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sin ellos el mundo no tiene sentido

Presión, sudor y superestrellas: así es trabajar de recogepelotas en Roland Garros

Son los que están más cerca de los tenistas, pero no pueden ver el partido; si ellos no están perfectamente coordinados el torneo no funciona; son el alma mater del tenis y no ocupan ninguna portada. ¿Quiénes son?
Foto: Imago

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A lo largo del torneo los vemos agitarse y correr en todas las direcciones. A veces se mueren de calor en los días más soleados; otras veces tiritan de frío cuando el termómetro en París empieza a descender. Incansables, van de un lado a otro del campo, hacen rodar las bolas o las recuperan cuando los jugadores las lanzan con desdén.

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Algunas veces reciben un pelotazo a 120 km/h en la cabeza y en otras ocasiones demuestran que no tienen nada que envidiarle al Iker Casillas de los buenos tiempos. En cualquier caso, nunca se pueden quejar.

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"Siempre debemos estar concentrados, nos tenemos que anticipar. Sabemos que si fallamos todo el estadio lo verá y también saldrá por la televisión", dice Noémie Gabriot, recogepelotas en la última edición del Roland Garros. "Queremos evitar el murmullo de desaprobación", dice Sacha Maquignon, de la misma promoción.

"De todos modos, el problema es que cuando estás con un amigo y cometemos un error empezamos a reír. Y claro, luego tienes que atender a las consecuencias", añade Simon Dujardin. Estos tres ballos, como se les llama, reconocen que es "más fácil de estar en las pistas más pequeñas, donde hay menos presión del público y de los entrenadores""

Noémie, con Novak Djokovic.

Detrás de la cara radiante de estos jóvenes sin preocupaciones que corren por las pistas de la Porte d'Auteuil en realidad se esconde el temor de ser degradados de un día para otro. En el ranking de las cosas más sádicas del mundo, justo después de los castigos por perder al beer-pong en la universidad, aparece el sistema de evaluación de los recogepelotas.

Cada vez que entran a la pista para hacer su trabajo, a los chavales se les escruta y se les ponen notas. Según su rendimiento, recogen las pelotas en pistas de mayor o menor prestigio. Por lo tanto, los mejores se mantienen todo el torneo en la Zona A —en las pistas Philippe Chatrier y Suzanne Lenglen—, mientras que los menos buenos trabajarán en la Zona de Transición —sí, se le llama realmente así y abarca de la pista 1 a la 7. Los peores deberán conformarse con la Zona B, que abarca de la pista 8 a la 17.

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Para Simon es muy normal: "Hay que tener a los mejores recogepelotas en las pistas más legendarias", asegura. Eso sí, admite haber acabado disgustado más de una vez ya que pensaba que había realizado una buena jornada y acabó igualmente en las pistas anexas.

"Estar en Roland Garros ya es un plus de por sí", remarca Pierra para seguidamente recordar que solo 250 de los 4 000 candidatos iniciales pasan el corte.

Algunos inician esta carrera de obstáculos por casualidad. "Mi prima lo hizo en 2012 y me dijeron que probara suerte. Me inscribí en 2013 y me pillaron el primer año", explica Noémie, que ya ha oficiado tres veces en la arcilla parisina. Sacha tuvo que luchar un poco más, y tras dos intentos fallidos consiguió entrar: a la tercera fue la vencida.

Para alcanzar el gran escenario, los recogepelotas —que tienen entre 12 y 16 años— deben pasar una primera selección. Los mejores entran a un curso de perfeccionamiento que dura cuatro días antes de ser oficialmente elegidos.

En un breve documental realizado por el banco que patrocina el torneo —y que quizás apoya a los pequeños recogepelotas para hacer olvidar su participación activa en la evasión fiscal—, podemos incluso percibir la ansiedad de los chavales justo antes de recibir la confirmación oficial vía smartphone de que van a formar parte de la aventura.

Una vez dentro empieza el YOLO, acrónimo inglés de 'solo se vive una vez' para referirse al disfrute de la vida a pesar de tomar riesgos. "Nos quitan las clases durante tres semanas, nos dan un apartamento con vistas a la torre Eiffel donde vivimos con Simon durante todo el torneo… es una pasada", explica Sacha con los ojos brillantes.

