas kilométricas que te permiten apreciar el valor del tiempo y, cambiando de tema, ¿qué me dices de esa chica de marketing que te gusta y que te hace más feliz que tu novia? Ahhhh amigo, ¿es que la habías olvidado? Ahora volverás a verla y por fin tendrás a alguien en quien pensar mientras tu novia te acaricia las pelotas provocando que eyacules de inmediato dentro de su aparato reproductor, que a estas alturas no es nada más que un amasijo de carne y resentimiento.

Durante el verano nos desprendemos de nuestra vieja piel —literalmente— para renacer como seres nuevos, perfectos y reseteados; como grifos imperiales majestuosos. ¿No lo entendéis? El verano no es el fin, es el proceso hacia un estado superior de felicidad, así que siéntate en tu silla de oficina y DISFRUTA DE LA VIDA.