No están entrados en años ni son de la alta sociedad. Darío, Daniel, Iván y Sergio son cuatro amigos del pueblo que van juntos a las corridas de toros de la plaza de Las Ventas. No representan el perfil que uno esperaría encontrar en un lugar así, porque todos son menores de 25 años. Sin embargo, aseguran que la afición taurina entre los jóvenes ha ido aumentando desde hace diez años.
Ahora la proporción se encuentra, en su opinión, entre un 15 y un 30%. He quedado con ellos por fuera de la plaza para que me expliquen cómo es eso de ser joven y taurino, pero me ha tocado esperar: “Saldremos un poco más tarde, están paseando una oreja”, me escribe Darío, mi contacto taurino. Auguro que estarán contentos con la faena.
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Después de la fiesta, como ellos la llaman, nos acercamos a uno de los bares que rodean la plaza para tomar algo que nos ayude a refrescarnos bajo este calorazo madrileño. Según me cuentan, es una tradición irse a beber y conversar después de asistir al encierro. Allí es donde les conozco un poco más y donde me ilustran sobre las corridas de toros.
Mi desconocimiento es total: soy canaria y las corridas de toros —técnicamente, “la utilización de animales en peleas, fiestas, espectáculos y otras actividades que conlleven maltrato, crueldad y sufrimiento”— se prohibió justo el año en el que yo nací, así que jamás conocí a nadie con tradición taurina hasta que aterricé en la península hace 8 años.
Solo he asistido una vez a una capea universitaria, donde la barra libre tempranera provocó en mi memoria grandes lagunas de recuerdos que jamás regresarán. Así que prácticamente es como si nunca hubiera asistido a ningún festejo de esta índole.
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En cambio, estos chicos vienen de Fuentepelayos, un pueblo de Segovia muy cercano de Cuéllar, conocido por albergar los encierros más antiguos de España. La tradición la han mamado desde pequeños, y aunque su familia haya tenido poco que ver, la afición de sus amigos por los toros es lo que les ha hecho unirse cada año para asistir a los encierros.
“Nosotros venimos regularmente, un 90% de las veces”, me cuenta Darío. “Si hay 60 festejos al año, nosotros asistimos a 55 o algo así. Unos años más y otros años menos, depende del trabajo”, calcula.
Tengo la concepción de que los toros son cosa de gente con dinero, así que les pregunto cuánto les puede costar asistir a tantos encierros. Pero la respuesta me sorprende: “El abono joven solo cuesta 100 euros para toda la temporada. Y es válido hasta los 25 años”. Según me cuenta Sergio, se trata de una estrategia de marketing por parte de la empresa que se encarga de las corridas.
“El aficionado joven ha sentido el derecho de venir a defender lo que es suyo aquí, a la plaza”
“El abono joven ha permitido captar a todo ese mercado que no puede permitirse un abono de 300 ó 400 euros durante toda la feria, cuando esas localidades quedaban vacías. Creo que es un acierto por parte de los empresarios”, apunta.
“El aficionado joven ha sentido el derecho de venir a defender lo que es suyo aquí, a la plaza”, apostilla Darío. Le pregunto por las chicas que iban a venir también, pero me dice que se han tenido que ir pronto. Así que supongo que sus respuestas solo representarán al 50% de los jóvenes aficionados a los toros.
Antes de entrar en materia, Darío se encarga de darme una clase de tauromaquia express. Empieza diferenciando a dos tipos distintos de aficionados: los que van días esporádicos a los toros y lo ven como un acto social y lúdico; y los aficionados que asisten todos los días reglamentarios, que van a emocionarse y no se conforman con cualquier faena.
“Estos protestan por la integridad del toro, que es un pilar fundamental en la tauromaquia. Para que el rito se lleve a cabo con toda la integridad posible, el toro no debe haber sido manipulado, debe tener casta e imponer miedo, que dé la sensación de que pueda matar. Eso es lo que hace que el aficionado vea que lo que está haciendo el torero no lo puede hacer él, y es lo que a nosotros como aficionados regulares nos llega a emocionar”. Tras haber hecho esta distinción y explicarme algunos procedimientos de la liturgia, empezamos a hablar.
Afición: fiesta, muerte, tensión
Aunque los chicos hayan asistido a encierros desde pequeños, diferencian claramente esta tradición de las corridas de toros. “Para llegar a comprender lo que aquí se está representando, primero hay que cultivarse y educarse”, asegura Darío. Según él, la tauromaquia es como el cine: si se estudia y se entiende lo que se ve, será más fácil disfrutarlo si es bueno, o criticarlo si es malo.
