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¿Por qué Franco dijo 'NO' a la bomba atómica?

España pudo haber sido una potencia nuclear si no fuese porque Franco, al final, decidió que no.

Guillermo Velared posando en Palomares tras investigar las bombas atómicas que habían caído. Imagen de archivo

"He decidido posponer el desarrollo de este proyecto". Era una cálida mañana de la primavera de 1966 en el Palacio de El Pardo, a las afueras de Madrid. Al científico militar Guillermo Velarde estas palabras le sentaron como un tiro, hasta el punto de que decidió descargar imprudentemente su rabia sobre la persona que acaba de pronunciarlas: el dictador Francisco Franco.

Que si estaba todo preparado, que si estaban perdiendo una oportunidad histórica, que si iba a tirar por la borda sus mejores años. Toda una perorata de Velarde que no surtió efecto. "¿Ya se ha desahogado usted?", le preguntó tranquilo y a modo de punto final el dictador. Con esta conversación se acababan de tirar a la basura años de cálculos y desarrollos técnicos, miles y miles de horas de trabajo, y una obscena cantidad de pesetas. "Hubiésemos sido respetados por muchos y temidos por algunos", resume ahora, 60 años después de esa conversación en la cúpula del poder franquista, el propio Velarde para ilustrar la España nuclear que pudo haber sido y que ya nunca fue. Con lo de "temidos por algunos", Velarde se refiere, entre otros, a Marruecos. Y a eso de "Gibraltar español".

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Y es que con estas parcas palabras Franco ponía punto final a la carrera nuclear española. Y lo hacia cuando ya estaba todo preparado. El trabajo de Velarde, el cerebro detrás de todo el proyecto, había dado sus frutos y España tenía la capacidad, el conocimiento y los materiales para producir sus propias bombas, no solo atómicas, sino también termonucleares. El país hubiese entrado en un selecto club: en aquella época solo Estados Unidos, la Unión Soviética, Francia y China tenían a su alcance esa tecnología.

Velarde junto al Premio Nobel de Física soviético Nikolai Basov

EL ARTE DE PONERSE DE PERFIL

¿Por qué dijo Franco que no? Por cobardía, por prudencia, por un cálculo económico… Por un lado, aunque desde la década de los 40 había dado su visto bueno a que España desarrollase de forma ultrasecreta su propio proyecto nuclear, el dictador nunca quiso pronunciarse de forma definitiva sobre el mismo.

Ni si, ni no, sino todo lo contrario. Y es que el arte de ponerse de perfil no lo han inventado los actuales dirigentes del país. No es patrimonio de Mariano Rajoy. Ese estilo de gobernar, el de dejar que las cosas se arreglen o se sequen con la milagrosa intervención del factor tiempo, fue el sello personal de Franco.

Pero sobre todo, Franco lo que tenía era miedo a Estados Unidos. Pavor a las reprimendas que la comunidad internacional, capitaneada por Washington, pudiera emprender contra España al día siguiente de realizar su primera prueba nuclear en el Sáhara español. Tal y como le explicó esa mañana en el Palacio de El Pardo a Velarde, Franco creía que los americanos impulsarían e impondrían fuertes sanciones económicas. Eran los años del desarrollismo, del turismo internacional en Levante y la Costa del Sol, de la entrada de divisas. España empezaba a salir del pozo tras décadas de miseria y Franco no quería arriesgar todo eso sólo por ver elevarse un champiñón nuclear made in Spain.

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Y la verdad es que los temores del dictador no iban muy desencaminados. A pesar de todo el secretismo, de años de mensajes codificados y de carpetas con el membrete 'Top Secret', los americanos lo sabían. En un informe secreto de la CIA fechado el 23 de agosto de 1974, pero desclasificado solo hace unos pocos años, los servicios de inteligencia estadounidenses señalaban directamente a España. Alertaban de su potencial nuclear y decían que tenía que ser vigilada estrechamente "como potencial proliferador en los próximos años".

