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El número del decreto real

El triste destino de las brujas de Ghana

En Ghana, las brujas son reales. Al menos hay suficiente gente que cree en ellas como para que las acusaciones de brujería sean algo serio.

En Ghana, las brujas son reales. Al menos hay suficiente gente que cree en ellas como para que las acusaciones de brujería sean algo serio. Las que tienen suerte acaban en uno de los seis “campos de brujas” del país, donde los caciques locales las protegen ante la persecución, pero tampoco es que estos sitios (con unas 800 mujeres encerradas) sean idílicos santuarios. Esto es lo que sucede cuando se califica a las mujeres de brujas:

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Las acusadas de brujería no tienen forma de probar su inocencia, de modo que son golpeadas, torturadas, expulsadas de sus aldeas y a veces ahorcadas o quemadas vivas.

Si son expulsadas o, como Awabu, huyen, pueden llegar a los campos, algunos establecidos hace más de 100 años. (Uno, en la aldea de Gnani, también acoge varones; es decir, brujos). En el campo, un sacerdote determinará la inocencia o culpabilidad de la bruja arrojando una gallina sacrificada a sus pies.

Si la gallina cae al suelo hacia arriba, la mujer no es bruja. Sin embargo, si aterriza hacia abajo, la mujer debe pasar por más rituales, como beber sangre de gallina, para exorcizar la brujería de su cuerpo. Sea como sea, debe quedarse en el campo indefinidamente bajo la protección del sacerdote de la aldea.

En muchos campos, las chozas son rudimentarias y carecen de agua corriente o electricidad. Las mujeres que son lo bastante fuertes como para cultivar trabajan a menudo en tierras del sacerdote, dándole una parte de las cosechas que recogen. Si no están lo bastante bien para trabajar –muchas padecen lo que en occidente llamaríamos enfermedades mentales– tienen que mendigar para sobrevivir.

La vasta mayoría de mujeres pasan el resto de sus vidas en los campos. En Gambaga, algunas que intentaron volver a sus antiguas casas regresaron al campo con una oreja u otra parte del cuerpo amputada. Técnicamente tienen libertad para irse, pero en realidad están atrapadas por las costumbres y la superstición. El gobierno de Ghana ha exigido en ocasiones el cierre de estos campos, pero nada ha surgido de la retórica.

Cuando las mujeres en Gambaga mueren, sus familias a menudo rechazan llevarse los cuerpos, de modo que la Iglesia Presbiteriana les da sepultura en el cementerio local.