La importancia de culturizarse es tal, que cada día de festejos podemos encontrar presentaciones de libros, exposiciones de arte y hasta festivales de cortometrajes taurinos en los aledaños de la plaza. “Sobre todo hay mucha tertulia”, dice Daniel. “A veces vamos, se pueden conocer a grandes figuras que participan en la tauromaquia: toreros, banderilleros, empresarios, ganaderos… Son gente muy cercana al aficionado, gente muy común y muy corriente, no viven de grandes lujos ni nada de eso”.
Cuando los estudios y el trabajo se lo permiten, el grupo de amigos suele quedar antes para tomar algo antes de ir a la plaza, especialmente los días de fiesta. Y después de la corrida, vuelven a los bares de alrededor a tomarse la última cerveza. Todos reconocen que durante el mes de la Feria de San Isidro intentan asistir a todos los festejos que se realizan. Año tras año, coinciden en el tendido con otros aficionados, a quienes van conociendo con el paso del tiempo.
Me aseguran que a los toros va gente de todo tipo, y si no hubiera estado observando a la muchedumbre que iba saliendo por la puerta grande, quizás no me lo hubiera creído del todo. “Todo el mundo piensa que a los que nos gustan los toros somos fachas o del PP, y no es así”, afirma Iván.
“En los toros te puedes encontrar a mucha gente diferente, desde personas que vayan en chándal hasta gente que va en traje y camisa. En nuestra grada, y no es la grada joven, hay más juveniles de lo que pensaba, casi el 50%”. Queda claro que los toros, como el fútbol, une a gente de lo más dispar.
“Todo el mundo piensa que a los que nos gustan los toros somos fachas o del PP, y no es así”
¿Pero en qué se diferencia esta afición de cualquier otra? “La emoción que me puede producir una gran tarde de toros al año no es comparable con las pequeñas emociones que produce un partido todos los domingos, y nosotros también somos aficionados al fútbol”, asegura Sergio. Iván lo corrobora: “Sé que hay gente de fuera que no lo ve, pero a mí se me ponen los pelos de punta cuando veo una buena faena, igual que se te ponen los pelos de punta cuando ves un gol de tu equipo”.
Aunque nunca haya asistido a una corrida de toros, imagino que la tensión que sentirá un taurino en la plaza será mucho mayor que cuando se encuentre en un estadio de fútbol. Al fin y al cabo, los futbolistas solo compiten contra otros seres humanos, no contra un animal de entre 300 y 500 kilos al que se le aviva con banderillas. “No deja de ser el famoso mito de la muerte y la vida”, me dice Darío. Ellos sufren cuando el torero sufre. “Cuando salen las cosas mal nos vamos jodidos a casa”, sentencia Sergio.
Antitaurinos
Toca hablar del bando opositor a la fiesta —esto es, los antitaurinos— y Sergio me deja de piedra asegurando que uno de los mayores problemas que sufre la tauromaquia viene de dentro del mundo del toro. ¿Perdón?
“Hay personas muy autorizadas dentro del mundo del toro que creen defender la feria y la fiesta, pero cada vez que hablan, lo hacen para atacar al límite del insulto a personas de ideología antitaurina. Van a platós de televisión con muy pocos argumentos y acaban siendo noticia por la tontería que han soltado delante de los micrófonos, y es al fin y al cabo lo que más alas les da a los antitaurinos”.
No lo confirma, pero imagino que se refiere a las declaraciones del torero Fran Rivera durante el programa matutino de una cadena generalista, donde preguntó retóricamente si para ser antitaurino no había que ducharse.
“A estas personalidades les diría que no se lo piensen dos veces, sino cuatro, antes de hablar, porque la repercusión de sus actos es importante. O eso, o que no vayan a ningún plató de televisión”, resuelve Sergio.
“Hay personas muy autorizadas dentro del mundo del toro que creen defender la feria y la fiesta, pero cada vez que hablan, lo hacen para atacar al límite del insulto a personas de ideología antitaurina”
Las numerosas críticas a las que se enfrentó el torero en redes sociales ponen de manifiesto la fuerte oposición que existe por parte de la sociedad ante este festejo, aunque según ellos, cada vez son menos las personas que asisten a la plaza a pedir el fin de las corridas de toros.