UN ATENTADO A DOS MANZANAS DE LA EMBAJADA AMERICANA

A pesar del monumental cabreo que Guillermo Velarde se cogió esa tarde en el Palacio de El Pardo, la decisión de Franco, contra todo pronóstico, no iba a significar el punto y final de esta historia. Era el 13 de diciembre de 1973 y Velarde estaba trabajando en su oficina de la Junta de Energía Nuclear cuando el teléfono sonó. El teniente general Manuel Díaz-Alegría, jefe del Alto Estado Mayor, quería verle. Le hizo un encargo: quería que resumiese en dos folios y para profanos en la materia en qué punto estaba el programa de armamento nuclear español y qué quedaba por hacer para que España tuviese bombas termonucleares.

Esos dos escuetos folios fueron utilizados seis días después. El 19 de diciembre, el presidente del Gobierno, Luis Carrero Blanco, se reunía con el secretario de Estado estadounidense, Henry Kissinguer. Parece que el presidente del gobierno español —el primero de la dictadura que no fue el mismo Franco— se marcó un farol a cuenta de la capacidad española para convertirse en una potencia nuclear. El día después de la reunión, el 20 de diciembre de 1973, a las 9:27 horas, Carrero Blanco salía volando en la calle Claudio Coello de Madrid. Murió en un atentado perpetrado por ETA a escasas dos manzanas de la embajada de Estados Unidos.

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Velarde (el segundo por la izquierda) junto a otros científicos en un laboratorio de energía nuclear. Imagen de archivo

Unos días después del asesinato, Velarde recibió un nuevo encargo. El nuevo presidente del Gobierno, Carlos Arias Navarro, había ordenado que se retomase el proyecto nuclear "con carácter preferente". La idea era tener un pequeño arsenal de bombas nucleares antes de que acabase la década. El científico se puso de nuevo manos a la obra, ilusionado pensando que en esta ocasión no había marcha atrás. Que se iba a convertir de una vez por todas en el padre de la España nuclear. Pero su sueño tampoco se acabó cumpliendo: con la muerte en 1975 de Franco el entusiasmo de los dirigentes del Gobierno español se fue apagando, y con él fue desapareciendo poco a poco el apoyo de las administraciones.

UNA MUERTE LENTA

La muerte del proyecto para que España contase con bomba atómicas y termonucleares fue lenta, cruel. En los primeros meses de 1980 Velarde se reunió primero con el ministro de Defensa, el general Manuel Gutiérrez Mellado, y más tarde con el propio presidente del Gobierno Adolfo Suárez. Los dos se interesaron por el estado del proyecto de armamento nuclear y los dos hicieron veladas promesas a Velarde, con las cuales trataron de sugerir que podría construir sus bombas tan pronto como pasasen las presiones de Estados Unidos. Unas promesas que nunca se cumplieron.

Incluso los socialistas de Felipe González tardaron en enterrar el tema. Dejaron varios años el proyecto congelado en un cajón, por si las moscas. Hasta que llegó el punto y final, el 13 de octubre de 1987. Tras dos décadas negándose a firmarlo, España ratificó por fin el Tratado de No Proliferación, con el que se comprometía a no desarrollar ningún tipo de armamento nuclear. Así se selló el final.

Guillermo Velarde junto al Rey Juan Carlos, cuando aún había esperanza para la bomba

Un final que para Velarde supuso renunciar a la gloria y pasar al ostracismo. Aunque toda una celebridad en ciertos círculos académicos y científicos, y a pesar de haberse codeado y haber desarrollado una sincera amistad con algunos de los más importantes premios Nobel del siglo XX, el público en general no conoce ni su nombre ni sus logros.

En países como Francia, China, Estados Unidos o Rusia, sus homólogos, los hombres que se convirtieron en padres de sus respectivos programas de armamento nuclear, son tratados con honores de jefes de Estado. Preguntado ahora sobre esta diferencia de trato, Velarde es escueto en palabra. "Esto es España", dice.