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Cultură

Cómo robar un banco

Tras estar en activo durante la escalada delictiva en Manchester en los 90, Jason Coghlan fue condenado a 12 años de prisión por su participación en el robo de un banco en 1998.

Jason posa con su BMW frente a la casa en la que creció, en Brinnington (Manchester). Todas las fotos por William Fairman

Tras estar en activo durante la escalada delictiva en Manchester en la década de 1990, Jason Coghlan finalmente fue condenado a 12 años de prisión por su participación en el robo de un banco de Lancashire en 1998. Actualmente, Coghlan está al frente de JaCogLaw, un despacho de abogados especializado en la representación de expatriados británicos detenidos por actos delictivos en el extranjero, desde España hasta Bangkok. Nos reunimos con Jason durante la grabación de un documental sobre su vida como atracador de bancos reconvertido en propietario de un bufete de abogados. Durante nuestra charla, Jason nos cuenta cómo perpetrar un robo en un banco y cómo logró escapar de la cárcel.

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Llueve a cántaros en una ciudad dormitorio de las afueras de Manchester. La gente camina con la cabeza gacha y resguardándose de la lluvia bajo sus paraguas. Tal como me gusta. "Un momento, un momento… Muy bien, chicos, el furgón de seguridad del grupo 4 ya está al final de la calle. Silencio por la radio. Ya sabéis lo que tenéis que hacer cuando pase, amigos".

En ese momento yo estaba en la cabina telefónica de una calle principal, ataviado con una parka, con cuya capucha me cubría el auricular de la oreja, sosteniendo una escopeta de perdigones y con un revólver de reserva enfundado en el cinturón.

Sabemos —normalmente por informaciones internas o tras pasar semanas observando desde la parte trasera de una furgoneta con las lunas tintadas— que el furgón del dinero está ahí para hacer entrega al banco de las correspondientes consignaciones semanales en efectivo. Otra pista reveladora es el número de viajes que hace el agente de seguridad entre el furgón y el banco: el seguro solo cubre el transporte de una cierta cantidad de dinero por viaje, principalmente debido a la gran cantidad de desalmados que se dedican a aligerar la carga de estos agentes, como yo y mi pequeña empresa. Una vez en el banco, el dinero se deja inmediatamente a buen recaudo en una zona segura, donde se encuentra la cámara principal. No obstante, antes de depositarlo definitivamente en la caja fuerte, el personal del banco debe contar el dinero. Contar cientos de miles de libras no es tarea que se complete rápidamente.

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El guardia hizo su último viaje. Hice tres señales con el dispositivo de radio bidireccional, cuya traducción era, "¿Todo despejado en ambos extremos de la calle?". Una señal de respuesta: tenía vía libre. Salí de la cabina como una exhalación, al más puro estilo de Clark Kent, pero sin el traje de lycra ni la capa, ocultando mi rostro con un pasamontañas y blandiendo la escopeta.

Al principio, es de vital importancia llamar la atención de todos los presentes en el banco. Antes de nuestra aparición, los desafortunados que allí se encontraban estaban sumidos en la rutina de las operaciones propias de un banco. Cargué la escopeta y disparé un tiro al techo. "Esto es un atraco. "¡Todo el mundo al puto suelo, boca abajo y sin moverse! Podréis salir ilesos de esta e iros a casa con vuestras familias, pero ahora, por vuestro propio bien, que nadie haga ninguna tontería. ¡Tú, abre esa puta puerta de seguridad ahora o le meto un tiro a este, y no estoy de broma!".

Por lo general, todo el dinero suele estar todavía ahí para su recuento. Con un barrido preciso del brazo, lo meto todo en la gran bolsa de deporte que llevo conmigo. Si tengo la suerte de encontrarme la caja fuerte abierta (es sorprendente la cantidad de gente que, con tal de llegar sanos y salvos a casa, cometen errores tontos como saltarse los protocolos de seguridad), también echo un vistazo dentro.

El "agente de control" de mi equipo, encargado de vigilar a los clientes y al personal del banco mientras yo acababa la faena, mantenía la puerta principal abierta para que pudiera salir rápidamente. Cargado con mi botín y embargado por un subidón de adrenalina que pocas cosas en la vida pueden provocar, salimos del banco y huimos en un potente coche de cinco puertas que poco antes habíamos robado para este propósito. Normalmente, el conductor se apostaba en el extremo de la calle y esperaba nuestra llegada para salir disparados.

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A esas alturas, el mundo entero y parte del extranjero estaría buscando a dos o tres hombres vestidos con monos y pasamontañas en, pongamos, un BMW rojo, así que la cosa consiste en deshacerse cuanto antes del coche. Lo más lógico es cambiar de vehículo en un lugar lo más cercano posible al banco y al que solo se pueda acceder a pie. Por ejemplo, nosotros aparcábamos el segundo coche al otro lado de algún puente peatonal que cruzara un canal o las vías del tren, o en un paso peatonal subterráneo. En contadas ocasiones incluso llegamos a cruzar a nado un río o un arroyo pequeño. El objetivo era que, en caso de que algún samaritano decidiera hacer la buena acción del día al vernos salir del banco, se encontrara en un callejón sin salida, acorralado y con una pistola apuntándole, mientras nosotros abandonábamos y hacíamos volar por los aires el primer coche antes de cruzar el obstáculo.