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"Lo mejor de todo esto es la aventura humana, nuestras relación con el resto de recogepelotas", añade el chaval. Noémie, que ya fue elegida el año pasado dentro del exclusivo círculo de 50 recogepelotas, ahonda en el tema: "Cuando estamos en el Roland Garros estamos en otro mundo". El ambiente de casa de colonias les ha marcado quizás más que los momentos en la pista de tenis.

¿Y entonces, qué hay sobre el tema de recoger?

"Cada día te juegas un poco la vida", asegura Sacha. Hay una presión constante que explica también por qué los recogepelotas aprovechan al máximo sus momentos de libertad: no tienen ni una jornada completa de descanso durante todo el torneo, es decir, unas 24 horas completamente libres en tres semanas —rondas clasificatorias incluidas. Toma ya, defensor de las 35 horas.

"Físicamente es muy exigente. Al principio, cuando acababa el día no podía ni sentarme ni subir las escaleras", recuerda Noémie. En concreto, los recogepelotas se reparten en equipos y hacen entre 7 y 8 rotaciones por jornada: cada una dura unos 45 minutos. Entre cada rotación, hacen un informe con los responsables y descansan un poco para poder sobrevivir al próximo partido.

Hay que ser francos: por mucho que tengan el mejor asiento del recinto, no tienen mucho tiempo para disfrutarlo.

"Durante el intercambio de golpes yo estoy pensando en las costumbres del jugador, en si va a querer su toallas, si quiere dos o tres bolas, si toca cambio de lado, si debo enviar bolas, si hay un tie-break para mantener una bola en la mano… honestamente, con todo esto en la cabeza soy incapaz de seguir el partido. Si no fuera por los intermedios, ni me enteraría de los juegos, ni del resultado ni de nada", ríe Simon.

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Para Naomi, estar en la red en cuclillas es aún más difícil. "No podemos girar la cabeza, ya que puede desconcentrar a los jugadores. Hay que seguir la pelota, pero no podemos ver demasiado. Los mejores partidos no los veo", resume ella. Sobre todo lo que no debe pasar es que se queden hipnotizadas, perder la capacidad de respuesta y que cunda el pánico. Un poco como lo que le pasó a este joven en Barcelona.

"Nadal utiliza dos toallas y recibe la pelota del lado opuesto al que sirve. Gasquet quiere la toalla en una bola y no es muy agradable. Sharapova no quiere que le pases ninguna pelota durante el intercambio", describe como una experta.

Hay algunos entrenadores que ayudan a los recogepelotas antes de cada partido y los preparan para los tics y hábitos de cada jugador… pero hay otros que no, y entonces no hay más remedio que observar y aprender sobre la marcha.

El papel de los recogepelotas evoluciona constantemente; al más mínimo error saben que van a aparecer en todos los programas de zapping del mundo. Un buen rendimiento, sin embargo, les permite servir pelotas a los mejores jugadores del mundo. Para los locos del tenis, poder admirar desde primera fila los precisos golpes de derecha de Nadal y el revés a dos manos de Djokovic es una experiencia inolvidable.

"La primera vez que estaba en la pista central, me tocó con Roger Federer. Cuando me pedía las bolas el brazo me estaba temblando", dice Sacha, que, aunque está visiblemente emocionada, ya se ha acostumbrado a la gran cita. Ha servido a Djokovic, Monfils, Tsonga, Gasquet y Williams, entre otros con mucho talento.

Tanto es así que Sasha y Naomi se encuentran entre los 18 recogepelotas elegidos que tienen el privilegio de estar en las semis y la final del torneo. Sin apenas presión: estos adolescentes entraron a la pista sobreexcitados y 14 000 espectadores les dieron la bienvenida. Son incansables y recogieron, lanzaron, corrieron y agitaron los brazos innumerables veces para asegurar el buen funcionamiento del torneo.

¿Y si ellos fueran las verdaderas estrellas del Roland Garros?

El autor de este artículo no sabe ni por donde coger una raqueta de tenis, pero en Twitter devuelve todas las bolas: @LennyPomerantz