“Estamos viendo que las macro manifestaciones que había otros años por parte del movimiento antitaurino se han reducido drásticamente, a unas 40 personas. O algo está fallando, o están desapareciendo”, opina Sergio.
Cree que la oposición antitaurina es una especie de moda que se disolverá con el tiempo, más cuando, según él, los que boicotean los festejos son “personas que vienen a evitar que se realicen actos taurinos por el simple hecho de que se les está pagando un sueldo por estas acciones”.
Daniel asegura que en las manifestaciones nunca ha tenido ningún problema por defender su afición. “Ellos van allí a protestar por lo que creen, y nosotros vamos a disfrutar lo que nos gusta.”, dice. Para Iván, ser taurino o antitaurino es como ser del Madrid o del Atleti, especialmente cuando son los propios amigos los que critican esta tradición.
Sergio prefiere mantenerse al margen para evitar discusiones con alguien de su entorno cuando ve que la otra persona no está dispuesta a escuchar sus argumentos, especialmente cuando él sí está receptivo frente a opiniones contrarias.
“Estamos viendo que las macro manifestaciones que había otros años por parte del movimiento antitaurino se han reducido drásticamente, a unas 40 personas. O algo está fallando, o están desapareciendo”
Darío tiene claro de dónde viene tanta incomprensión por parte de los que consideran las corridas un asesinato: “Ellos no conocen el rito tal y como es. A priori, cuando llegas a la plaza, lo que puedes ver es que se está matando un animal. Pero cuando descubres cuál es el rito, te das cuenta de que al toro se le pone en igualdad de condiciones al torero, cuando el animal está íntegro desde que nace hasta que llega a la plaza”.
Cree que si se aprecia esta lucha como igualitaria, en la que cualquiera de los contrincantes puede morir, será mucho más fácil para los antitaurinos comprender la opinión del aficionado. “Aunque yo también entiendo la visión de los antitaurinos, por supuesto”, afirma.
Él, en cambio, sí se ha sentido atacado por parte de este colectivo, pero cree más bien que el asalto es propio de las pasiones con grandes núcleos de gente, como también pueden ser el fútbol o la política. “Nos han dicho el tópico repetido de asesinos, cuando lo que estamos haciendo es venir disfrutar de un espectáculo totalmente legal y con un trasfondo que nada tiene que ver con el asesinato”, asegura.
Prueba de esto es la propia lidia, donde nunca se le puede faltar el respeto al toro: el animal debe tener oportunidades de hacer daño al rival para que se trate de una lucha paritaria. “Es la lucha de poder la que nos emociona. Nosotros mitificamos al toro porque lo creemos superior”, añade. Insiste en que no hay nadie que venere tanto al astado como lo hace un taurino, porque para un taurino, el toro es dios. “Cuando se le mata, es el sacrificio de nuestro dios, es algo superior. Es pura poesía, yo lo siento y me emociono”, concluye.
Llegados a este punto, hago de abogada del diablo (o del toro), y considero que si la lucha fuera paritaria, deberían morir el mismo número de hombres que de toros. Pero ellos desechan la idea de ponerle cifras al festejo porque, insisten: lo que les emociona es ver cómo el torero se acerca lo más posible a la muerte, y es capaz de sortearla creando arte. Al fin y al cabo, la muerte del toro dura solo dos segundos comparado con todo el festejo.
“Si nosotros no valorásemos toda la liturgia que hay detrás, al final acabaríamos acudiendo a un espectáculo en el que se mata a un toro. O sea, podríamos entrar en el momento de matar al toro e irnos. Pero es que para nosotros eso es una parte más de la tarde de toros”, opina Sergio.
“Para un taurino, el toro es Dios. Cuando se le mata, es el sacrificio de nuestro Dios, es algo superior. Es pura poesía, yo lo siento y me emociono”
“Es que también hay gente que se piensa que la carne que compran en el supermercado sale de un árbol o viene de la tierra, pero viene de otro animal al que también han sacrificado, de una manera o de otra”, añade Iván. Hace hincapié en las terribles condiciones en las que viven los animales de consumo, y en la poca oposición que existe por parte de la sociedad ante estas prácticas en comparación con el rechazo a la tauromaquia. “También pienso que está muy politizado, la política se mete en todo y no debería ser así. Por ejemplo, en Francia hay corridas de toros y nadie critica nada”, anota Iván.
