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Comida

Soy bartender y me río de tus citas de Tinder

Te he visto traer a cuatro citas diferentes en una semana, te he visto contar la misma historia una y otra vez, y desgraciadamente te he visto en la esquina más obscura del lugar, haciendo cosas sucias.
Photo via Flickr user Chris Blakely

Bienvenidos a nuestra columna Confesiones de Restaurantes, donde le damos espacio a las voces no escuchadas de la industria restaurantera, esas que están tras bambalinas. Entérate de lo que ocurre en la parte obscura de tus restaurantes favoritos.

Es impresionante lo seguido que sucede esto, pero sé cuando alguien tendrá una cita a ciegas cuando llega y dice: «Oh, estoy esperando a alguien». Usualmente, si estás esperando a un amigo o a alguien a quien conoces muy bien, llegas a la barra, pides algo y te relajas; pero cuando es obvio que ese alguien es desconocido, me miras con una mirada sospechosa. Entonces pienso: No sé y no me importa en qué andas, espera solo.

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Y luego, el hombre o la mujer de la cita entrará por la puerta y caminará, pasando de largo al que está esperando. Y justo en el momento en que se reconocen uno al otro y antes de acercarse a hablar, puedo ver sus caras que claramente dicen: «Mierda, ¿realmente voy a hacer esto?»

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Me ha tocado ver a un montón de jóvenes de 24 años o menos que nunca han aprendido a hablarle a una persona, excepto por teléfono. Ellos luchan y es muy raro verlos. Entre las conversaciones que escucho sin querer, me ha tocado oír cosas como «No me gusta la segunda temporada de eso», pero puedes notar que no tienen idea de lo que están hablando. He visto también muchas primeras citas en las que piden el coctel llamado The White Girl, que es vodka, soda y un poco de cran—jugo de cranberry—. ¿Es en serio?, pienso.

Ya soy experto en esto. De hecho, los martes para mí son «Martes de Tinder». La escena de los martes es básicamente esta: yo, parado detrás del bar con parejas incómodas sentadas en mi barra, viendo sus celulares y hablando poco; o bien, hablando muy fuerte y tratando con mucho esfuerzo de ser cool.

Hay un hombre que tiene una cita diferente cada noche en mi bar, en serio. Ya conozco su protocolo de bebidas: pide tragos fuertes si la cita va bien y bebidas aburridas si la cita va mal. Empieza con una cerveza y siempre le dice a su cita: «Este lugar es increíble». Tiene exactamente la misma conversación todas las noches. Es horrible ese hombre. Luego pide un shot y ella casi siempre dice: «¡¿Shots, ¿estás loco?!» y él dice: «Deberías tomarte uno también». Si ella lo hace, los tragos se vuelven más intensos a partir de ese momento; pero si ella decide no tomarse el shot, él regresa a la cerveza y luego pide un refresco de limón. Y, cuando ella se va—cuando no se van juntos—, él se queda, se toma 4 shots seguidos y se deja ir.

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Existe la confidencialidad de clientes, eso es seguro. Sin embargo, podría escribir una novela de

Paz y Guerra

con todo lo que he visto y escuchado.

Muchos de mis clientes tienen citas constantemente. A veces tienen actitudes raras conmigo, como el contacto visual que los delata. Me miran sabiendo que yo sé cosas de ellos, que los vi la noche anterior con otra cita y casi me imploran con la mirada que no los juzgue ni los delate. Está bien, nunca lo hago. He visto a hombres traer a cuatro mujeres diferentes por semana o a una mujer que lleva a 4 hombres distintos. Me río en voz baja, porque es divertido verlos interactuar y darme cuenta quién sí les gusta y quién no. Nunca los voy a delatar. Existe la confidencialidad de clientes, eso es seguro. Sin embargo, podría escribir una novela de Paz y Guerra con todo lo que he visto y escuchado.

La gente es muy rara, sobre todo cuando se trata de citas. Recientemente me tocó ver a estas dos personas que estaban en una cita, pero por lo que entendí, ya habían salido hacía un buen rato pero no había funcionado y ahora lo estaban intentando de nuevo. Se notaba que ella quería salir huyendo de ahí, decía cosas como: «Hey, qué bueno verte de nuevo», pero no lo decía sinceramente. Pude verlo.