Y así es como lo hacíamos. Si a algún iluminado le están brillando los ojos tras leer esto, que se haga un favor y se lo piense dos veces. En primer lugar, esto es un juego muy arriesgado y, para ser sincero, moralmente reprobable. Yo tenía veintitantos años cuando empecé, y acabaron cogiéndome a los 29, en 1998.

Una vez logré escaparme de una prisión de máxima seguridad fingiendo tener una lesión en la pierna el día antes de mi comparecencia ante el juez. Me proporcionaron unas muletas, con lo que los guardias no pudieron esposarme. Ya tenía fama de ser un elemento. Continué con la farsa de mi lesión mientras bajaba del furgón en el patio de seguridad de los juzgados, simulando que me tropezaba. Incluso llegué a granjearme la preocupación sincera de uno de los funcionarios. Me habían imputado cargos por el último robo que había cometido y por otros tres delitos, y me estaban investigando por resistirme al arresto con un arma de fuego. En total, me enfrentaba a más de 20 años. Fue el cúmulo de todas esas circunstancias lo que me empujó a intentar escapar y, a toro pasado, más me habría valido que ni lo intentara.

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"Coghlan al juzgado número uno". Allá iba yo, cojeando y flanqueado por cuatro guardias. El recinto estaba blindado con vidrio templado y separado de la sala del tribunal mediante una puerta con cerrojo de seguridad. Incluso el acceso a las celdas que había en la parte de atrás estaba cerrado, aunque no tenía ninguna intención de escapar en aquella dirección. Mi plan era sencillo: dejaba inconsciente al guardia más corpulento con un buen gancho en la mandíbula y "me las apañaba con lo que quedaba", como solía decir mi tío Mike. Practico el boxeo desde los 12 años, por lo que la primera parte del plan fue como la seda. También le propiné un par de puñetazos limpios a otro de los guardias; el tercero se puso de rodillas y se refugió debajo de las sillas; la cuarta guardia ya se encontraba junto a la puerta y estaba abriéndola mientras pedía ayuda a gritos. Dirigí mi atención al vidrio templado y empecé a golpearlo con la cabeza, los puños y los pies hasta que conseguí romperlo.

La siguiente parte de mi huida fue, en mi opinión, bastante graciosa. La salida del edificio se encontraba en la parte posterior de la sala, en la que ya se arremolinaban varios periodistas, miembros de la tribuna del público y funcionarios del juzgado. No tenía pensado salir por esa puerta, ya que los juzgados suelen estar fuertemente vigilados en las zonas públicas.

Todo edificio público en Inglaterra debe estar equipado con señales que indiquen la ubicación de las salidas de emergencia, incluyendo la sala privada de los magistrados. Mi burdo plan consistía en huir en dirección opuesta a la entrada principal y dirigirme directamente al juez que, con el debido respeto a su autoridad, tan capullo había sido durante la audiencia. Como podéis imaginar, su cara se tornó lívida cuando me vio acercarme. Cuando pasé corriendo junto a él, emitió un extraño y, a su juicio, ridículo suspiro. Afortunadamente, la puerta de su despacho estaba abierta. Me encontraba en el santuario interno del juzgado y seguía avanzando, siguiendo los carteles de las salidas de emergencia. Era pan comido. Instantes después ya estaba fuera.

Algunas noticias de prensa afirmaban que pasé mis primeros días de libertad oculto en el club de striptease de un amigo, entre culos, tetas, cocaína y champán. Y es jodidamente cierto. Dejé que dos de las chicas se hicieran fotos sentadas en mi regazo en el jacuzzi, con una botella de champán en una mano y un fajo de billetes en la otra. Les pedí que informaran a la prensa pocas horas después de mi huida y que dijeran que solo se dieron cuenta de quién era yo cuando vieron mi cara en las noticias. Lamentablemente, incluso los periódicos tienen sus normas, así que las fotos de las chicas fueron entregadas inmediatamente a la policía, que las utilizó como pista principal. Durante un tiempo, la policía estuvo entretenida registrando todos los clubes de striptease de la ciudad, mientras yo me relajaba en la casa de campo de un amigo en Peak District, practicando la pesca con mosca.

Después de varios días de descanso, decidí intervenir en una guerra que mi mejor amigo estaba librando contra otra organización de Manchester. A decir verdad, no tenía nada que ver conmigo, pero mi lealtad me impedía hacer la vista gorda. Lo único que quería era apartarme de todo, esconderme en uno de los huecos que mis amigos tienen en sus camiones para traer droga al país, salir del Reino Unido y empezar una nueva vida en Europa. Pero eso no iba a ocurrir. Mi lealtad hacia mi amigo me costó la libertad y un nuevo elenco de cargos por delitos.

Una de las lecciones que aprendí durante mi etapa como villano, como gánster, es que nadie merece tu sacrificio. "No hay honor entre los ladrones". Puede ser una frase manida, pero es totalmente cierta. Evidentemente, no se debe generalizar, pero si buscar valores como la fidelidad, la integridad y la amistad verdadera, no cabe duda de que no los encontrarás en una banda de ladrones y delincuentes. Todos aprendemos, aunque en mi caso lo hice por las malas.