“Lo que no me cabe en la cabeza es que haya personas que sientan más por animales que por las propias personas”, dice Sergio. Días después de realizar estas entrevistas, los medios publicaban la muerte de Iván Fandiño después de sufrir una cornada en el costado derecho durante una corrida. Twitter escupía mensajes de usuarios que se alegraban de la muerte del torero, mientras que este grupo de amigos lamentaba la pérdida del matador con una pancarta en la plaza del pueblo que reza: Los cobardes mueren mil veces, los valientes solo una.
“Esta muerte no hace más que honrar, dignificar y reafirmarnos en nuestra afición”, asegura Darío. “La profesión del torero se dignifica gracias a la sangre derramada por muchos toreros y sus muertes”, apostilla, en un tono no tan solemne como podría sonar. “Yo siempre me quedo con que es la forma en la que ellos más desean morir: frente al toro, que es lo que les apasiona”, dice Daniel.
El sentimiento de tristeza y dolor por la muerte del torero es común para todos. No solo se trata de una figura a la que admiran, sino que sufren la pérdida de un ser humano igual a ellos. Por otra parte, la muerte del toro es para Sergio totalmente necesaria para que este proceso pueda mantenerse y el toro pueda vivir durante toda su vida en plena libertad. Y por lo más importante: para que no desaparezca esta raza. De nuevo: ¿perdón?
El futuro del toro
“Yo creo que si desaparece el mundo del toro, el toro bravo va a desaparecer. Y creo que eso no puede ser, no cabe en mi cabeza que se pueda extinguir una raza animal”, asegura Sergio. Darío y Daniel también piensan lo mismo. Explican que el toro bravo no existe como animal salvaje en la naturaleza, sino que es una raza criada por ganaderos: si las corridas de toros dejasen de existir, el ganadero no emplearía su tiempo y dinero en cuidar de una especie de la que no recibiría beneficio económico, y por tanto, dejaría de criar toros bravos, con lo que la raza acabaría por extinguirse.
“Existe el toro como macho de la vaca, el que se usa para la carne es el que vive en libertad, pero no es el toro bravo tal y como lo conocemos”, explica Daniel. Creo entender que el toro bravo es como un bull dog inglés, la ascendencia de un animal manipulada por el hombre. Pero sigo sin tenerlo muy claro. “No es un animal salvaje que pueda vivir libremente en el campo. Técnicamente podría, pero no sería el animal que conocemos ahora”, intenta aclararme Darío.
Pero me confunde aún más. Una rápida búsqueda en la Wikipedia me da la respuesta: “El toro actual puede considerarse el resultado del trabajo de selección efectuado desde principios del siglo XVIII mediante la prueba de la tienta a fin de elegir para su reproducción ejemplares en los que concurrieran determinadas características, aquellas que permitieran el ejercicio de la lidia”. Así que sí: un toro bravo es como un bull dog inglés.
Sin embargo, esta no es la única razón por la que no se deberían prohibir las corridas de toros según nuestros protagonistas: Darío hace nuevamente hincapié en el patrimonio cultural y en las profundas raíces a las que se aferra la tauromaquia históricamente. También aprecia el valor económico que tiene una tradición que, según él, “aporta a las arcas del estado unas cifras que, por ejemplo en Madrid, no las da ninguna otra fiesta”.
Si la permanencia de las corridas de toros en nuestro país dependiera del número de sus aficionados, todavía quedarían muchos años más hasta que se planteara prohibirlas
No le gustaría tampoco que todas las personas que se dedican a la tauromaquia perdieran sus puestos de trabajo. “Además, es un espectáculo totalmente legal amparado por la ley, que no tiene por qué ser perseguido como lo esta siendo”, añade.
Iván es más práctico: piensa que la fiesta no debería desaparecer si sigue habiendo aficionados que asistan. “De momento se están batiendo récords de abonos, y se quedan sin billetes en la plaza de toros”, asegura. Y es cierto: según la propia Plaza de Las Ventas, en la Feria de San Isidro de este año ha habido un incremento de 799 abonos y se ha batido el récord histórico de 40.000 entradas vendidas el primer día.
Si la permanencia de las corridas de toros en nuestro país dependiera del número de sus aficionados, todavía quedarían muchos años más hasta que se planteara prohibirlas, más cuando buena parte de este incremento lo componen las nuevas generaciones de taurinos.