La verdad es que trato de no escuchar las conversaciones, porque me empiezo a involucrar y me siento mal. Si me involucro, quiero saber toda la historia y luego tomo partido o me cuestiono todo en mi mente. Espera, ¿cómo será su mamá?, ¿en qué trabaja?, ¿cómo se da este tipo de vida?, ¿la estará engañando?, pienso.

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Te cuento esta historia de hace poco. Están los dos sentados en un sillón en la esquina del bar, no es una zona muy higiénica, pero esa es otra cosa. Entonces, él va al baño y pienso que seguro fue a ver su celular o algo. Ellos evidentemente no son pareja, pero los veo y pienso: Eso está mal, jovencita, no seas la otra. Entonces él regresa y ella pierde la cabeza. «¡Le mandaste un mensaje a esa!, ¿verdad?, ¡le estuviste mandando mensajes!», le grita ella. «¿De qué hablas?», contesta él. Y me doy cuenta de que está hablando con el tono de voz que yo uso cuando me descubren en una mentira. «¿Qué? ¿Quién? ¿Qué mensaje?», insiste él mientras ella continúa gritándole como loca. Yo, viendo todo desde lejos solo puedo pensar: amigo, estás metido en un hoyo muy profundo.

Entonces me distraigo para no seguir escuchando, pero es inevitable, porque comienzan a gritar. Él dice: «Solo quiero saber si ella me sigue queriendo», mientras llora un poco y se limpia la camisa de pizza—mi bar sirve pizzas y ella le aventó su rebanada al pecho en su arranque de celos—. «Ya no puedo con esto», dijo él y se paró. Fue muy incómodo. Fue por otra pizza y comenzó a comerla desesperadamente, llorando. Esto se va a poner increíble, pienso. Después ella insiste: «Ya, tenemos que hablar de esto», dice. Y él empezó a gritar: «¡Vete de aquí! ¡VETE!», parecía un niño de 8 años haciendo berrinche en su fiesta de cumpleaños. Yo quería intervenir para que se calmaran, pero era muy gracioso verlos, no podía parar de reír. Cuando terminó todo el espectáculo, salí y me fumé un cigarro, para cerrar bien ese grandioso momento.

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Esa zona poco higiénica del bar, en el sillón de la esquina donde estaban estos cuates es usualmente el lugar al que van las parejas que tienen ganas de ser melosos. «Hey, ¿quieres ir allá y platicar?» es siempre una invitación indecorosa. He visto a muchas parejas besándose asquerosamente en ese lugar y a veces pienso si realmente estarán teniendo sexo. Entonces mejor me volteo y empiezo a limpiar, porque no quiero ser testigo. Estoy mejor así. Bueno, he tenido que intervenir cuando veo blowjobs, porque no puedo permitir que sucedan en mi bar. Mientras intento amablemente de decirles que por favor se retiren del bar, en mi cabeza pasan todas las cosas que realmente me gustaría decirles: Hey, amigos, ¿qué les pasa? ¿En serio no les da asco hacer esto aquí?, ¿por qué no se van a su casa? Yo estoy en mi trabajo y lo único que quiero es ir a casa, comerme un sándwich e irme a la cama, ¿podrían por favor dejar de lado sus ridiculeces de adolescente?

He visto a gente emborrachándose con sus amigos mientras intentan tener una cita en otra mesa. Dios, ¿de dónde sacas a esta gente?, pienso.

Otra anécdota que te gustará: una mujer vino a una cita al bar y trajo a una amiga, para asegurarse de estar protegida en caso de que algo saliera mal. Eso está bien, lo entiendo perfectamente, todos somos unos animales cuando bebemos demasiado alcohol. Pero la amiga claramente estaba aburrida y comenzó a beber de más. Se emborrachó y se estaba durmiendo en el bar. No la quería sacar, porque su amiga estaba en una cita, y ésta parecía ir bien. Él era alto, guapo y heterosexual. Entonces no sabía qué hacer. Eventualmente tenía que decirle a la amiga que se la llevara a casa y que por favor no la volviera a llevar a sus citas a ciegas.

No estoy todos los días de la semana, pero estoy seguro de que hay una cita incómoda todas las noches. Siempre puedo ver una. Si una cita es interesante, me divierto; pero odio las que terminan mal a las 3 de la mañana con alguien vomitando, teniendo sexo o haciendo una escena de celos. A veces, cuando los dos me caen bien, los ayudo, les digo que se ven bien juntos o algo por el estilo.

A lo mejor soy un cupido de borrachos, quién sabe.